■ Labora en actividades no agropecuarias; aporta 30% del producto interno bruto
En la economía informal, más de la mitad de la población ocupada
■ La creación de empleo bien remunerado no será suficiente para abatir el fenómeno: experta
■ Propicia trabajo precario; individuos “se ven obligados a inventarse medios de supervivencia”
Ampliar la imagen Ambulantes en el Centro Histórico de la ciudad de México Alfredo Domínguez Foto: Alfredo Domínguez
Mientras el desempleo abierto se mantiene en un dígito, la economía informal no ha dejado de registrar un explosivo crecimiento, al grado que desde hace por lo menos una década absorbe a más de la mitad de la población ocupada en actividades no agropecuarias y aporta 30 por ciento del producto interno bruto (PIB), por lo que la creación de empleos bien remunerados no será suficiente para abatir dicho fenómeno, advierte Norma Samaniego, consultora privada y economista de la UNAM.
El reporte más reciente sobre desempleo del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), correspondiente a mayo de 2008, indica que el desempleo afecta a 3.4 por ciento de la población económicamente activa, por lo que el número de desempleados en todo el país asciende actualmente a un millón 460 mil personas.
Pero a diferencia del seguimiento que las autoridades hacen del desempleo, la especialista señala que lamentablemente no existe una investigación similar, “históricamente larga con información comparable sobre la economía informal”, ni siquiera desde la década de los 90, cuando hubo una abrupta contracción del empleo formal en todos los sectores productivos vinculados al consumo interno.
La economía informal, insiste, representa uno de los fenómenos más inquietantes y expansivos del mercado laboral actual pues involucra a una porción mayoritaria de la población económicamente activa (PEA), lo que implica un desperdicio de recursos humanos y una merma de potencial productivo para la sociedad ya que proliferan puestos de trabajo precarios y de muy baja productividad, realizados en muy pequeñas empresas por individuos que cuentan con un escaso o nulo capital físico y bajo nivel de calificación que se ven obligados a inventarse distintos medios de supervivencia.
“Hoy no sólo es necesario dar seguimiento al fenómeno del desempleo abierto, que no se le compara en magnitud, sino que se requiere un seguimiento oportuno y puntual de la informalidad en su dimensión y sus características constitutivas. Se requiere tener una idea precisa de quiénes son, dónde se ubican y cuál es su evolución de las distintas categorías que conforman la economía informal, como punto de partida para enfocar medidas específicas destinadas a la atención de este problema”, plantea a Samaniego en una investigación difundida por la UNAM.
De la información que ha aportado el INEGI sobre el tema, se sabe que 44 por ciento de los trabajadores informales –muchos de ellos mujeres y ancianos– laboran en su hogar o en un negocio familiar, mientras que 27.7 por ciento son asalariados tanto de los sectores formal como informal, pero sin prestaciones sociales. En tanto que casi 20 por ciento cuentan con un micronegocio o vehículo propio y sólo 9 por ciento laboran en la calle con un puesto improvisado.
Por ello, la investigadora considera que se requiere que las autoridades otorguen incentivos y medidas para modernizar las actividades que se realizan en la economía informal, pero que cuentan con potencial, tales como abatir costos de registro y operación de negocios, proporcionar servicios de calidad a cambio de impuestos, alentar el desarrollo empresarial en los micronegocios así como permitir a estos trabajadores el acceso a mercados, tecnología y capacitación.
Y es que hasta el momento, apunta, las medidas oficiales tomadas para enfrentar la informalidad han sido “dispersas y muchas de ellas de carácter experimental, en su mayoría de alcance limitado que surgen en muy distintos ámbitos, pero que aún no constituyen una política articulada”, aun cuando ya se admite que el fenómeno se autorefuerza y es persistente, y dejó de ser considerado “pasajero y temporal”, como a mediados del siglo pasado.