Usted está aquí: lunes 21 de julio de 2008 Política A 29 años del triunfo: la revolución confiscada

Víctor M. Tirado L.

A 29 años del triunfo: la revolución confiscada

El sábado 19 de julio se cumplieron 29 años de la revolución sandinista. Y es interesante ir reconstruyendo la historia de ese movimiento social que lleva el nombre de Revolución Popular Sandinista.

La revolución puso en movimiento a grandes sectores de la América Latina ofreciendo un apoyo incondicional al nacimiento de una nueva era; sin embargo, paralelamente, la revolución se agudizó al enfrentarse al imperialismo estadunidense, mientras algunas burguesías latinoamericanas le retiraron el apoyo por la presión de Estados Unidos; después hay que ubicar la derrota electoral de febrero de 1990 en ese contexto, que puso fin a la época de las revoluciones antimperialistas.

Hay que destacar, en primer lugar, que la victoria sandinista tuvo como fuerza social y material a los obreros y campesinos, sin descuidar desde luego a otros sectores de la economía, como los financieros, que en el último momento decidieron sumarse al movimiento insurreccional antisomocista para no quedar fuera del proceso democrático y tener fuerza para defender sus intereses; igualmente los pequeños empresarios, industriales y otros grupos de la economía participaron en la alianza contra la dictadura.

Sin embargo, la fuerza que dio impulso a la victoria de 1979 fue la de los lumpen, los tirabombas de contacto, los sin trabajo y los desafectos de la sociedad, que resultó decisiva en la insurrección, la cual desafió la muerte sin cobrar nada a cambio.

La estrategia tras el triunfo de la revolución sandinista consistía en el paso a la revolución socialista determinada por un partido revolucionario marxista con el apoyo que prestaría la URSS en todos los sentidos.

No obstante, la revolución sandinista triunfó en la zona de influencia del imperialismo estadunidense, es decir, en tierra continental con una economía subdesarrollada. La existencia del campo socialista, bajo la dirección de la URSS y la revolución cubana, nos dio la fuerza moral para enfrentarnos al poderoso imperio de Estados Unidos y salir adelante en el subdesarrollo económico y social al tener la convicción de la derrota de la política de intervención y de esa manera no sólo interpretar la historia, sino transformarla, que es lo más difícil, pues todo mundo la interpreta sin transformarla; además necesitábamos abolir, para una mejor existencia de vida de la población, el somocismo.

Inicialmente sostuvimos la idea de una compatibilidad entre el sistema socialista mundial y nuestra revolución democrática de liberación nacional; sin embargo, el peculiar destino nos derrotó en la mesa de la guerra y las elecciones. La revolución sandinista contemplaba en su primera etapa una economía mixta, un pluralismo político y el no alineamiento; no obstante, esta etapa no la cumplimos por querer saltar el curso de la historia al superar, sin crear condiciones económicas y materiales, la construcción del socialismo con el apoyo de la URSS; además no contamos con un compromiso integral con los recursos de la URSS a nuestra revolución en el campo del entendimiento entre las dos revoluciones: una de 70 años y otra de cinco años.

No obstante, a 29 años la revolución finalizó y no queda más que el recuerdo de los aniversarios que cada año celebrábamos, pues en realidad el décimo fue el último de ellos como gobierno.

La revolución luego se confrontó con el proceso electoral. La revolución perdió y con la experiencia de esa era de 10 años quedó registrada la tendencia del campesinado a dar la espalda en los comicios electorales. Perdidas las elecciones, en lugar de haber recorrido el campo para atraerlo de nuevo, nos dedicamos a enjuiciar al nuevo gobierno.

La derrota de 1990 no sólo consistió en perder los comicios, sino que tampoco se tuvo el interés ni el valor estratégico para mantener unidos a los sectores que apoyaron la revolución y otros que fueron aislados para poder mantenerla viva. En todo caso nos dedicamos a hacer politiquería, tanto dentro del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) como fuera de él.

Hoy, a 29 años de la revolución y 16 de oposición al gobierno, el FSLN se descompuso y en su proceso el autoproclamado secretario general perpetuo no sólo se corrompió y confiscó la secretaría, sino que al triunfar en las elecciones de 2006 negó la presencia de los viejos militantes y disidentes que sacudieron las bases de la nueva clase social del danielismo.

El presidente Daniel Ortega, aquel hombre que tuvo poco eco con su participación (por no decir nada) en los grandes combates de la historia del FSLN durante los 60 y 70, hoy ha confiscado y se ha quedado con todo, y nos da cátedra de revolucionario, de moral y aun de economía.

La actual historia del FSLN es una crisis de democracia interna, moral, de honestidad, y todos estos defectos y errores del partido son llevados al gobierno y al Estado. El secretario general secuestró a la organización, a la secretaría, a los poderes del Estado, se apropió del repliegue, de la bandera del partido, de sus canciones y de su 19 de julio.

 
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