Usted está aquí: martes 1 de julio de 2008 Opinión La película de Schnabel

Teresa del Conde

La película de Schnabel

Con sus altos valores estéticos y éticos, puestos en relieve por chispas de humor, La escafandra y la mariposa guarda una tónica un poco pedante debida a la excesiva importancia implícita en el acto creativo, cuestión que ha sido propia de las tres películas de Schnabel. Quienes las vieron quizá no estarán de acuerdo con lo que digo. Lo percibo en el contexto de la brillante trayectoria de este artista, quien como pintor de primera línea destacó a partir de la valía que le concedió la empresa publicitaria británica Saatchi and Saatchi, cuya colección de arte contemporáneo es célebre.

Me pregunto si la estrecha amistad que ha guardado con el actor Javier Bardem (protagonista de Antes que anochezca) postulado al Óscar y elogiado por su papel en Mar adentro, de Alejandro Amenábar (el parapléjico Ramón Sampedro, quien idea cómo acabar sus días) no tendrá que ver con la elección de un tema parecido y desarrollado en sentido opuesto.

El personaje de La escafandra y la mariposa, Jean Dominique Bauby, atractivo editor de la revista Elle corresponde, como Mar adentro, a una historia real. Igual que Pablo de Tarso en el camino de Damasco, Dominique es sujeto de una conversión en la que su vida, preservada en tétricas condiciones, tiene por meta dejar constancia de que hasta una mínima expresión comunicativa es digna de conservarse si hay conciencia.

Por tanto, es lo opuesto a Sampedro quien, baldado, puede hablar, guarda un humor sereno y hasta provoca amores, pero quiere desaparecer, en tanto que Jean-Do accede a la categoría de héroe, al dejar testimonio poético de un mundo interior de altos vuelos a partir del parpadeo del ojo izquierdo, similar al aleteo de la mariposa y única área de su organismo que puede mover, dado que el ojo derecho le ha sido cegado a efecto de que no devenga laguna infectada, ya que no parpadea.

Junto con su terapeuta, una atractiva joven poseedora de ejemplar capacidad de entrega, Jean Dominique desarrolla procedimiento parecido a la clave Morse que permite, letra por letra, recoger la ideación. A partir de 1966 esta inusual condición neurológica se conoce como Locked in syndrom, la psique, intacta, está enterrada en un cuerpo inservible.

La memoria narrada de Bauby, a partir de flash backs, constituye la trama sostenida sólo en el monólogo y la visión del protagonista puesta de manifiesto mediante encuadres desde su único ojo y de las hermosísimas imágenes que rehace en su mente, algunas a modo de metáforas indicativas de su condición, otras como cumplimientos de deseo en dormiveglia y, unas más, como el episodio en Lourdes, a modo de recapitulación de recuerdos.

El guión de Ronald Harwood –excelente, pero demasiado reiterativo respecto del procedimiento de la recolección de palabras– es captado a partir del mayor valor estético que desde mi punto de vista puede encontrarse en el filme: la fotografía de Janus Kaminski.

En la escena a bordo de una barca, el espectador se percata de que el paciente escucha pasajes de El conde de Montecristo. Alejandro Dumas –ducho en cuestiones médicas, sin ser médico– introduce en su novela un personaje: Noirtier de Villeforte, quien padece el mismo síndrome: una cuadriplejia acompañada de anarthria. Es decir, el sujeto totalmente paralítico, está incapacitado para hablar por parálisis bilateral del gloso faringeo.

Todo, en el caso de Jean Dominique, es resultado de un accidente vascular cerebral espontáneo, no producto de ninguna colisión o trauma físico, ocurrido mientras al lado de su hijo transita en su lujoso descapotable por la campiña. Eso ocurrió el 8 de diciembre de 1995. Bauby murió en Berk el 9 de marzo de 1997.

El espectador se mete dentro de su piel, en la persona del actor Amalric, excelente elección para el personaje, de modo que en muchos momentos lo que se ve en la pantalla es lo mismo que ve el paciente: el hospital, el faro, el austero paisaje de Berk Maritime, los pies y piernas de quienes se le acercan procurándole cuidados altamente profesionales. La imaginación lo hace todo: la mariposa supera a la escafandra del buzo sumergido en las aguas. Jean Dominique no sólo logra escribir y publicar sus memorias, sino que crea virtuales situaciones placenteras tal que si las viviera, como la del almuerzo de mariscos en un restaurante con su consecuente analogía afrodisiaca.

Filme bello, pictoricista estrujante y aleccionador, todo al mismo tiempo.

 
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