■ Internas de la prisión de Los Teques dignifican su vida mediante la música
Llega a la cárcel “el efecto multiplicador” del sistema de orquestas de Venezuela
■ El pasado abril ofrecieron su primer concierto en el teatro Teresa Carreño de Caracas
Caracas, 10 de junio. El sonido de los violines y las repeticiones del coro llenan los pasillos de la prisión femenina de Los Teques y transforman este centro penitenciario venezolano en un inusitado conservatorio cuyas alumnas dejan de sentirse presas por unas horas para convertirse en músicas.
“La viola ha sido el toque final que necesitaba para cambiar y entrar en una nueva etapa de mi vida en la que todo va a ir finalmente bien”, manifiesta Yoanni Aldana, de 29 años, presa desde hace dos años en este centro a las afueras de Caracas.
Esta mujer, condenada por secuestro, es una de las 35 internas de este Instituto Nacional de Orientación Femenina de Los Teques, que participa en el proyecto de orquesta sinfónica penitenciaria, en el cual están involucradas tres prisiones venezolanas.
“Es algo diferente, me llena, me hace sentir cosas diferentes. Nunca pensé que podría pasarme esto. Lo mío era la música electrónica y ahora sólo pienso en salir de aquí e inscribir a mis dos hijas en clases de música”, insiste Aldana, quien está presa con Alexandra, su hija de dos años.
Arte liberador
Para las internas, los cursos de música y canto comenzaron hace un año como una actividad más para reducir sus condenas. Con el paso del tiempo, las clases, impartidas por profesores del Sistema Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles de Venezuela, recientemente galardonado con el Premio Príncipe de Asturias, se convirtieron en una pasión.
Para Eddiger Guerrero, responsable del proyecto, la orquesta ha conseguido que las internas mejoren su vocabulario, su aseo personal y tengan mejores relaciones entre ellas y con sus familiares.
“En muchos casos, la cárcel se ve ya como una escuela y no como un lugar de castigo”, explica. Gracias al financiamiento del gobierno, de ese sistema y de instituciones como el Banco Interamericano de Desarrollo, cada integrante de la orquesta recibió un instrumento. Por razones de seguridad, pueden usarlo en clase y siempre que lo deseen para ensayar, pero en ningún caso llevarlo a las celdas.
“Somos parte de algo que no existe en otro lugar del mundo. Cometimos errores y por eso estamos aquí, pero ahora tenemos una gran oportunidad. Cuando salgamos podremos seguir adelante con la música”, afirma María Cristina Santana, una de las sopranos del coro, presa por tráfico de drogas.
La mayor recompensa para estas músicas tan especiales fue el primer concierto de la orquesta sinfónica, efectuado a finales de abril en el teatro más emblemático de Caracas, el Teresa Carreño, para el que se reunieron por primera vez 136 internos de tres centros penitenciarios.
“Fue maravilloso. Yo no me sentía presa, sólo quería ver a mis hijos y que ellos me vieran”, recuerda emocionada Glenda Yulán, integrante del coro.
En 2007, 498 presos murieron en las cárceles venezolanas, según la organización no gubernamental Observatorio de prisiones. Las prisiones del país son un reflejo de la falta de atención y las políticas erráticas de sucesivos gobiernos y del miedo de una sociedad que prefiere la represión a la prevención.
“Dignificar la calidad de la vida penitenciaria es entender que la justicia y las cárceles son problema de todos los ciudadanos y no del gobierno. Pero los venezolanos no quieren participar en este proceso y descuidan totalmente sus cárceles”, deplora Reinaldo Hidalgo, responsable del programa de humanización carcelaria.
Para el director de la orquesta de la prisión de Los Teques, Freddy Ibarra, lo más precioso de este proyecto musical es su “efecto multiplicador. Los que un día recibimos, hoy tenemos la posibilidad de dar un medio para dignificar a estas personas y preparar su reinserción”, explica este ex alumno del sistema de orquestas de Venezuela.