Usted está aquí: jueves 5 de junio de 2008 Opinión Nebbia

Olga Harmony

Nebbia

Desde que trajo a México –en donde ha hecho varios y entrañables amigos– su inolvidable Ícaro, Daniele Finzi Pasca ha sido visto por nosotros en algunos de los espectáculos de su Teatro Sunil con una técnica que, con toda razón ha denominado “teatro de la caricia” por la ternura que prodiga en escena y que llega hasta los espectadores. Más allá de la especial clownería de que ha hecho siempre gala, Finzi Pasca es cuentista, dramaturgo, coreógrafo y director y también escribe y dirige para circos escénicos, como el circo del Sol y, con el Cirque Eloize para el que compuso una trilogía acerca del cielo de la que sólo conocemos esta última parte titulada Nebbia que en español sería Niebla. En el espectáculo la niebla se abate sobre la escena y sus jirones son recuerdos del barrio y sobre todo de esa abuela siempre mencionada cuya presencia discurre en no pocas ocasiones por el escenario en forma de un bello maniquí de alambre con las rotundas formas de una mujer antigua, hasta que al final se hace presente con un carnaval de invierno en que, como quería la nona, todos visten de faldas tutú para celebrarlo. Entre recuerdo y recuerdo transcurren insólitos actos circenses que pueden o no ser parte de la memoria, pero cuya poesía no desentona de lo planteado por el autor y director, como si la niebla adoptara bellas y deliciosas figuras en un onírico resumen de añoranzas y deseos.

La escenificación se ve pautada por un narrador clownesco de cuyas ropas se desprenden desgarrones nebulosos a cada movimiento, a telón cerrado mientras se prepara un nuevo acto circense, siempre asombroso, siempre de una gran perfección en su desempeño. Los miembros de Cirque Eloize han llegado –como suele ocurrir en todo circo, así sea para la escena– de diferentes latitudes y sus once integrantes son acróbatas, músicos y bailarines que logran integrar un coherente espectáculo nada alejado del teatro, en que se suceden momentos muy graciosos, como el del entrenamiento en artes marciales y, desde luego los del narrador –a veces mago, a veces injusto entrenador de atletas– y su inepto ayudante con la luz, con secuencias de gran aptitud acrobática, unidas casi siempre por el hecho de que, quienes han participado en una anterior, se integran a la siguiente, a veces de manera chusca, a veces como silentes espectadores de tiempos pasados, que observan el desempeño de sus compañeros.

Pudimos ver algo tan remoto como la melodía tocada en un serrucho que a algunos nos retrotrajo a la infancia, un extraordinario contorsionista sumido en un pequeño receptáculo en la escena del fallido mago-narrador y escenas que tienen en sí mismas una historia detrás, como la de la carnicería y la del bosque, por no hablar de la final en que se remata la historia de la abuela y todas ellas como principio o fin de uno de los actos de acrobacia y en las que el hilo de la nostalgia de los recuerdos del barrio –presente, quizás también en el momento de las trapecistas con atuendo de niñas pequeñas– se manifiesta con mayor fuerza. Instrumentos en que la música original de María Bonzanigo, también coreógrafa, es tocada en escena –amén de la grabada para los actos de acrobacia– y cantada por los miembros del elenco, algunos de ellos como André-Anne Gingras-Roy y Nicola Marinoni no son acróbatas o clowns como sus compañeros Evelyne Allard, Jean-Philippe Cuerrier, Stéphane Gentilini, Cattherine Girard, Evelyne Laforest, Gustavo Lobo Alves da Fonte, Gonzalo Muñoz Ferrer y Joseph Pinzon, Félix Salas.

La belleza de cada acto, que nos llevan de la luminosidad del principio hasta la nieve de invierno, no sería posible sin la escenografía de Hugo Gargiulo con sus espléndidos aparatos de acrobacia como la estrella giratoria, el bosque de estacas en que girarán los platillos o la ambientación de la carnicería y de la feria carnavalesca del final, con sus cambios de luz y tonalidades. También contribuye al feliz conjunto el vestuario de Linda Brunelle en este encantador espectáculo que ojalá se vuelva a presentar en México.

 
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