Temblores de los regímenes de Myanmar y China
Cuando recibimos las noticias del catastrófico sismo en Sichuán, me vino a la mente Zheng Sun Man, un ejecutivo que promete, dedicado a temas de seguridad, a quien conocí en un reciente viaje a China. Zheng encabeza Aebell Electrical Technology, una compañía con sede en Guangzhou que hace cámaras de vigilancia y sistemas de anuncios públicos y se los vende al gobierno.
Zheng, de 28 años, con una maestría en administración de empresas y adicto a enviar mensajes de texto por celular, estaba empeñado en convencerme de que sus cámaras y altavoces no se usan contra activistas en favor de la democracia u organizadores sindicales. Son para enfrentar desastres naturales, explicó Zheng, y puso como ejemplo las inesperadas tormentas de nieve que precedieron el Año Nuevo Lunar. Durante la crisis, el gobierno “pudo usar el material de las cámaras de las vías del tren para comunicar cómo manejar la situación y organizar una evacuación. Vimos cómo el gobierno central puede ordenar desde el norte qué hacer con las emergencias en el sur”.
Claro, las cámaras de vigilancia también tienen otros usos, como ayudar a hacer carteles de los activistas tibetanos “más buscados”. Pero Zheng tenía razón en algo: nada asusta a un régimen represivo tanto como un desastre natural. Los estados autoritarios gobiernan con el terror y proyectando un aura de control completo. Cuando de pronto parecen estar necesitados de personal, ausentes o desorganizados, sus súbditos pueden envalentonarse peligrosamente. Es algo que hay que mantener en mente mientras dos de los regímenes más represivos del planeta –China y Myanmar– luchan por responder a los devastadores desastres: el terremoto en Sichuán y el ciclón Nargis. En ambos casos, los desastres pusieron al descubierto graves debilidades políticas dentro de los regímenes, y ambas crisis tienen el potencial de despertar un nivel de rabia pública que sería difícil de controlar.
Mientras China está atareada construyéndose a sí misma y crea fuentes de empleo y nueva riqueza, los residentes tienden a mantenerse callados acerca de lo que todos saben: para ahorrar gastos, los constructores frecuentemente no cumplen con lo debido y desobedecen las normas de seguridad, mientras los funcionarios locales son sobornados para que se hagan de la vista gorda. Pero cuando China se derrumba –incluyendo al menos ocho escuelas en la zona del terremoto– la verdad encuentra la manera de escapar de entre los escombros. “Mira todos los edificios alrededor. Eran de la misma altura. Entonces, ¿por qué se derrumbó la escuela?”, interrogó un afligido pariente en Juyuan a un periodista extranjero. “Porque los contratistas quieren obtener ganancias a costa de nuestros niños”. Una madre en Dujiangyan le dijo a The Guardian: “Los funcionarios chinos son demasiado corruptos y malos... tienen dinero para prostitutas y segundas esposas pero no tienen dinero para nuestros niños”.
El hecho de que los estadios olímpicos fueron construidos para soportar fuertes sismos de pronto reconforta poco. Cuando estuve en China, era difícil encontrar a alguien que quisiera criticar el despilfarro olímpico. Ahora hay mensajes en los portales mainstream de Internet que dicen que la carrera de la antorcha es un “derroche” y que su continuación en medio de tanto sufrimiento es “inhumano”.
Nada de esto se compara con la ira en ebullición en Myanmar, donde los supervivientes del ciclón propinaron una fuerte golpiza por lo menos a un funcionario local, furiosos por su fracaso en distribuir la ayuda. Simon Billenness, copresidente de la junta de directores de la Campaña Estadunidense por Myanmar, me dijo: “Esto es mil veces Katrina. No veo cómo no pueda desencadenar un malestar político”.
El malestar que más preocupa al régimen no proviene de los ciudadanos comunes, sino de los militares, un hecho que explica algunas de las conductas más erráticas de la junta. Por ejemplo, sabemos que la junta birmana ha recibido el crédito por las provisiones enviadas por otros países. Ahora resulta que han recibido más que el crédito, en algunos casos se ha quedado con la ayuda. Según un informe de Asia Times, el régimen ha estado secuestrando cargamentos de alimentos y los ha distribuido entre sus 400 mil soldados. Las razones aluden a la profunda amenaza que representa el desastre. Los generales, parece ser, están “atormentados por un miedo casi patológico a una división dentro de sus propias filas... si no se le da prioridad a los soldados en la distribución de la ayuda y no pueden alimentarse a sí mismos, la posibilidad de motín se eleva”. Mark Farmaner, director de la Campaña Inglesa por Myanmar, confirma que antes del ciclón, los militares ya enfrentaban con una ola de deserciones.
Este robo de alimentos a una escala relativamente pequeña fortalece a la junta para su mucho mayor atraco, el que tiene lugar vía el referendo constitucional que los generales han insistido en llevar a cabo, contra viento y marea. Seducidos por los altos precios de las materias primas (commodities), los generales de Myanmar acaparan la abundancia natural del país, lo despojan de sus piedras preciosas, madera, arroz y petróleo. Por más lucrativo que sea este arreglo, el dirigente de la junta, el general Than Shwe, sabe que no puede resistirse indefinidamente a los llamados a la democracia.
Siguiendo el guión del dictador chileno Augusto Pinochet, los generales redactaron una Constitución que permite futuras elecciones, pero trata de garantizar que ningún gobierno tendrá el poder de enjuiciarlos por sus crímenes o quitarles su riqueza mal habida. Según palabras de Farmaner, tras las elecciones, los líderes de la junta “usarán trajes en vez de botas”. Buena parte de la votación ya se llevó a cabo, con excepción de los distritos devastados por el ciclón, el referendo fue pospuesto hasta el 24 de mayo. Aung Din, director ejecutivo de la Campaña Estadunidense por Myanmar, me dijo que los militares se rebajaron a utilizar la ayuda para obtener votos. “Se acerca la temporada de lluvias”, me dijo, “y la gente necesita reparar sus techos. Cuando van a comprar los materiales, que están muy limitados, les dicen que solamente los obtendrán si acceden a votar por adelantado en favor de la Constitución”.
El ciclón, mientras, le ofreció a la junta militar una última gran oportunidad de hacer negocios: al bloquear la llegada de ayuda a las altamente fértiles tierras del delta del río Irrawaddy, cientos de miles de –en su mayoría– agricultores de arroz del grupo étnico Karen, son sentenciados a muerte. Según Farmaner, “esa tierra puede ser entregada a los compinches de los generales” (se parece al acaparramiento de terrenos en la playa, en Sri Lanka y Tailandia, tras el tsunami asiático). Esto no es incompetencia, o siquiera locura, como muchos aseguran. Es limpieza étnica laissez-faire.
Si la junta de Myanmar logra evitar un motín y alcanzar sus objetivos, será en gran parte gracias a China, que se ha esforzado en bloquear todo intento de Naciones Unidas de realizar una intervención humanitaria en Myanmar. Dentro de China, donde el gobierno central hace todo por mostrar una cara compasiva, las noticias de esta complicidad podrían ser explosivas. ¿Los ciudadanos chinos recibirán estas noticias? Podrían hacerlo. Pekín, hasta ahora, ha mostrado una asombrosa determinación por censurar y monitorear toda forma de comunicación. Pero tras el temblor, el tristemente célebre “gran bloqueo” que censura el Internet falla terriblemente. Los blogs se alocaron e incluso los periodistas del Estado insisten en informar las noticias.
Ésta podría ser la mayor amenaza que los desastres naturales le plantean a los actuales regímenes represivos. Para los dirigentes chinos, nada ha sido tan crucial para mantener el poder que la habilidad de controlar lo que la gente ve y escucha. Si pierden eso, ni las cámaras de vigilancia ni los altavoces podrán ayudarlos.
Copyright 2008 Naomi Klein. El texto fue publicado en The Nation.
Es autora de La doctrina del shock. www.naomiklein.org.
Traducción: Tania Molina Ramírez.