Memoria
Enrique Singer escribe en el programa de mano, como explicación del título y la puesta en escena de este collage, que si se hubiera castigado otro genocidio del sigo XX, el del pueblo armenio a manos de los turcos, quizás el llamado Holocausto judío se hubiera detectado a tiempo y evitado por las otras naciones. Eso es posible, pero entonces la terrible experiencia del pueblo judío le hubiera debido brindar un poco de compasión por los palestinos y no existiría su complicidad en la matanza de Sabra y Chatila. En esta cadena de horrores que parece no tener fin, el Holocausto se distingue de las brutales matanzas por la frialdad sistemática con que se llevó a cabo, el tiempo que duró y que fue in crescendo, y la cantidad de instalaciones y personal que se requirieron en los campos de exterminio en esa macabra tecnología del exterminio. Precisamente por el tiempo que se llevó a cabo, desde el ascenso del nazismo al poder hasta su derrota, la vida cotidiana de los alemanes –antes de la guerra– se vio marcada tanto por el temor y la delación, como por el orgullo ario que Hitler logró insuflar en un pueblo con graves problemas. Todo ello hace que el antisemitismo de ese momento sea diferente a otras “limpiezas étnicas” que por desgracia se siguen sucediendo. El espectáculo de Singer, quien junto a Daniela Parra, Ruby Tagle y el productor Moisés Zukerman, toma cuatro viñetas de Terror y miserias del Tercer Reich de Bertolt Brecht que muestran el trasfondo en que transcurría la vida de los seres comunes en la preguerra, y las contrasta con fragmentos de La indagación de Peter Weiss y testimonios de Primo Levi y otros sobrevivientes de los campos de concentración, con lo que se da una idea más o menos totalizadora de esos hechos que muchos intentamos explicarnos.
La puesta en escena subraya las intenciones del texto. La espléndida escenografía de Jorge Ballina es en gran medida responsable de esto, ya que muestra los dos ambientes, con tres plataformas móviles amuebladas en donde transcurren las escenas brechtianas, el gran cúmulo de ropas en el suelo y un lateral del escenario con rejas y alambradas de púas que aparecen en un momento dado, además de una ventana superior, casi ignorada hasta que se abre, en donde se da como diálogo La delación, la muy breve escena inscrita en Terror y miserias del Tercer Reich. Las otras tres, La cruz de tiza (gis), La mujer judía y El soplón se escenifican en cuidados ambientes ubicados en las plataformas móviles y las escenas de los campos de concentración en los laterales, tras las rejas, en un frío espacio delimitado por un cenital –con la iluminación de Víctor Zapatero– o en el río de ropas, mientras en asientos laterales se sientan los oficiales que serán juzgados siguiendo los textos de Weiss.
Enrique Singer utiliza con gran aptitud todos los espacios, en ocasiones plantea a un cautivo del campo casi como una sombra mientras se desarrolla una breve escena del juicio. Es más, del montón de ropa –que de entrada ya nos ubica en el horror del genocidio porque hace pensar en despojos de los muertos– los actores y actrices toman alguna ropa para cambiarse, puesto que los siete (Georgina Rábago, Nailea Norvind, Arturo Ríos, Rodolfo Nevarez, Lucero Trejo, Kimberly Pou y Emmanuel Morales) interpretan todos los diferentes roles, tanto de alemanes, nazis o no, como de las víctimas de los campos de exterminio, como si el director intentara profundizar en el fenómeno de que seres normales, ciudadanos de un pueblo culto y capaz, se hubieran podido convertir en monstruos o por lo menos cerrar los ojos –porque eso de que lo ignoraran no hay quien se los crea– ante la abominación que se perpetraba. La ascensión del nazismo al poder, con su cauda de represión y temores y la posterior “solución final al problema judío” son mostrados en toda su crudeza, sin escenas de tortura o brutalidad, en esta escenificación que cuenta con el vestuario de Eloise Kazan, la escenofonía de Adolfo Sánchez Alvarado y el movimiento corporal de Ruby Tagle.