Ruta Sonora
■ Portishead: terror atemporal
La presión mediática que fuerza a los artistas a emitir discos a lo loco, efímeros, inmediatos, pareciera señalar con dedo flamígero a quienes no se ciñen a esa norma. Quienes se enfadan porque un grupo tarda “mucho” en volver a grabar no distinguen que quienes piensan en función de la música y no del estrellato poseen minutos alternos al devenir de las corrientes y la necesidad de fama. Es en ese universo donde se mueven artistas ubicados en la lateral de ese high-way llamado mainstream, tales como Scott Walker, Robert Wyatt, Tom Waits, Kate Bush... o bandas paradójicamente en ambos lados, como Portishead.
Geoff Barrow, líder de este trío originario de Bristol, Inglaterra (de donde emergió una generación musical noventera de gran “onda”, entre la que figuraron Tricky y Massive Attack), abrumado por la sobredimensión mundial que cobró la obra del combo integrado además por el guitarrista Adrian Utley y la cantante Beth Gibbons, tras emitir los deslumbrantes álbumes Dummy (1994) y Portishead (1997) –es preciso citar el notable Live PNYC, de 1998–, se retiró de la música por cuatro años. En 2003 intentó retomar el camino; antes, el también productor explica a la revista Uncut, “no veía relevante volver a grabar un disco si no tenía nada qué decir; antes de eso, sentía que corríamos en el vacío, que la música que intentábamos hacer no estaba rompiendo con nada; además, las giras, el revuelo... todo eso… nos llevó al divorcio en varias áreas... tuvimos que reconstruir nuestras vidas personales y retomar el timón, caminar hacia donde realmente queríamos ir... El trabajo fue lento, porque nunca sentimos presión del exterior, todo fue una autoexigencia. Nos cuestionamos mucho a nosotros mismos”.
El sonido que emerge de esa exigencia, en efecto, cuenta con tal rigor. Pareciera surgir de una cápsula proveniente de un universo propio, cuya temporalidad no se ciñe a la de las horas que corren una década después. A diferencia de sus contemporáneos (Tricky y Massive...), que alcanzaron sólo sonidos excitantes, Portishead posee algo que aquéllos no: profundidad, emoción, fragilidad, rasgos intactos entre la especie humana, que incluso se han agudizado, sobre todo en cuanto a la angustia existencial.
Quienes nunca entendieron nada expresan con necedad que lo que Portishead hace hoy suena igual a lo antes hecho, y que incluso sigue llamándose “trip hop” (que no es sino una definición de reseñeros lejanos al transcurso de la música). Si bien el hip hop (base rítmica empleada por el “trip-hop”) de Public Enemy sigue siendo fundamental en la vida de Utley y Barrow, el nuevo disco de estudio de los de Bristol, nombrado tan sólo Third (tercero), vuela lejos de lo antes creado, en un ánimo más sucio, errático (de pronto hay beats que parecen traspiés), casi krautrocker (inspirados en Can o The United States of America).
Capaz de preservar su personalidad sombría, melancólica y cáustica, no es ahora la base trip-hopera y el terror tipo David Lynch lo que los sustenta. Ahora están más obsesionados con el electro oscuro de inicios de los años 80, en la música incidental de sintetizador para ciencia ficción del director John Carpenter, y en la música contemporánea tanto de concierto como en la electrónica lejana a la pista y los colores fluorescentes, como la de los pioneros de Silver Apples; el metal cósmico de Sunn 0))) y OM; el sadismo de Jerry Sadowitz; la electrónica apocalíptica de Wolf Eyes o The Knife; la deconstrucción de Jonny Greenwood, o el citado Walker. Su sello atemorizante prosigue, aunque actualizado: ritmos recortados, desconcertantes; timbales con eco; teclados espaciales; guitarras menos jazzy, más noisy; violines tétricos, chelos amargos, tubas perdidas, sonares marinos; los cantos de Gibbons más como un elemento sonoro; letras asfixiantes, mareas de agonía espiritual; desafíos electroacústicos interrumpidos por un tema a voz y ukelele, que huele a folk dulce pero apesta a era nuclear y fin del mundo.
Y es que ahora, cuando todo es revivir algo que suene a otro algo que ya existió, se ha olvidado el espíritu en el que lo sabroso era crear sonidos lejanos a lo antes escuchado. Es ese tenor aventurero donde Postishead se halla, y lo que logra en Third: sonar a algo no popular ni común, capaz de ser a la vez arriesgado y accesible… y de hacer enojar con el “error” de tardarse tanto en volver. Este tercero es un disco brillante, irruptor, insospechado. Olviden la melancolía pop de Dummy, no esperen el noir de Portishead. Pongan la cabeza en blanco, olviden lo que antes fue el trío. Y gocen el terror.