La vida al desnudo
Si visitaste la Plaza del Diamante en el barrio de Gracia en Barcelona antes de leer a Mercè Rodoreda (1908-1983) quizá permaneciste indiferente; pero si pretendieras recorrerla después de haber leído a esta catalana tu conmoción sería tan grande que huirías del lugar y no desearías ni soñarlo. A partir de ahora que acabo de leer la novela emblemática de Rodoreda no volveré a visitar aquel sitio de la ciudad, y si de casualidad me encontrara una vez más en su centro cerraría los ojos y a ciegas buscaría la salida; procuraría atenuar el impacto que habría grabado en mi conciencia y rogaría al Todopoderoso, “Aparta de mí tu cáliz.” ¿Pero por qué, se extrañaría Meredith desde el epígrafe de La Plaza del Diamante, si esto es la vida, querida?
“Una caja vacía hecha de casas viejas y el cielo por tapadera”, según Rodoreda describe la Plaza al final de la obra, cuando de madrugada sale de su vida nueva para andar por su vida antigua, ayudada por el viento a seguir más allá como si se escapara. “Con los brazos delante de la cara para salvarme de no sabía qué, di un grito de infierno. Un grito que debía hacer años que llevaba dentro y con aquel grito, tan ancho que le costó mucho pasar por la garganta, me salió de la boca una pizca de cosa de nada... y aquella pizca de cosa de nada que había vivido tanto tiempo encerrada dentro, era mi juventud que se escapaba, con ese grito que no sabía bien lo que era... ¿abandono?” “Sabía que había hecho algo diferente, pero me costaba pensar en lo que había hecho y si lo había hecho; no sabía si lo que había hecho lo había hecho algo despierta o muy dormida.”
Es la vida de una vendedora de dulces huérfana convertida en sirvienta. Es la vida de la esposa de Quimet, carpintero aficionado a las palomas y las motocicletas convertido en miliciano y, junto con sus dos amigos de infancia, caído en la Guerra Civil de España. Es la vida de una madre viuda y desempleada que contempla matar a sus pequeños hijo e hija antes que verlos morir de hambre. Es la vida de una mujer bendecida con una segunda oportunidad. “Estuve unos cuantos días pensando y el día que me decidí, después de haber sopesado mucho el pro y el contra, le dije al tendero que sí; que nos casaríamos. Me tomó una mano y su mano temblaba, y me dijo que no me podía imaginar qué jardín le acababa de sembrar dentro.” Antoni, el tendero próspero y solo en el mundo, castrado en la guerra, “necesitaba decirme que nunca había sido tan feliz como desde que nos tenía a los tres en casa, y que me tenía que dar las gracias, porque con la felicidad que llevaba dentro también se le había puesto la suerte de cara y las cosas le iban muy bien.” “Gracias. Gracias. Gracias. Antoni se había pasado años diciendo gracias y yo nunca le había dado las gracias por nada. Gracias.”
Es la vida de una persona de buen ánimo, reacia a la tendencia a sufrir y hacer sufrir, pues “Si me ponía a pensar me veía rodeada de pozos y a punto de caerme en cualquiera de ellos.” “Los niños no hablaban nunca de su padre y si a mí me venía el recuerdo hacía un gran esfuerzo para quitármelo, porque llevaba un cansancio tan grande dentro que no lo puedo ni explicar, y había que vivir.”
Es la vida de Natalia, La Colometa, que en añoranza de una madre muerta que no podía aconsejarla, atiende los consejos de una vecina a la que convierte en su madre sustituta. Es la vida de un alma sencilla que comparte sus recuerdos con quien se siente a su lado en la banca del parque. Es la vida de una afortunada que ve a sus hijos crecer y encaminarse. Es la vida de una mente y un corazón dispuestos a desenlazarse del pasado, valientes al aceptar que el presente es la única realidad. Antoni “estaba vuelto de espaldas y le pasé un brazo por debajo de su brazo y lo abracé por el pecho. Le pegué la cara a la espalda y fue como si sintiera vivir todo lo que tenía dentro, que también era él.”
Y Mercè Rodoreda es la escritora que yo buscaba seguir. Me hace feliz.