Usted está aquí: viernes 13 de junio de 2008 Política ¿Fin de la dinastía Clinton?

Jorge Camil

¿Fin de la dinastía Clinton?

Obama está a punto de hacer historia. Y digo “a punto” porque aún debe obtener la nominación oficial del partido y, más importante aún, quitarse la sombra de los Clinton. Presionada por jerarcas como Jimmy Carter, Hillary finalmente aceptó “felicitar” a Obama por una campaña “bien llevada”. Reconoció inclusive, aunque en forma un tanto cuanto paternalista, que el joven senador “ya había vivido su sueño americano”. Pero no se engañe, si lee entre líneas el discurso de Hillary se dará cuenta de que aún no ha reconocido la derrota, ni ha liberado a sus delegados para que voten por Obama en el primer escrutinio de la convención. Como hábil abogada, simplemente “suspendió” su campaña. No la terminó, ni la clausuró. Tampoco renunció a ser la candidata del partido. Su discurso estuvo lejos de hacer compromisos firmes o utilizar palabras específicas. Aguarda la convención del partido en agosto. ¿Pero, por qué tanto formalismo y tanta espera? Porque según Dick Morris (antiguo asesor de los Clinton, hoy convertido en archienemigo) Hillary aún espera el milagro de que algún hecho fortuito, o alguna oscura revelación, descarrilen la campaña de Obama. Eso le permitiría aparecer en la convención a “salvar el día”.

Los Clinton ambicionan más que nadie la presidencia de 2006. Con arrogancia característica pensaron que la tenían ganada (parafraseando a un popular comentarista deportivo: “la tenían, era suya, y la dejaron ir...”) Y aunque Obama tiene más de los delegados necesarios para la postulación oficial no ha logrado aún que desaparezca el fantasma de Hillary. “Todo puede pasar antes de la convención”, ha repetido ella en varias ocasiones. Y con marcado mal gusto, o mala leche, recordó a los electores que fue precisamente en un fatídico mes de junio de 1968 cuando una bala asesina acabó con la vida del candidato Bob Kennedy. Después se disculpó públicamente, pero el daño estaba hecho. A partir de entonces corrió el rumor de que Obama podría ser asesinado; como los Kennedy, como Martin Luther King Jr. El mensaje era claro: de ocurrir la tragedia, el partido necesitaría a Hillary para sacrificarse por las minorías, recoger el estandarte y salvar a los demócratas.

Hillary perdió la nominación hace más de dos meses, pero fingió que continuaba peleando. “Soy más fuerte que Rocky Balboa”, dijo en más de una ocasión. Y a partir de ese momento en todos sus actos proselitistas aparecían detrás de la candidata dos paleros con un par de guantes de box colgados al cuello. Con la nominación perdida no se trataba ya de ganar, sino de sacar el mayor provecho político. Ése es su modus operandi.

Hace más de un mes John King, principal analista político de CNN, presentó en una pantalla touch screen, todos los posibles escenarios. Y en todas las combinaciones perdía Hillary. King terminó con una frase ominosa. “Las matemáticas son inexorables. Aunque Hillary gane todas las primarias pendientes jamás tendrá los delegados necesarios para obtener la nominación en buena lid”.

Dick Morris, quien conoce a la pareja como el mejor, asegura que los Clinton deben estar utilizando investigadores privados para hurgar en el pasado de Obama en busca de información que destruya la vida política de quien hoy parece destinado a convertirse en el primer presidente afroestadunidense en la historia de Estados Unidos. Con su conducta, los Clinton están demostrando que su pretendido amor por la causa de los negros ha sido sólo un medio para lograr la fama y el poder político.

Hoy, cuando un afroestadunidense amenaza arrebatarles su proyecto de vida, lo combaten con todos los golpes bajos de que son capaces. ¿Y cuál es el proyecto de vida de los Clinton? Ganar la presidencia en 2006, detentarla ocho años, y dejar posicionada a su hija Chelsea como senadora para buscar la presidencia a su debido tiempo. ¿Veinticuatro años de los Clinton: ocho de Bill, ocho de Hillary y ocho de Chelsea? ¿Eso es democracia?

Antes de “felicitar” a Obama, y con la presidencia irremediablemente perdida, Hillary esgrimió argumentos increíbles para demostrar que aún tenía posibilidades. Inventó reglas no escritas y después, cuando éstas no la ayudaban, esgrimió la tortuosa lógica clintoniana para demostrar que todas las reglas eran injustas. ¡Nadie podía negarle la presidencia! ¡Era suya por derecho divino!

En un país donde los votos populares no cuentan, y sirven únicamente para obtener delegados en las primarias y votos electorales en la elección general, Hillary argumentó que la regla era arbitraria y deberían considerarse los votos populares. Como tampoco así ganaba exigió que se contaran los votos populares de Michigan y Florida, dos estados que violaron las reglas del partido y recibieron como castigo la eliminación de sus delegados en la convención nacional. Después, totalmente desesperada, exigió que su cercanía con Obama en el voto popular le otorgaba el derecho de exigir la nominación para la vicepresidencia. ¡Esto en un país donde el candidato ganador tiene derecho absoluto para designar libremente al compañero de fórmula!

 
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