■ Mañana comenzará en la Cineteca Nacional ciclo del realizador argentino
Mostrar lo social en tono poético, apuesta del cineasta Lisandro Alonso
■ Considerado “uno de los más arriesgados, de los más transgresores y gran promesa”, señala en entrevista que nunca fue fanático del cine
■ Una imagen es más potente que las palabras, expresa
Ampliar la imagen En primer plano, el actor Argentino Vargas en una escena de Los muertos, cinta que se incluye en la muestra
El director Lisandro Alonso (Buenos Aires, 1975) es descrito como “uno de los más arriesgados, de los más trasgresores y gran promesa” del cine argentino actual.
Alonso, sin embargo, declaró en entrevista que nunca fue “fanático” del cine. Lo atrajo la curiosidad por saber de qué se trataba aquello que empezaba a estar de moda: “En 1992-93, comenzó a haber escuelas y universidades de cine (en Buenos Aires) y dije, ¿qué es esto del cine? Pero nunca fui fanático. Prácticamente no conocía nada de la historia del cine”.
En la escuela descubrió algo que le interesaba: “Era una parte más social”. Las cintas del neorrealismo italiano lo impresionaron: “Cómo desde el cine se podía mostrar contextos sociales y hablar desde otro lugar, no desde el panfleto político o documental o etnográfico, sino con un vuelo más poético”.
Desde entonces, esa ha sido su apuesta.
Además, añadió, le atraía la “permanencia” del cine, cómo “continuaba vivo en el tiempo. Si veo El ladrón de bicicletas seguramente me va a emocionar de vuelta. Creí que valía la pena empezar a aprender sobre el proceso de realizar una película con toda la inconsciencia, las ganas, la alegría y el entusiasmo de los 17, 18 años”.
Frutos de la creatividad
Los frutos han sido La libertad (2001), Los muertos (2004), Fantasma (2006) y Liverpool (2008). Las tres primeras serán exhibidas en un ciclo del director, que se llevará a cabo del 17 al 29 de junio en la Cineteca Nacional.
En Los muertos, Vargas (Argentino Vargas) sale de prisión y emprende el camino a casa.
En La libertad, el leñador Misael Saavedra trabaja en la selva.
En Fantasma, los protagonistas de las cintas anteriores se reúnen para el estreno de Los muertos.
Las cintas de Alonso se distinguen por los planos largos y la escasez de diálogos. Trabaja con actores no profesionales. “Las primeras películas que Vargas y Saavedra vieron fueron en las que actuaron ellos. Ni siquiera conocían el cine”. Tenían “una pureza, una virginidad frente a algo audiovisual. La gente que no tiene televisión tiene una frescura y libertad que no tendría ninguno de nosotros. Me produce un enamoramiento: trato de observarlos sin meter mano, sin indicar demasiado lo que tienen que hacer. Además, lo toman como un trabajo más. Si hubieran sido como zapateros, lo hubieran hecho.”
–¿Ellos mismos crean su personaje?
–Ellos mismos y el proceso cinematográfico: ¿por qué este plano dura dos minutos? No es lo mismo filmar una taza de café 20 segundos que minuto y medio. Uno lo ve 20 segundos y dice, ‘es una taza de café humeante, apoyada en la mesa’, si es minuto y medio, se pregunta, ‘¿por qué me la muestra?, ¿qué quiere decir?, ¿qué está pasando que no se ve?’
Alonso, efectivamente, confía en lo que el espectador pueda imaginar. No quiere ser didáctico: “Vengo de escuchar palabras de políticos que dicen tanto y después se traduce en tan poco o en todo lo opuesto, que ya me importa muy poco lo que dice la gente, que se representa mucho más por las elecciones que toma y por sus actos. No me interesa explicar los sentimientos de los personajes por medio de palabras. Hay sentimientos y formas de caminar por la tierra que las palabras no pueden explicar. ¿Cómo explicas con un texto dos o tres generaciones de maltrato a cierta clase social? Me parece más potente tratar de decir eso con un extrañamiento, con una imagen, con un sonido, o sugerirlo. Si se logra, es mucho más valioso que un diálogo. Además, los personajes que elijo están solos, ¿con quién van a hablar?”
Primero, el lugar
El cineasta, quien divide su vida entre Buenos Aires y la Pampa, donde vive su familia y a la cual escapa cuando no está metido en alguna película, explicó que primero escoge los lugares: “Veo algo en la televisión o en una revista, me gusta el lugar o me sugiere algo. Viajo hasta ahí, lo recorro un poco, hablo con la gente, algo que estoy leyendo (me influye), y ahí se inventa un pequeño guión, que en realidad es como una guía que a veces respeto y a veces no”.
En su generación, Alonso no fue el único en entusiasmarse con las posibilidades del lenguaje cinematográfico: “Muchos de los jóvenes que querían plasmar los resultados de la política económica de Carlos Saúl Menem decidieron hacerlo mediante el cine, creo que por el nuevo auge de las escuelas. Muchos dijeron: ‘qué es filmar un chico en la calle pidiendo limosna’. Empezó a haber imágenes que no se conocían. (Antes) las historias eran más convencionales, más ocultas. Veníamos de un régimen militar que había matado a mucha gente, entonces, todo era felicidad, no pasa nada... nadie se detenía a observar cómo vive un albañil, qué le pasa a su hijo, si tiene trabajo, si tiene un hospital que lo atienda, si está enamorado... Mucha gente empezó a ver eso, que estaba ya a flor de piel. Como cuando el agua está hirviendo, empieza a hacer burbujas, y empezó a salir a la calle, y eso fue parte del nuevo cine argentino. Parte de hacer historias menos gradilocuentes, menos teatrales y más vividas del día a día.
“Ahora se está aburguesando un poco, es un proceso natural. Ya habrá gente nueva que rompa eso.”
Respecto de la situación en Argentina, opinó: “Estamos mejor que hace 10, 12 años, porque entramos en una realidad que es más parecida a la que merecemos, (como) con un dólar que son tres pesos. Nos aceptamos más como lo que realmente somos y no como lo que quisiéramos ser. A medida en que nos aceptamos más como lo que somos, podemos transformarnos”.
Aunque “es difícil hablar de mi país, porque mi país son las tres manzanas alrededor de mi casa y el barrio al que voy a tomar una cerveza”.