■ Cayó en su primera defensa del cetro mosca nacional ante Juárez
Ser vencida puede ser útil, te hace crecer, afirma Sandra Hernández
■ La nueva monarca retomó con éxito su carrera boxística
Ampliar la imagen Mariana Juárez recibe un golpe de Sandra Hernández, durante la pelea por el campeonato nacional mosca realizada la noche del jueves Foto: José Carlo González
El boxeo es contraste: mientras Mariana Juárez celebra su regreso triunfal a los cuadriláteros al arrebatar el cetro mosca nacional, lo que allana el camino para retornar a los títulos mundiales, la ex campeona Sandra Hernández asimila el dolor “físico y mental” tras la derrota que sufrió en su primera defensa, la que atribuyó a su inexperiencia como profesional.
La noche del jueves, Sandra Hernández expuso su corona ante la experimentada Juárez, en un aguerrido combate donde chocaron dos estilos diferentes, la primera un tanque de guerra y la segunda una esgrimista que impuso la sabiduría que le han dado años en el pugilismo profesional.
A pesar del dolor, evidente por los moretones en rostro y cuello, la ex monarca trata de entender la derrota en entrevista con La Jornada, y con voz débil que acompaña el sinsabor afirma que lo sucedido ante su oponente es parte de un proceso de aprendizaje necesario, convencida de que hace falta perder para crecer.
“Una pelea perdida puede ser útil porque te hace crecer. Si ganas siempre puedes sentirte muy fuerte y corres el riesgo de confiarte demasiado”, dice la peleadora de 23 años, y admite que cuando ella acumula victorias seguidas de pronto pierde entusiasmo y hasta le echa “flojera”.
Un día después, lucha contra el desánimo y aunque reconoce que fue duro ser despojada de su título apenas en su primer combate como monarca, al mismo tiempo afirma convencida que tiene cuentas pendientes y por eso se mantiene en pie.
Para recordarlo lleva a la Santa Muerte pendiendo del cuello, porque hace cinco años estuvo a punto de perder la vida en un accidente y, luego de un difícil proceso de recuperación, regresó para encauzar su ímpetu sobre los enlonados.
“Hace cinco años me atropellaron. Un coche me rompió el tórax y una pierna en tres pedazos, un ojo se me fue de lado. Estuve dos días en coma, y tan mal que los doctores decían que era mejor que me muriera porque me iba a quedar loca o sin pierna”, recuerda.
“Estuve amarrada a una cama por tres meses, me alocaba y me daba por pegarle a todo mundo. Me volví agresiva a raíz de eso”, agrega.
Se aferra al boxeo
Un año después del accidente sufrió una depresión muy fuerte y encontró la salida en el boxeo, al que se ha dedicado con disciplina, la que ha tenido que compaginar con su trabajo como empacadora en una fábrica de juguetes.
“Cuando uno siente la muerte de cerca se cambia para siempre, y por algo uno sobrevive. Yo creo que estoy aquí porque tengo una cuenta pendiente con la vida”, dice convencida y sin ocultar su satisfacción de haber caído en la línea de combate, sin retroceder ni un ápice.
Ya no tiene el cinturón nacional, pero le queda el orgullo de su trayectoria como amateur, atesorado en su habitación de un departamento de la colonia Ejército de Oriente, donde exhibe sus numerosos trofeos, sus guantes, los pantaloncillos, los carteles donde ha figurado y los recortes que la prensa le ha dedicado.
Ahora ya nada puede hacerse, dice resignada y se reconforta: “todos, hasta los más grandes campeones, han sido derrotados alguna vez”.
En contraste, Mariana Juárez trata de asimilar su triunfo tras la presión que significó ser la favorita de esta pelea y por el riesgo en el que estuvo su carrera de tantos años. “Si perdía se hubiera acabado todo para mí”, reconoce la nueva monarca y respira aliviada.