China
En los años 70 se globalizó sin freno el sector financiero de los países desarrollados. El precio internacional del crudo se multiplicó tres veces por tres en un lapso de cinco años, y el mundo experimentó una inflación internacional prácticamente sin antecedentes, por su extensión y por las diversas causales que la impulsaban. Llegaron entonces las tasas de cambio flotantes y un fenómeno que entonces no sabíamos que sería de alcance histórico: el tránsito en las economías desarrolladas de las políticas keynesianas, preocupadas por el crecimiento del producto y del empleo, a una mezcla de políticas neoliberales que buscaban proteger sus balanzas externas de pagos y sus finanzas públicas, dejando como residuo tanto el empleo como el crecimiento del producto.
América Latina no supo leer las consecuencias devastadoras que traerían sobre sus economías las nuevas condiciones internacionales que estaban transformando radicalmente el modo de operación de la economía mundial y continuó con una política expansiva, en condiciones de gigantesco endeudamiento externo.
Literalmente el mundo se le vino encima con la crisis de la deuda y la entrada violenta a un nuevo periodo que la obligaba a buscar nuevas formas de crecimiento y de operación interna. Pero no sabía cómo hacerlo y en un principio se dejó llevar por las recetas que le llegaron del exterior, desde países e instituciones internacionales que tampoco sabían cómo hacerlo.
Llegó así la década perdida de los 80 y el desconcierto respecto a cómo recuperar el crecimiento cuando todo atentaba contra el mismo; se había dedicado en gran medida a cubrir con puntualidad la necesidad de generar superávit en balanza de pagos para atender el servicio de la deuda externa.
Mucha agua ha corrido bajo el río desde entonces; ha habido experimentos diversos, algunos exitosos en términos de estabilidad, como Chile, pero desastrosos socialmente hablando. Otros en la inestabilidad continuada, pero también con resultados socialmente funestos. Otros más aprendiendo a someter la economía a la estabilidad, pero sin crecimiento, ni empleo y con desigualdad creciente.
China se puso a pensar, no copió las medidas de nadie, desoyó al lejano Occidente que, infatuado, presumía de saber cómo se operaba con economías abiertas y recetas para la estabilidad, las ganancias… y la desigualdad creciente.
Joseph Stiglitz acaba de regresar de un viaje por ese país y escribe: “el éxito de China desde que iniciara su transición a una economía de mercado se ha basado en estrategias y políticas flexibles: a medida que se soluciona cada conjunto de problemas, surgen otros nuevos para los que es necesario idear nuevas políticas y estrategias. Este proceso incluye una innovación social.
“China logró reconocer que no podía sencillamente transferir instituciones económicas que habían funcionado en otros países; al menos, lo que había funcionado en otras partes del planeta debía adaptarse a los problemas específicos que la nación enfrentaba”. Tal cual lo recomienda hoy Michael Spence, Premio Nobel en el mismo año que Stiglitz; asunto del que di cuenta en este espacio la semana pasada.
“Hoy China –dice Stiglitz– debate un ‘nuevo modelo económico’. El modelo económico antiguo ha sido un éxito resonante, generando casi un 10 por ciento de crecimiento anual a lo largo de 30 años y sacando de la pobreza a cientos de millones de chinos. Los cambios son evidentes no sólo en las estadísticas, sino aún más en los rostros de la gente con que uno se cruza al recorrer diferentes zonas del país.” Eso vio en China.
Vale la pena este pasaje: “Hace poco visité una remota aldea Dong en las montañas de Quizho, una de las provincias más pobres de China, a kilómetros del camino pavimentado más cercano; sin embargo, tenía electricidad, y con ella no sólo había llegado la televisión, sino también la Internet. Si bien parte del aumento de los ingresos correspondía a remesas enviadas por miembros de la familia que habían migrado a ciudades de la costa, los campesinos también disfrutaban de una mejor situación, con nuevas cosechas y mejores semillas: el gobierno les vendía a crédito semillas de alta calidad con un índice garantizado de germinación”.
Se ha dicho que China incorporándose al consumismo estadunidense, con mil 300 millones de seres humanos, acabará con los recursos del planeta.
Stiglitz asegura que ese país está buscando un nuevo modelo que haga su crecimiento efectivamente sostenible. Y que en adelante buscará crecer ya no tanto apoyado en las exportaciones, sino en su mercado interno. Lo mejor de todo es que China sigue pensando por sí mismo. Es algo que, para insistir, nos está faltando.