A la mitad del foro
■ Que coman encuestas
“En mi larga carrera, joven, muchas veces he tenido que comerme mis propias palabras; y siempre me he encontrado con que son un buen alimento”, respondió Winston Churchill a un opositor que eso auguraba a lo dicho en el Parlamento por el viejo león. En la era del espectáculo, los políticos de la pluralidad se alimentan de cifras, de los puntos porcentuales asignados por los augures de las encuestas. Enrique Peña diría con gusto que le parecen muy buen alimento las que nos ofreció la Encuesta Nacional 2008, Gobierno, sociedad y política, del Gabinete de Comunicación Estratégica.
Valoran y califican imágenes, satisfacción o disgusto con lo hecho por los gobernadores de esta República federal. En ninguna calificación de atributos personales aparece a la cabeza el del estado de México. Pero cuando los arúspices hurgan en las entrañas de las aves para hacer la cuenta de quién le gustaría a los ciudadanos que fuera el próximo presidente de la República, un 43 por ciento dice que Enrique Peña. Lejos, muy lejos, lo sigue en esas preferencias del contemporáneo modo de conjugar el verbo madrugar, Marcelo Ebrard, con un modesto 17 por ciento. Nadie duda que esas cifras son buen alimento para estimular el ánimo de los aspirantes, manjar para el ego de Enrique Peña. Pero como en casa de Alonso Quijano, hay salpicón las más de las veces. Ropa vieja, dirían los jarochos, al ver el sitio distinguido que dieron a Fidel Herrera Beltrán en ese platillo. Mientras que en Sonora, “ebrio de poder y bacanora”, Eduardo Bours acompaña al tamaulipeco Eugenio Hernández y a Humberto Moreira, el de Coahuila, en el trío con mejores “atributos personales”.
Será que se agotó la ilusión popular con los alternantes, beneficiarios de la victoria cultural que proclamó Carlos Castillo Peraza. O será que los encuestados se indigestaron con la estulta verborrea de Vicente Fox y no alcanza con haber conservado la plaza tomada de Los Pinos, ni las cifras positivas que dan los calificadores a Felipe Calderón, para poner a flote a los pocos gobernadores del PAN que así están y así nos los están haciendo tragar. Bastaría la birria del de Jalisco, la cerrazón del de Aguascalientes, la invisibilidad del converso tlaxcalteca. Quizás sea Morelos el único estado en que no resultó peor el panista que sustituyó a otro en palacio de gobierno. Aunque dirían los del realismo posmoderno que superar a Estrada Cajigal no es mérito: es inevitable, es ineludible.
Un Pan que no se come, diría Javier Romero, “hijo y nieto de Camborios”. Pero que ofrece el espectáculo portentoso de combates imaginarios en los que baja del tapanco el bravucón Manuel Espino para callar al bravucón Germán Martínez Cázares. Los del crimen organizado nos están ganando la guerra, declara con engolada voz el duranguense que llegó al mando del PAN y sacó de la cárcel a un presunto infiltrado del narco en Los Pinos. Cuando el Yunque es duro, se pandean los restauradores del liderazgo presidencial del partido en el poder. Los años de soñar con la inserción a la modernidad imitando al norte rico, siguiendo al pie de la letra las recetas del dúo Reagan-Thatcher, estragaron el paladar y debilitaron las neuronas de nuestra clase dirigente, política y empresarial, presta a ser oligarquía y predispuesta a la plutocracia.
Alberto Cárdenas y Ernesto Sojo dijeron solemnemente que no nos afectaría la crisis porque íbamos a importar alimentos. Repitieron la insolente resolución de John Block, secretario de Agricultura de Ronald Reagan: “La idea de que los países en desarrollo debieran alimentarse a sí mismos es anacronismo de una era ida. Podrían garantizar su seguridad alimentaria dependiendo de productos agrícolas de Estados Unidos, disponibles, las más de las veces, a un precio más bajo.” ¡Ave César, los hambrientos te saludan! Y en Roma, en la FAO, dirían los expertos que es imperativo cambiar la receta, reducir o eliminar los subsidios agrícolas de los ricos, invertir en la producción de alimentos en los países pobres. Y, concluiría un sabio, la transformación de alimentos en combustible, de maíz amarillo en etanol, es un crimen.
Nada teman, dice el despistado secretario de Agricultura: no subirán aquí los precios aunque vamos a importar alimentos de donde se ha producido una crisis de pronóstico reservado y ya se han disparado los precios; no esperan que bajen y aseguran que los alimentos caros estarán con nosotros largos años. El efecto de la demanda “Chindia” de energía no se reduce a combustibles, incluye comestibles. Y aunque Felipe Calderón ya anunció acciones de su gobierno para aliviar escasez y aumento de precios en el pan y la tortilla, aunque los neoconservadores que pregonan la insoportable levedad de la norma constitucional aseguran que la estabilidad es inalterable y no hay riesgo de inflación, gracias al Banco de México autónomo y su monotemático director, el kilo de tortilla que se vendía a 8.27 pesos, se vende ahora a 11.50 pesos. Ah, Banamex dice que no es tendencia generalizada.
Ernesto Zedillo dictará conferencia en la misma sesión que el otrora omnisciente Alan Greenspan. Culpable o no del error de diciembre, Jaime Serra Puche dejó la Secretaría de Hacienda y el doctorcito Zedillo designó a Guillermo Ortiz. Cuentan los validos de palacio que en la primera junta formal de gabinete, en pleno desastre, ante el desplome de la economía que lo obligaría a pignorar la renta petrolera a Bill Clinton, el de Yale interrumpió algún monólogo del señor secretario de Hacienda con la elegante, inmarcesible frase, digna de gravarse en mármol y, al paso que vamos, en letras de oro en el Congreso de la Unión. Y dijo el señor presidente de la República, democratizador sin miedo y sin tacha: “¡No mames, Memo!”.
Por aquello de la dudas y mientras concluye la discusión sobre foros o consulta sobre la iniciativa de reformas al sector energético, Felipe Calderón reunió en palacio a funcionarios de su gobierno y les leyó la cartilla. Cero tolerancia a la corrupción, desde la compra de un lápiz a la de una plataforma petrolera; trabajar en equipo, tema que es su viejo lema; atender a los ciudadanos que, no estoy seguro si lo dijo, son sus mandantes, sin excluir a los que menos tienen: “Pónganse en sus zapatos”, les dijo. Aunque entre nuestros millones de la pobreza extrema los hay descalzos. Y, porque la crítica ha de reconocer lo positivo, hay que poner el acento en el llamado a no estorbar la actividad productiva que hizo el presidente Calderón a sus colaboradores del sector económico. “Subejercicio”, dicen los conocedores; la criminal estupidez de no gastar lo que se les asignó para atender las siempre ingentes y urgentes necesidades en salud, educación, alimentación, vivienda, obras de infraestructura.
Los foros del debate en el Senado de la República ya cambiaron la propuesta posible de reforma en lo sustancial y en los alcances de lo impreciso y la opacidad de lo indefinido. Acertó Dulce María Sauri en la precisa conclusión. Agustín Carstens ofrecerá sus fórmulas redistributivas a la globalidad financiera entrampada en el auge petrolero y la recesión económica: ¿Piden excedentes?: que coman encuestas.
Ensordecedor el silencio de Alejandro Encinas y Jesús Ortega entre las ruinas del PRD. Marcelo Ebrard insiste en capitalizar la consulta popular. López Obrador vuelve a predicar la virtud del poder popular.
“Vino el comandante y mandó parar”, decía el son cubano revolucionario.