La Pasión según Marcus
Arrastre irresistible y retozón. Redoble regulado por el radar rabioso que irradia una rara erosión de aromas en evanescencia. En el epicentro está el bajo eléctrico más enjundioso, efervescente, sólido, brutal y brioso que suena en el planeta en nuestros días: señoras y señores, con ustedes, el maestro Marcus Miller, MM, M al cuadrado, como se titula uno de sus recientes discos, pero el más nuevo, nuevito, nuevecito está que ruge. Se titula simplemente Marcus y es purititita dinamita (ita ita ita). Ciertamente no es el único bajista eléctrico que hace magia con su instrumento. Lo que sí podemos argumentar es que se trata del supremo, él, el supremo.
Para algunos sería suficiente decir que es el coautor de una de las improntas de la cultura jazz: Tutu, álbum emblemático de su majestad Miles Davis (1926-1991), cuya sabiduría lo llevaba a relacionarse siempre con jóvenes, de quienes aprendía como todos los grandes maestros lo hacen.
Por una cuestión de derechos de autor en la voracidad de las compañías disqueras, Miles realizó un “artificio de cálculo”, como decía mi maestro de matemáticas: encargó a Marcus Miller, bajista de la banda de Miles, que compusiera obras para un disco donde tuviera intervención solista la trompeta, es decir Miles. Lo hicieron ellos dos solitos y sus dos almitas: Miles viajaba “miles away” con su trompeta en alucín hechicero, mientras el joven Marcus, autor de todos los temas, ejecutaba también todos, todititos los instrumentos: además de su bajo eléctrico, uno acústico además de batería, guitarra eléctrica, sax soprano, clarinete bajo y sintetizadores. Aaassu.
Pero como todo buen guerrero, no se durmió en sus laureles. Desde la grabación de aquel disco ya pasaron miles de millas (miles of Miles, jejé por el trueque de thousand, aprobado por Pete Townsend) de agua cristalina bajo el puente. De hecho es uno de los músicos cuya discografía es harto difícil de reunir en una sola discoteca: ha grabado más de 500 discos: por igual Tutu que colaboraciones con los músicos más disímbolos, egregios y gregarios que se tenga memoria, en un arco ecléctico que viaja, por ejemplo, de acompañar (lo cual es un placer) a Billie Holiday un día y al siguiente a la mismísima Roberta La Flaca Flack.
Hay cuatro discos cuatro recientes que trazan la actualidad solista del Maestro Marcus Miller (ya van tres eMes, es decir, M al cubo): en orden de aparición: M al cuadrado, Silver Rain, Free y el que ahora nos ocupa: Marcus.
Por supuesto que subsiste (también porque existe bajo la superficie: sub, existe) un sistema de vasos comunicantes entre estos cuatro álbumes. Baste destacar en Silver Rain (mi favorito) asombros y delicias como una versión atónita y a tono (atonita, sin acento, es más bonita) de ese clasicazo del rock macizo: Frankenstein, de maese Edgar Winter y enseguida ¡sopátelas! una versión funk de la Sonata Claro de Luna de Beethoven, el melenudo de Bonn (no confundir con el Sordo de Lepanto ni con el Manco de Bonn, jejé).
El Magnánimo Maestro Marcus Miller (eMe a la cuarta potencia) hace gemir a su instrumento mediante la técnica del snapping, que consiste en golpear las cuerdas con el pulgar, en vez de puntearlas o rasgarlas. Es un prodigio.
Con ustedes, el Mismísimo Majará Magnífico Marsupial Ministrel Morenazo Mercurial Mayor Macho Manilento Milagroso Majestuoso Marcus Miller (eMe a la Mil).