Usted está aquí: miércoles 2 de julio de 2008 Política Universalidad de la revolución cubana

José Steinsleger/ II

Universalidad de la revolución cubana

¿Cambio o continuidad? En condiciones extremadamente adversas, la revolución cubana lleva medio siglo revisando, continuando, reformulando, perfeccionando y corrigiendo su razón de ser: la humanización de la sociedad. O sea que sus problemas son los del socialismo. No los del capitalismo.

Revisaba mi biblioteca (donde tengo todas las respuestas para sugerir a Cuba qué hacer con el futuro de su revolución), cuando en eso explotó el fusible chino que compré la semana pasada. Recordé entonces la época en que conseguir un fusible en Cuba resultaba más incierto que la caída del sistema (energético). Corrí a la tienda de la esquina, pero el asedio del pasado era tenaz: ¿por qué cuando no estábamos globalizados los fusibles mexicanos duraban más? Algo torció el rumbo… ¿La “mano invisible” del mercado, los tecnócratas con los fusibles quemados, los intelectuales “independientes” que, felices, se dejan manosear por ella?

Son las angustias de vivir en un país donde 70 millones de personas no acaban de entender que el precio del kilo de tortilla y el hambre harán menos estragos cuando pensemos el “horizonte crítico de la modernidad con sentido de futuro”.

¿Ha leído usted Nuevos sintagmas narrativos y márgenes transversalizados de la democracia mocha, de Angelito Uhymberger Pérez-Stutman (14 tomos, versión resumida, Ed. Universidad de Meckemburg, Pomerania Occidental)? ¿Que no, que no lo ha leído? Híjole, qué ignorancia hay en México.

Las espadas flamígeras de la revolución mundial (o posmoderna) han dicho cosas muy interesantes sobre el socialismo cubano. ¿Y de todos los días con sus noches del pueblo que le plantó 50 años de bandera al capitalismo imperial? De esto no se habla. Sería “premoderno”, alentaría el “neocaudillismo” y pondría en peligro el chambismo académico.

¿Que si en Cuba hay falencias organizativas, corrupción, ineficiencia, burocracia? Raro sería que no las hubiera. Después de todo, la sociedad perfecta es la que George Orwell alucinó en 1984, y la “globalización” construye hoy a expensas de tres cuartas partes de la humanidad.

¿Cuba debe “globalizarse”? John Kenneth Galbraith, economista liberal estadunidense, ataja en la portería: “La globalización no es un concepto serio. Nosotros, los norteamericanos, la inventamos para ocultar nuestra política de penetración económica en el exterior” (Folha de Sao Paulo, 2 de noviembre de 1997).

Cuba empezó la lucha por su liberación en 1868, hasta el día en que Washington y Madrid redactaron su independencia en París. Ausentes: los cubanos que habían peleado por ella. En 1900 las elecciones municipales rompieron la sociedad en partidos políticos y le impusieron una Constitución de papel similar a la que el imperio inventó en Irak un siglo después. Luego, el Senado de Estados Unidos aprobó la enmienda Platt, que le permitía intervenir en la isla cuando lo estimase necesario. Leonard Wood (1899-1902), gobernador yanqui de la isla, dijo: “Por supuesto que a Cuba se le ha dejado poca o ninguna independencia con la enmienda Platt... La isla se norteamericanizará gradualmente y a su debido tiempo contaremos con una de las ricas y deseables posesiones que hay en el mundo…”

¿Qué capítulo de Cuba y de nuestro pasado no está vivo y presente? En 1922 el liberal Enrique José Varona (1849-1933) observó: “Cuba debe temer más a un banco prestamista que a cinco acorazados. Porque los acorazados van detrás de los bancos. Son la coraza de los bancos”. ¿Algo más anuncia en 2008 el despliegue de la cuarta Flota imperial por América Latina?

La revolución corrió peligro de desaparecer en 1962 (invasión de Playa Girón), en 1994 (cuando el periodo “superespecial” la dejó exhausta), y durante los años en que una interesada versión de “internacionalismo proletario” amagó con homogeneizar su prodigiosa riqueza social y cultural.

Lógicamente, la suerte de Cuba depende de sí misma. Aunque también de su “latinoamericanización”. Pero en este caso, suele ocurrir que el reflejo condicionado de plaza sitiada, o el anhelo de que la realidad pase por el agujero chiquito de la gran teoría, impide a sus estrategas la valoración idónea de procesos complejos (Argentina, Colombia), donde los intereses entrecruzados y las alianzas políticas juegan un rol.

Buena parte de los cubanos entienden la defensa de su revolución como un deber político. En tanto el acceso a la educación, salud, cultura, deporte (y no me refiero acá a índices de calidad o rendimiento) son vistos como derechos sociales duramente conquistados.

Quienes se guían por el manual del “buen revolucionario”, o impasiblemente observan los genocidios y las guerras de pillaje y creen que la tortura legal y la pobreza planificada son “costos de la modernidad”, esperan de Cuba, paradójicamente, una versión del socialismo que sólo existe en la imaginación. No combaten o niegan a la revolución cubana por su particular visión de socialismo. La combaten y la niegan por la imperdonable pretensión de sostener y defender una sociedad igualitaria, en un país independiente y soberano.

 
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