■ Aún no se recupera de golpizas y torturas que sufrió hace un año
Víctima de la brutalidad policiaca en Oaxaca reclama indemnización
Ampliar la imagen Emeterio Merino Cruz, simpatizante de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, aún tiene problemas para ver y caminar debido a la golpiza que le dieron policías el 16 de julio de 2007 Foto: Octavio Vélez
Oaxaca, Oax., 15 de julio. Aún no se recupera por completo de la golpiza que le propinó la policía, pero Emeterio Merino Cruz, simpatizante de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), ha comenzado a recordar lo que sucedió el 16 de julio del año pasado en las faldas del Cerro del Fortín.
“No puedo hablar ni caminar bien, pero ya tengo memoria de lo que pasó. Me golpearon, me torturaron, casi me matan sin haber cometido algún delito”, dice.
Merino Cruz, plomero de 43 años de edad, originario de Santiago Xanica, pueblo zapoteca de la costa, fue detenido por policías junto con otros seguidores del movimiento magisterial y popular, después de que una multitud que pretendía llegar al auditorio para presentar la llamada Guelaguetza Magisterial y Popular fue dispersada con gases lacrimógenos.
Tras la golpiza, Merino perdió el conocimiento y fue internado en el hospital civil Dr. Aurelio Valdivieso, pero días después fue trasladado al hospital de alta de especialidad de Oaxaca debido a que los médicos diagnosticaron traumatismo craneoencefálico. Estuvo en coma durante más de 30 días.
La agresión fue fotografiada por reporteros de medios locales y nacionales. Las imágenes de un hombre inerme que era golpeado por los uniformados dieron la vuelta al mundo.
Emeterio narra que el 16 de julio de 2007 se dirigía a hacer trabajos de plomería en una casa, pero, al escuchar por la radio que había problemas cerca del Cerro del Fortín, se bajó del autobús y se dirigió al crucero que forman las avenidas Héroes de Chapultepec, Venus y Sabino Crespo, para buscar a su esposa, Hilaria Franco Barroso, profesora de la sección 22 del SNTE, quien participaba en la marcha acompañada de su hijo menor.
“Estaba muy dura la cosa. Los policías empezaron a lanzar granadas (de gas lacrimógeno) y a detener y golpear a la gente. Me escondí en el hotel (Fortín Plaza). Ahí me agarraron unos policías y me cominzaron a golpear. Uno dijo: ‘No, a ese güey no, suéltalo’ y me sueltan, pero llegan otros y piden que me agarren y que me rompan la madre.
“Me pegaron con sus toletes y caí al suelo, ahí me dieron de patadas en la columna y me desmayé. Me pararon y me llevaron adonde se encontraba un retén, sin dejar de golpearme. En ese lugar más de 20 policías me golpearon hasta tirarme al suelo y de eso hay muchas fotografías. Hasta (Alejandro) Barrita, comandante de la policía auxiliar (asesinado el 30 de enero), me pegó con un garrote”, cuenta.
Después fue llevado a la caja de un tráiler, donde “me siguieron golpeando; me pusieron boca abajo con otras personas. Pasaban los policías y nos pisaban, nos pateaban. Les pedí agua y me decían: ‘No, perro, te vas a morir’. Llegó Aristeo López (ex coordinador de seguridad pública, vialidad y tránsito municipal, hoy testigo protegido de la Procuraduría General de la República), quien me golpeó con un tolete o con un arma en la cabeza.
“Yo les decía a los policías: ‘No hice nada, ya no me peguen, tengo hijos. Mejor llévenme a la cárcel’, y ellos se burlaban y me seguían golpeando. Me pedían que dijera que Ulises (Ruiz, el gobernador) era mi padre. Lo decía, se reían y ni así me dejaban de pegar.
“Después me sacaron y me llevaron a una letrina llena de suciedad, donde me metieron la cara hasta casi ahogarme. Luego me subieron a la caja de una camioneta con doble cabina; ahí estaban tirados boca abajo puros profesores (entre ellos Olivo Martínez Vicente Cruz y Eliel González).
“Nos llevaron a un cerro, nos bajaron de la camioneta y nos arrastraron. Me torturaron sicológicamente: me apuntaban con una pistola a la cabeza y me decían: ‘Te vas a morir, cabrón’ y le jalaban, pero no tronaba. Se reían mucho”, rememora.
“Se ensañaron conmigo. Me trataron como decían ellos, como un perro. Prendieron el soplete que traía para mi trabajo, me alzaron la playera y me quemaron el estómago. Me bajaron los pantalones y me quemaron los testículos. También me quemaron la espalda con cigarros, por ‘andar de revoltoso con los appos”’, detalla.
Cruz, junto con los demás detenidos, fue trasladado a la Procuraduría de Justicia para ser puesto a disposición del Ministerio Público. Ahí empezó a perder el conocimiento.
“Quedé tirado en el piso porque ya no podía sostenerme. Los policías que estaban ahí me golpeaban también; me decían: ‘Pinche lidercito, te vamos a matar’. En eso llegó (Sergio) Segreste (entonces secretario de protección ciudadana) y me pegó una patada.”
Un año después de lo ocurrido, Emeterio no ha recuperado el movimiento en la mano y en el pie derechos y sufre constantes dolores de cabeza.
“Ya no es igual. Quedé mal. Quiero que me hagan justicia porque sólo están en la cárcel unos cuantos policías que me pegaron, pero quienes dieron las órdenes no están.
“Quiero también que me indemnicen porque ya no puedo trabajar y tengo hijos que mantener. A lo mejor me pongo a vender discos dentro de poco porque es lo único que puedo hacer”, comenta.