Usted está aquí: sábado 31 de mayo de 2008 Opinión Morricone en México

Juan Arturo Brennan

Morricone en México

La noche del martes, el Auditorio Nacional se abarrotó para el concierto de música cinematográfica de Ennio Morricone, quien al frente de la Roma Sinfonietta y el Coro de México, dirigió una selección amplia y muy representativa de sus largos y muy fructíferos años en este medio. Dividido en secciones alusivas a diversos géneros fílmicos, el programa permitió confirmar el status de Morricone como una de las figuras más relevantes de su generación en el oficio de escribir música para la pantalla.

Si algo quedó claro a lo largo del espectacular concierto, es el hecho de que Morricone es antes que nada un romántico de corazón y, tan es así, que el numeroso público se sintió identificado sobre todo con las más almibaradas de sus partituras para el cine. Esto no quiere decir, sin embargo, que todo Morricone es la gran melodía lírica y expresiva protagonizada por heroicos cornos sobre una romántica base de cuerdas.

Por el contrario, a lo largo de la noche el compositor y director italiano demostró una dimensión particularmente sólida de ese talento camaleónico que todo buen compositor de música para cine debe tener para adaptar su propio estilo y su propio lenguaje a los requerimientos específicos de cada filme. Así, además del indudable placer que representa escuchar en vivo, y de la mano del maestro, algunos de sus éxitos más memorables, me pareció especialmente destacada la sección del concierto titulada Cine social, dentror de la cual fue posible escuchar piezas musicales de una expresividad distinta, más ruda, más potente, con más garra, y de un aliento épico más doloroso que triunfalista.

Junto con esta sección dedicada a la música escrita para el cine de ideas, lo más atractivo del concierto estuvo concentrado en la sección dedicada a un rubro del que Morricone es amo y señor indiscutido: el spaghetti western.

Siempre he sostenido que, en la historia de la música de cine, la dupla Sergio Leone-Ennio Morricone ocupa un lugar cimero porque representa, a mi entender, el único caso en el que un género cinematográfico (o subgénero, como lo califican algunos quisquillosos) dio origen su propio estilo musical, nuevo en su concepción, nuevo en sus sonoridades, indisociable de las películas a las que sirvió y, sobre todo, absolutamente específico e inconfundible.

De ahí la potencia expresiva y la gran capacidad de evocación que aún conserva la música de Morricone para El bueno, el malo y el feo y otros spaghetti westerns que si hoy pertenecen ya por derecho propio al cine de culto, se debe en buena medida a la inolvidable invención musical de Morricone. No faltó, sin embargo, un yuppie ignorante de los muchos que asistieron esa noche al Auditorio Nacional, que comentara que la formidable pieza titulada El éxtasis del oro “suena chida como música del espacio, como de Star Wars”.

Este tipo de cosas ocurren inevitablemente cuando un público típico del “canal de las estrellas”, que no es ni cinéfilo ni melómano, acude en masa a escuchar a Morricone porque cree que la cima del cine contemporáneo es Cinema Paradiso.

Otro hito notable del concierto fílmico fue la presencia de piezas selectas de una de las más destacadas partituras de Morricone, La misión, considerada por el propio compositor como su mejor soundtrack. Sin duda, la combinación de lirismo desbordado e inagotable invención melódica que Morricone volcó en su música para la épica cinta de Roland Joffé representa uno de los logros más notables en el fascinante oficio contemporáneo de crear música para el cine.

El disfrute cabal de este concierto me lleva a cuestionar, una vez más, por qué la buena música cinematográfica no está presente con más frecuencia en las salas de concierto, aunque no dejo de reconocer las numerosas razones por las que Beethoven pesa más que Morricone.

Por cierto, y para la trivia: ¿cuántos de los 10 mil asistentes al Auditorio Nacional habrán identificado la flagrante cita que el adusto y severo ex trompetista Ennio Morricone hace del Concierto para violín de Beethoven en una de sus partituras?

 
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