Usted está aquí: lunes 23 de junio de 2008 Opinión Carestía y estancamiento

León Bendesky
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Carestía y estancamiento

La economía mexicana aún no resiente los efectos adversos que se van a derivar de la menor actividad productiva en Estados Unidos. Según las cifras oficiales, el producto creció aquí a una tasa de 2.6 por ciento en el primer trimestre de 2008 y se estima que el comportamiento sea similar en el segundo trimestre; aunque la debilidad económica estadunidense se advertirá más en la segunda mitad del año.

Las previsiones del crecimiento están enmarcadas, en todo caso, en un escenario con tendencias negativas y podría estar por debajo de 2.5 por ciento este año. Esto representa un crecimiento reducido del producto, que sigue siendo insuficiente para las necesidades de mejoramiento del bienestar de la población.

Los economistas siguen aquí debatiendo en torno al porqué no crece la economía, pero sin echar demasiada luz sobre el asunto y con aun menos incidencia en las prácticas de las políticas que se aplican desde el gobierno y en las fuerzas que mantienen tan elevada la concentración del poder económico.

Pero el lento crecimiento no es un fenómeno nuevo. Al contrario, esta economía crece muy poco en promedio anual desde hace más de dos décadas. Ni las reformas económicas de tipo estructural, ni las supuesta modernización que se ha alentado, las adecuaciones institucionales y las medidas fiscales que se aplican de modo periódico, y tampoco el libre comercio que se promueve por todos lados, han logrado impulsar una mayor y, sobre todo, sostenida, expansión productiva.

A este entorno de relativo estancamiento a largo plazo de la actividad económica se suma ahora la reaparición de las presiones inflacionarias. La estabilidad financiera que ha sido el resultado más valorado de la política económica de los últimos años ahora se está tambaleando.

El Banco de México señaló en el más reciente comunicado de política monetaria, emitido el 20 de junio, que “la dinámica reciente de la inflación es preocupante” y que responde a la acentuación de las presiones externas. Por ello ha reforzado las medidas de control (revisó al alza, hasta 7.75 por ciento el objetivo de la tasa de interés interbancaria a un día).

El banco central afirma que “México no muestra presiones inflacionarias por el lado de la demanda y que incluso un eventual debilitamiento del gasto agregado podría constituir un factor que atenuaría las presiones alcistas. Esto significa, según el Banco de México, que aguantamos un menor gasto de las familias y, sobre todo, del gasto corriente del gobierno para reducir las presiones sobre los precios.

El escaso crecimiento de la producción y del empleo junto con el mayor ritmo de aumento de los precios es una combinación muy perversa. Este es un fenómeno que surgió en la década de los 70 en Estados Unidos y al que se llamó estanflación (estancamiento e inflación) y que puede resurgir.

El asunto es que la gente tiene menos ingreso y al mismo tiempo le cuesta más lo que tiene que comprar, especialmente la comida. Como está bien documentado en las mediciones de los precios, los de una gran variedad de alimentos han subido de manera muy significativa en los últimos meses, por encima de los salarios. Hoy, además, esto se agrava por el alza que se observa en los mercados mundiales de muchos productos de consumo. Esa inflación la estamos importando y se suma a la que se genera internamente.

Aparte está el petróleo. A pesar de ser productores y exportadores de crudo, la situación energética es crítica. No obstante los excedentes que se reciben por la venta del petróleo (la diferencia entre el precio fijado en el presupuesto federal y el que rige en el mercado), el gobierno dice que estos se esfuman debido a los subsidios aplicados, por ejemplo, a la gasolina.

Ésta es una faceta más de la inoperancia interna de Pemex y de la ineficacia de cualquier cosa que pueda llamarse política energética en el país. Así es que seguimos dilapidando la renta petrolera y haciendo cada vez más endeble a esa empresa. El petróleo se vende fuera, se importa gasolina, y no se aprovecha el crudo para generar más valor agregado con su industrialización, puesto que la industria petroquímica estatal está desmembrada.

No debe olvidarse que el ancla de los precios, o sea, el elemento que previene su alza en esta economía es el tipo de cambio. El banco central ha acumulado grandes reservas internacionales y las ha mantenido en un nivel elevado, precisamente como una especie de seguro en contra de la devaluación. Pero en un ambiente inflacionario tendrá que aumentar la tasa de interés que se paga por los depósitos en pesos para prevenir un desbordamiento de la demanda de dólares. Ese proceso ya lo hemos vivido varias veces en las décadas recientes, recuérdese solamente 1995.

Menos dinero en la economía, crédito caro, alimentos caros, poco crecimiento y un dólar barato no auguran calma. Lo que se generará son más distorsiones en los mercados y una carga social mal distribuida entre la población.

Con una productividad decreciente en el conjunto de la economía, en particular en la producción de alimentos básicos, y en un entorno externo de mayor inflación, la estanflación se puede instalar en los próximos meses.

 
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