Carta a Salvador Allende
Muy distinguido presidente: siempre es molesto recibir cartas en las celebraciones centenarias. Los años anteriores pocos se habrán acordado de usted. Aun así, no está de más conmemorar un centenario. Sin embargo, quiero comunicarle que en su país, Chile, hoy gobiernan, disque militantes de su partido, que bajo acuerdos negociaron con sus asesinos. Así, muchos querrán aprovechar el momento para reducir su grandeza y empequeñecer su trayectoria al extremo de proclamarlo presidente mártir o adjetivarlo como “compañero presidente”. Otros utilizarán vocablos y frases sueltas para arrimar el ascua a su sardina. Para ellos, representantes institucionales, su obra es pasado, llanto y actos oficiales. Pero sepa usted que su semilla germinó en la conciencia del pueblo, de los trabajadores, de la mujer, de los jóvenes, de los estudiantes, de las amas de casas, de los campesinos, de los pueblos originarios, y ellos sí lo tienen presente como luchador y forjador de un proyecto de futuro. Aún más, usted se adelantó a su tiempo. Defendió la necesidad de recuperar los recursos naturales, alimentarios, de emprender la independencia tecnológica, la soberanía nacional, el derecho de autodeterminación, las nacionalizaciones. Destacó el nuevo poder de las trasnacionales frente a los estados. Y sobre todo explicitó la necesidad de oponerse a la colonización del pensamiento. Pero tampoco fue un mesías. Usted se vio formando parte de un proceso político, incorporó su lucha a la lucha por el socialismo y por la liberación. Buscó la unidad con todas las fuerzas populares. No excluyó. Bajo diferentes maneras lo dejo claro en el Estadio Nacional, en la despedida a Fidel Castro: “...lo digo con calma, con absoluta tranquilidad: yo no tengo pasta de apóstol ni tengo pasta de mesías, no tengo condiciones de mártir, soy un luchador social que cumple una tarea, la tarea que el pueblo me ha dado; pero que lo entiendan aquellos que quieren retrotraer la historia y desconocer la voluntad mayoritaria de Chile: sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás; que lo sepan: dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera. Que lo sepan, que lo oigan, que se lo graben profundamente, defenderé la revolución chilena y defenderé el gobierno popular porque es el mandato que el pueblo me ha entregado; no tengo otra alternativa, sólo acribillándome a balazos podrán impedir la voluntad que es hacer cumplir el programa del pueblo”.
Usted, presidente, utilizó la palabra fe y destino como sinónimo de trabajo, de conciencia y esfuerzo. Como una opción desde la cual construir una alternativa anticapitalista. Pero también para definir una noción de humanismo. En su carta de retiro activo de la masonería presentada el 21 junio de 1965 aclara su significado. “Es alcanzable hoy la libertad concreta y no sólo la libertad de espíritu. Antes, la gente de privilegiada sensibilidad y cultura se limitaba a alcanzar la hegemonía de su propia conciencia mientras las grandes masas quedaban al margen de todo avance. Hoy, nadie debe ignorarlo, resulta viable procurar a todos los seres los elementos que requieren para satisfacer sus necesidades biológicas, espirituales y culturales, en cualquiera de sus expresiones y matices. Es posible dar estructura a una comunidad en que haya sistemas planificados, aptos para derrotar las alienaciones afectivas que subordinan al hombre. Y un ser liberado en términos concretos tiene acceso a la más genuina, fecunda y típicamente humana existencia de espíritu y una moral también genuinamente humana y social. Hoy, el hombre puede, en forma efectiva, desarrollar los tributos que lo diferencian de los demás seres... Es dable, así, cumplir integralmente, en el espíritu y la materia, un humanismo que, por sí, justifica nuestra orden masónica... A mi modo de ver, la orden tiene una misión grande y excelsa: sin precisar enunciados de soluciones programáticas debe inculcar a sus afiliados que hay que definir con vara actual los principios de libertad, igualdad y fraternidad para que surja una sociedad exenta de alienaciones, eliminando la cesantía, abierta o disfrazada por los salarios insuficientes; para que evite la enfermedad suprimible; para que no se operen las muertes anticipadas; para que exista un sistema de seguridad social funcionalmente correcto y eficaz en su acción; para que se erradique el analfabetismo y para que se abra a todos el acceso a las anchas rutas de la cultura en sus múltiples expresiones y creaciones; para que se reconozca el derecho a la vivienda que llevan en sí todos los seres y para que el esparcimiento se encuentre al alcance de la generalidad, tanto en el orden físico y espiritual y no represente, como hoy acontece, un privilegio económico de los sectores que menos lo requieren por su vida grata cotidiana. Trasladados estos conceptos al orden internacional, se eliminaría el subdesarrollo de los países; avanzará la paz y se impondrá la igualdad de derechos entre los estados, más allá de fórmulas organizativas o de su poderío bélico. Esta posición de nuestra orden, necesariamente la llevará a luchar con quienes, acéptenlo o no, son índices de postergación generalizada y con quienes disfrutan de las ventajas de un statu quo insostenible por antihumano y antisocial. Estas mismas batallas se libraron ayer y ahora ellas deberán librarse contra la oligarquía, el feudalismo agrario, la concentración financiera monopólica; el colonialismo, el neocolonialismo y el imperialismo, y el oscurantismo religioso y dogmático”.
Su vida es ejemplo de coherencia. Una lucha democrática, en la cual la libertad supone un ejercicio político de conciencia ciudadana bajo la forma de desplegar las facultades del ser y ello es democracia económica, social, cultural. De allí su conclusión expuesta en el Parlamento de Colombia: “...que el pueblo sepa que no queremos su voto cada seis años. Jamás pedí un voto en mi patria. Siempre sostuve que quería conciencias que votaran y no votos que no tuvieran conciencia ni ideas, principios ni doctrinas. Queremos más democracia, para que coexista el respeto a todas las ideas”. Presidente, hoy existen comerciantes de la política. Piden votos, no quieren conciencias. Parafraseando su último discurso: aún no se abren las grandes alamedas por donde pasa el hombre libre para construir una sociedad mejor. Pero siga teniendo fe en Chile y en su destino, otros hombres superarán este momento gris y amargo en que la traición sigue imponiendose. Su muerte “es una lección moral que castiga la felonía, la cobardía y la traición”.