Andanzas
■ La CND y tendencias en el ballet
La función de la Compañía Nacional de Danza (CND) en el Palacio de Bellas Artes con el estreno en México de La fierecilla domada, del coreógrafo inglés John Cranko, y muy del agrado de los asistentes, que no dejaban de aplaudir luego de cada variación de los artistas, confirma la tendencia conservadora y repetitiva de las obras de éxito en el repertorio mundial del ballet de la agrupación.
Bastante apegada al vestuario original, en esta ocasión a cargo de Elizabeth Dalton, manteniendo el estilo renacentista de la época isabelina y acortando un poco los vestidos, lo cual permitía mayor visión de la evolución de las piernas, así como libertad de movimiento, también hubo algún bonete verdaderamente enorme para un bailarín pequeño, logró el esplendor requerido y un fresco colorido acorde con el humor de don William.
La escenografía, en cambio, de sobria madera en abundantes líneas rectas con simples semiarcos, así como la proliferación de ángulos, transportaba inmediatamente a cualquier casa rústica de campo del siglo XX, donde la elegancia de la sencillez no encajaba con los diseños de vestuario de la época, excepto en tonalidades y colores.
La compañía se desempeñó con acierto y disciplina, lo cual dio buena proyección a los conjuntos, con calidad y tonos requeridos. Pero la sorpresa de la tarde del 11 de mayo fue la joven pareja de intérpretes principales: Mayuko Nihei y Erick Rodríguez, a quienes tocó personificar a Kate o Catalina y a Petrucho.
Con presencia y carisma, una y otro encajaron perfectamente en los personajes haciéndonos olvidar enseguida el rostro oriental de Kate, para convertirse en un personaje universal, lo cual no es poca cosa. Frescura, excelente actuación, química entre la pareja, así como muy buena técnica, conquistaron inmediatamente al auditorio y escalaron los peldaños de lo “incógnito” para convertirse en artistas que el público reconoce e integra a su memoria.
Es bueno saber que estos primeros solistas, de quienes no aparece mayor dato que su fotografía y nombre-cargo en el programa de mano, revelan excelentes opciones de personal de nivel y calidad en la CND, y a quienes no hemos podido aún apreciar en toda su capacidad, como ocurrió en la función e ese domingo con la señorita Nihei y el señor Rodríguez, quien posee un interesante sentido de la línea, o sea el diseño de sus movimientos en el espacio, el cuál tal vez, a pesar de la borrachera del personaje que interpretaba, nos podría hacer sentir que puede rematar sus piruetas con absoluta precisión, sólo para hacérnoslo saber claramente.
Las posibilidades de la joven pareja son, en mi opinión, bastante prometedoras, tienen talento y habilidad, y el fogueo constante los podría llevar a convertirse en excelentes Catalina y Petruchio originales; calidades que tanta falta hacen en la compañía y por lo tanto en México. Es loable este impulso y cuidados para lanzar a gente nueva y con talento, claro que sin demérito del ya existente en dicha agrupación.
Con esta pieza, estrenada en Londres hace 414 años probablemente en el teatro El Globo de la época Isabelina, y en 1969 en Alemania con la grandiosa Marcia Haydeé –cuya Catalina es posiblemente la mejor de la historia– y Richard Cragun como Petrucho, la tendencia del ballet mexicano se asienta más profundamente en “lo bueno por conocido que lo malo por conocer”, ya que no parecen haber tenido el éxito deseado los pocos coreógrafos contemporáneos nacionales, excepto alguno que otro que ha tenido la oportunidad de trabajar en sus montajes en la CND.
Esto podría ser un síntoma revelador de que los bailarines no se adaptan a este tipo de movimientos o los coreógrafos no se adaptan a la capacidad gramatical corporal de la estructura académica del ballet. Falta lenguaje y tiempo tal vez de unos y otros para saltar la barrera estricta de metal y entrar de lleno al mundo de la interpretación creativa, la imaginación, transformar y recrear.
Así la CND va en el camino delicado del proceso de conformación de una personalidad y estilo que ya se va dejando ver claramente después de algunas décadas de incansable trabajo. El sello de obras conocidas de coreógrafos de gran renombre es una garantía, pero quisiéramos más, mucho más que la copia o reproducción. Por ejemplo, otro caso es el del Taller Coreográfico de la UNAM, que dirige Gloria Contreras, también conservador y bien afincado en la sombra de George Balanchine, o el neoclasicismo a la mexicana de la maestra y coreógrafa Contreras, parece no llegar definitivamente al salto cualitativo que los tiempos requieren, conformándose con un público cautivo que gusta de las obras de Contreras, pues tal vez no han visto más; situación bastante repetida en este país en no pocos ámbitos artísticos, culturales y científicos.
Así pues, en el panorama y la tendencia del ballet en México para largo rato, es la reproducción, la copia, “igualita”, si se puede y que guste a determinado público. Mares de gente necesitan cada vez más recreación y cultura que la programación de nuestras televisoras, amantes del arte y la cultura según ellos, en tanto, realmente ya ni se habla del gran proyecto cultural mexicano, y menos en la televisión.