Impermanencia
¿Cómo crear una obra acerca de la impermanencia?, se pregunta Meredith Monk.
Así se responde ella: “uno puede solamente trazar esbozos de algunos aspectos de la impermanencia; traer a la memoria la sensación de que todo fluye, cambia constantemente y no podemos retener nada. Lo que todos los humanos compartimos es la certeza de que moriremos sin saber cómo y cuándo. Perderemos a quien amamos, nuestra salud y finalmente nuestro cuerpo. Con esto en la conciencia llegamos a una profunda apreciación de todos y cada uno de los momentos que vivimos, sin dar nada por seguro”.
Esta reflexión llegó a la señora Monk luego del silencio.
En 2002 grabó su hermoso disco Mercy. Poco tiempo después falleció su pareja, Mieke van Hoek, notable coreógrafa holandesa, a los 56 años. Cinco años después el duelo mudó del silencio a los sonidos. El concepto budista de la impermanencia o la transitoriedad de las cosas, la convicción de que nada es duradero en este plano terrenal condujo a Meredith Monk a su nueva obra maestra, el disco impermanence, bajo el sello infalible ECM, grabado en enero de 2007 y que ahora llega a los anaqueles de novedades discográficas de México.
En sus respectivas oportunidades, el Disquero ha reseñado las apariciones discográficas de esta flaca sublime. Todos y cada uno de sus discos son una garantía de belleza, asombro, descubrimientos múltiples merced al talento inconmensurable de esta compositora, cantante, bailarina, cineasta, pensadora de sonidos.
Referentes irremediables: Bobby McFerrin y Diamanda Galas. Pero a diferencia del maestro McFerrin, Meredith Monk no basa sus emisiones canoras en la mera improvisación, sigue en cambio una ruta emparentada con las búsquedas y hallazgos de su paisano John Cage. Los también asombrosamente amplios rangos y registros canoros que enarbola la señora Diamanda Galas se alejan en tanto del arte de Monk en cuanto el talante y ambición creativa de Meredith sobrepasa los límites de lo académico para ubicarse en el territorio de la magia, lo fantástico, lo metafísico inclusive. Hay momentos en los discos de Meredith Monk donde uno no sabe si está soñando o está escuchando lo que sale de los altavoces.
El nuevo disco de esta flaca entrañable fluye con una armonía radiante. A todo el arsenal de recursos técnicos que le conocemos se añade una madurez creativa que enlaza instrumentos (como siempre, atípicos, por igual su piano clásico que campanas tibetanas que una rueda de bicicleta) que utiliza como voz humana y su propia voz y la de su asombroso ensamble de voces, que manipula como instrumentos musicales.
Así por ejemplo, en el track 5, disequilibrium, tal ensamblaje de voces logra sonidos nuevos. Deja de sonar a voz humana para emparentarse con lamentos de locomotora. O bien los sonidos parásitos que teje en el track anterior, liminal, donde la voz de un bajo parece una máquina woofer, ese dispositivo electrónico diseñado para producir bajas frecuencias, pero en realidad es el pecho de uno de los camaradas de la flaca Monk, y el todo suena con el mismo efecto que produciría agitar con una pala gigantesca el fondo de un estanque. Así se expande desde las bocinas y así se expande en el cerebro del escucha.
Cierto, el concepto budista de la impermanencia nos educa a disfrutar la vida. Cierto, cada uno de nosotros puede repetir con una sonrisa en los labios la frase maestra de Hitchcock: “ahora estoy, ahora no estoy”. Pero también es cierto que el trabajo fecundo y creador produce frutos verdaderos en las personas, las que nos vamos y las que se quedan, las que se van y las que nos quedamos.
El disco impermanence, la nueva obra maestra de Meredith Monk, es una prueba enésima.