Usted está aquí: domingo 8 de junio de 2008 Capital Polvos de aquellos lodos

Ángeles González Gamio
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Polvos de aquellos lodos

La primera mitad del siglo XIX se caracterizó por las pugnas constantes entre liberales y conservadores, que se expresaron en constantes asonadas, guerras y derrocamientos. Entre las diferencias más marcadas estaba el tema religioso, que increíblemente aún no podemos considerar resuelto, como nos lo han demostrado acontecimientos recientes, que trajeron a mi mente una crónica que escribí hace varios años sobre La Cruz, “periódico exclusivamente religioso establecido ex profeso para difundir las doctrinas ortodoxas y vindicarlas de los errores dominantes”, que se publicaba justo en la época en la que se dieron los enconados debates que culminaron con las Leyes de Reforma. La presentación del primer número, publicado el 10 de noviembre de 1855, dice: “Restablecida por la cesación de la dictadura, la libertad de imprenta, vuelven a presentarse de nuevo en el teatro de la discusión pública las antiguas cuestiones. A la voz de reforma todos acuden para presentar a la nación y al gobierno sus opiniones, sus designios y aún sus intereses y pasiones. Apenas han transcurrido dos meses desde la fuga de Santa-Anna y se han propalado ya estas diversas ideas. Pero lo que más ardientemente se debate es la cuestión religiosa. En pocos días hemos visto disfrazados elogios del protestantismo, enconados ataques a la iglesia, escandalosos sarcasmos contra el clero, proclamaciones entusiastas de la libertad de conciencia...

“En estas circunstancias es un deber de todo católico apercibirse al combate y salir a la defensa; volver por la causa de la religión escarnecida, calumniada; decir otra vez que ella es la fuente de la civilización moderna, la reguladora de los destinos de la humanidad, la verdadera garantía de los pueblos y el más firme apoyo de los gobiernos, que sin ella todo retrocede; que para México es el bien más precioso....”

Impacta pensar que en varios sectores estas ideas siguen vigentes. El periódico, que era en realidad un libro, contaba con cuatro secciones; la principal, con artículos de apología y defensa de la religión, pero también tenía poesía, noticias, historia y crónicas. Está ilustrado con magníficas litografías y buena impresión y papel. Al margen de la cuestión religiosa es de gran interés para historiadores y cronistas, por lo bien documentado de algunas crónicas y artículos históricos y como testimonio de la mentalidad de una época.

Uno de los temas se titula “Educación de la Mujer”; en él se transcribe la carta de un padre comentando la novela de Alejandro Dumas titulada La boca del infierno:

“Mi Sofía a sus 15 años ha agotado ya su pequeña biblioteca, compuesta de las obras de Walter Scott, de Fleury, de Madama Stael, de Madama de Genlis y la otra mañana sorprendila sentada a la sombra de un árbol y leyendo con avidez precisamente la primera página de La Boca del infierno. Confieso que esto me causó una sensación desagradable. En mi calidad de hombre de mundo, he leído casi todas las obras de Alejandro Dumas y he leído en ellas cosas capaces de enrojecer un rostro barbado. Quité el libro de las manos de Sofía y esto la disgustó mucho. Díjela que no podía leerlo y me hizo ver que mi resolución era enteramente opuesta a las ideas que acerca de libros y de la educación de las jóvenes había profesado siempre.

“Yo también hallo contradicción entre mis ideas de ayer y de hoy en todo lo que se refiere a Sofía y esto consiste en que mi amor de padre borra en mí al filósofo de capricho y de costumbre...”

Esta carta se escribió en San Ángel en 1856, así es que vayamos a la avenida de La Paz 40, en donde se encuentra la trattoria Casa Nuova, un sitio encantador, luminoso, moderno, que ofrece muy buena comida italiana. Entre mis platillos favoritos: la lasaña, el portobello con salsa de camarón y la bisteca con papas al ajo. De postre, la crostata de chocolate con ricotta, naranja, canela y vainilla. Abajo venden suculentos goodies para llevar, entre otros, su buen pan.

 
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