■ El sucesor de Tirofijo ha participado en varias negociaciones para la paz en Colombia
Relevo generacional en las FARC con el arribo de Alfonso Cano a la máxima dirigencia
Ampliar la imagen En imagen de febrero de 2001, el fallecido líder de las FARC Manuel Marulanda conversa con reporteros en Los Pozos, provincia colombiana de Caquetá; en el círculo, Alfonso Cano, un intelectual bogotano que fue nombrado sucesor del máximo jefe guerrillero por unanimidad de los miembros del Secretariado (máxima instancia de dirección de la guerrilla) Foto: Reuters
Bogotá, 25 de mayo. El nuevo jefe máximo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), Alfonso Cano, nació en Bogotá en diciembre de 1948 y se inició políticamente en las filas de la Juventud Comunista, al calor de las luchas estudiantiles de finales de los 60 y comienzos de la década de los 70.
Tras una incesante persecución que lo llevó varias veces a la cárcel, decidió enlistarse en la guerrilla a finales de los 70, cuando las FARC eran ya una organización con más de 15 años de existencia aunque con limitada presencia en la geografía colombiana. Desde su llegada a la guerrilla estuvo al lado de sus dos más importantes jefes históricos, ambos ya fallecidos: Manuel Marulanda y Jacobo Arenas.
De temperamento analítico y reflexivo, agudo sentido del humor y reconocida capacidad comunicativa, el sucesor de Tirofijo ha estado durante el último lustro al frente del llamado Movimiento Bolivariano por la Nueva Colombia, considerado el brazo político de la insurgencia armada, fundado al calor de las negociaciones de paz con el gobierno del presidente Andrés Pastrana (1998-2002).
Durante dicho proceso, que naufragó sin resultados y creó una gran frustración en Colombia, este corresponsal tuvo la oportunidad de entrevistarlo varias veces en sus campamentos móviles, donde siempre estaba rodeado de enormes perros que circulaban alrededor de escritorios atestados de papeles, recortes de prensa, computadoras portátiles y decenas de libros que iban desde la literatura hasta el futbol (una de sus secretas pasiones), pasando por la política y el arte.
Alfonso Cano da la impresión de ser un hombre enigmático, muy bien informado y absolutamente decidido a buscar alianzas políticas para una salida negociada del conflicto armado colombiano que está a punto de cumplir sus terceros 15 años.
Durante los últimos suspiros del proceso de paz entre las FARC y Pastrana, Cano pronosticó –con notoria frustración dibujada en el rostro– que “esta vez tampoco se pudo”, en alusión al inminente final de los diálogos, que para él no eran los primeros.
El actual jefe máximo de una de las pocas guerrillas que todavía existen en América Latina ya había participado en dos intentos, también fracasados, a mediados de la década de los 80 y a comienzos de los 90. En éste último proceso, celebrado en México y en Venezuela, Cano encabezó el equipo de negociadores de la insurgencia.
Mucho se ha especulado sobre si la llegada de Cano a la máxima comandancia significará “un viraje hacia la política”, pero –según analistas locales– lo único cierto es que el arribo del “urbano” al poder de las FARC marca principalmente un relevo generacional y –tal vez– un énfasis en la búsqueda de salidas negociadas a la confrontación que atormenta a Colombia por más de 60 años, con un saldo de sangre, dolor, odios y venganzas que han convertido su millón doscientos mil kilómetros cuadrados de territorio en el escenario de una de las peores tragedias humanitarias del hemisferio occidental.
El gran reto del sucesor de Tirofijo, por lo pronto, será sacar adelante un acuerdo con el gobierno que permita el regreso a casa de 40 políticos y militares que están en poder de las FARC, a cambio de la salida de la cárcel de unos 500 guerrilleros presos.
La mayoría de los especialistas coincide en que es muy poco probable –como creen algunos– que con Cano al frente se precipiten tempestades internas en una guerrilla que ha demostrado por décadas una sólida cohesión interna y que –aunque golpeada– parece tener alientos militares para rato, así como un amplio margen para moverse en medio de la grave crisis institucional que vive el gobierno de Álvaro Uribe.