Un rincón de sabiduría y amor
Se encuentra en la colonia Condesa la Capilla Alfonsina en la casa donde vivió y murió don Alfonso Reyes, ese mexicano universal que nos legó una riquísima obra que incluye ensayo, poesía, traducciones y análisis sobre los más diversos temas propios y ajenos. Hijo del general Bernardo Reyes, nació en Monterrey, Nuevo León, pero la mayor parte de su formación académica fue en la ciudad de México, donde se graduó como abogado.
Fue hombre de muchos quehaceres: se desempeñó como diplomático en Francia, Argentina, Brasil y España. En este último lugar colaboró en el Centro de Estudios Históricos de Madrid. En México fundó con otros escritores el Ateneo de la Juventud y a fines de los años 30 del pasado siglo fue presidente de la Casa de España, semilla del Colegio de México, miembro de número y presidente de la Academia Mexicana de la Lengua, fundador del Colegio Nacional y Premio Nacional de Literatura.
Fue candidato para el Premio Nobel y recibió infinidad de condecoraciones y doctorados honoris causa en muchas partes del mundo, o sea, una gloria nacional; pero vayamos al ser humano, al gastrónomo consumado que nos dejó una de las obras mas deliciosas que se han escrito sobre el tema: sus memorias de cocina y bodega que tituló Minuta. Acerquémonos al abuelo cariñoso que marcó a su nieta Alicia, autora de una excelente biografía que nos descubre al genio y al hombre, y actual custodia de la casa ahora convertida en la Capilla Alfonsina, que permite acercarse a su rica biblioteca y archivo, e igualmente importante, a su modo de vida, a sus gustos y aficiones.
Un momento privilegiado ha sido comer en el comedor de la casa, que se encuentra en medio de la vasta biblioteca de dos pisos, con un liviano barandal de hierro pintado de color azul, al igual que las vigas del techo, abierta, luminosa y con esa modernidad funcionalista de los años 20, que ahora ha revivido con el minimalismo y los lofts.
Conmueve ver la sencilla cama en donde falleció; dos días antes había participado en la cena navideña, que preparaba entusiasta su fiel esposa, Manuelita; antes de terminar se sintió mal y subió a la terraza del brazo de su entrañable nieta Alicia, quien cuenta en la biografía la última conversación larga que tuvo con él, claramente una despedida, que habla de que ya sabía cercano el fin, que llegó dos días después, el 26 de diciembre de 1959, a las 7.30 de la mañana mientras dormía un sueño sedado.
Alicia conserva la casa tal como estaba cuando vivía don Alfonso, con sus libros, su escritorio, sus cuadros magníficos entre los que destacan los retratos que le pintaron Manuel Rodríguez Lozano, Roberto Montenegro, Diego Rivera y José Moreno Villa, entre otros.
Muy elocuente el “rincón de Bernardo Reyes”, con medallas y relojes del general y su archivo y por todos lados la presencia de don Alfonso en sus objetos personales, como los palos de golf y sus bastones.
Es fácil imaginarlo consultando sus libros, escribiendo en el escritorio de madera oscura, comiendo opíparamente acompañado de un buen vino, bromeando con la familia; “era muy vacilador” dice la nieta:“se disfrazaba con los mantones de la abuela y bailaba zarzuela”.
Todo ello cobra vida degustando un exquisito pipián que preparó Alicia, en la mesa donde tantas veces comió don Alfonso, ahora compartida con amigos queridos: Enrique Loaeza, Oswaldo y Alejandro Cervantes, Ingrid Brena, Crisóforo Peralta, Jorge Gallegos, Belem Clark y Fernando Curiel, destacado historiador que ha estado trabajando los archivos conjuntamente con Belem, también historiadora. El propuso la creación de una asociación de amigos de la Capilla Alfonsina, para apoyarla en sus objetivos, lo cual no siempre es fácil sólo con el subsidio gubernamental. Actualmente como centro cultural del Instituto Nacional de Bellas Artes, organiza cursos, conferencias, seminarios y muchas actividades más.