Usted está aquí: lunes 16 de junio de 2008 Opinión Los precios y el banco central

León Bendesky
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Los precios y el banco central

El fenómeno del aumento de los precios domina la discusión económica en el mundo. La inflación ha resurgido luego de varios años de estabilidad, situación que incluso había llevado a algunos entusiastas a pensar que había sido finalmente dominada.

El aumento de los precios del petróleo y de los alimentos están en el centro de las nuevas presiones inflacionarias; pero las materias primas industriales también se han elevado y contribuyen a alza de productos como el acero.

La inflación mundial llegó a 5.5 por ciento, su nivel más elevado desde 1999. Esta tendencia puso en la mira a la política monetaria y la gestión de los bancos centrales, encargados primordialmente de mantener a raya el incremento de los precios en un entorno institucional en el que tienen autonomía con respecto a los gobiernos.

En México la inflación anual en mayo, medida contra el valor del mismo mes de 2007, llegó a 4.95 por ciento, registro muy alto si se contrasta con la meta del Banco de México, que es de una tasa anual de 3 por ciento. Los precios han acumulado en el curso del año –otra vez, hasta mayo– una tasa de 1.61 por ciento.

El banco central enfrenta hoy la disyuntiva clásica de una economía de mercado, que está dada por la relación que se fija entre el aumento de los precios y las condiciones que alientan el crecimiento del producto. En general se considera que una elevada inflación reprime el crecimiento. Y el instrumento que tiene la política monetaria para incidir en esta relación es la influencia que ejerce sobre las tasas de interés, o sea, el costo del crédito.

Los bancos centrales difieren en su capacidad de influir sobre las tasas de interés; en unos casos, como es el de la Reserva Federal, lo hace de modo más directo; en otros, como ocurre con el Banco de México, es de manera indirecta.

Aquí se fija la tasa a la que se presta a los bancos comerciales por un día. Ésta es hoy de 7.52 por ciento y aumenta de modo constante desde hace un año, cuando era de 7.27 por ciento. Las otras tasas que sirven de referencia en el mercado de créditos, como ocurre con los Cetes a 28 días, se determinan por medio de una subasta semanal en la que participan los bancos. Esta tasa se fijó la semana pasada en 7.47 por ciento y hace un año era de 7.20 por ciento.

La autoridad monetaria está actuando de modo convencional ante la presión inflacionaria, es decir, sostiene la elevación de las tasas de interés. En esto no se distingue de su contraparte en Estados Unidos o del caso del Banco Central Europeo. Tanto Bernanke como Trichet, jefes de esas instituciones, han indicado que las tasas de interés aumentarán. Cuando lo hacen, los mercados se ajustan incluso antes de que dichos aumentos ocurran. Así sucedió, por ejemplo, en España, donde hace unos días se dispararon las tasas de créditos hipotecarios

Pero la analogía en cuanto a lo que hacen los bancos centrales tiene sus propios límites, dados por las condiciones de cada economía y, en este caso, el Banco de México opera en el marco de la estructura propia de la producción aquí y ahora.

El crecimiento de la economía mexicana sigue siendo bajo y los economistas siguen preguntándose por qué. Aún no se resienten de modo pleno las condiciones de menor dinamismo del mercado estadunidense. Las exportaciones manufactureras a ese país todavía no se frenan, aunque el saldo comercial es en general negativo. La economía se sostiene ahora por el alto precio del petróleo.

Además, el tipo de cambio opera en un marco de flexibilidad, aunque por supuesto hay una intervención del banco central. Si se reducen las tasas de interés el valor del peso frente al dólar se depreciará y eso aumenta la presión sobre los precios, ya que esta economía es importadora de inflación. El dólar es hoy una mercancía barata y si los rendimientos en pesos bajan será cada vez más atractivo vender los pesos y comprar dólares. Una devaluación del peso también es inflacionaria.

Si el Banco de México debe actuar más en el terreno del crecimiento es hoy un asunto abierto ahora por Felipe Calderón y Agustín Carstens. Nada previene que el gobierno entable este diálogo con el banco central, pero el secretario de Hacienda sabe bien, tanto por sus concepciones económicas como por su formación profesional, que en el marco institucional vigente y en el entorno predominante de la política económica que se aplica en términos globales no hay mucho margen de maniobra. Así que no secundó decisivamente a su jefe.

Una tasa de interés más baja no garantiza que los bancos comerciales, predominantemente extranjeros, aumenten el flujo de financiamiento a la producción, y bien puede ocurrir que un aflojamiento en la política monetaria se vaya al mercado cambiario.

El problema del crecimiento de la economía mexicana está en otra parte. En las grandes distorsiones de los mercados, el desfase entre el sector financiero y la producción, la reducida productividad que afecta al conjunto del sistema y la enorme desigualdad en la distribución del ingreso, que, por cierto, se agravará con el resurgimiento de la inflación.

 
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