Editorial
La ventaja de Obama
Los resultados de las elecciones primarias demócratas de ayer en Kentucky y Oregon parecen inclinar la balanza en favor del senador por Illinois Barack Obama en su carrera por la nominación presidencial y reducir aún más la capacidad de Hillary Rodham Clinton para remontar los errores de su campaña y sus crecientes problemas financieros. De acuerdo con las tendencias que señalan el triunfo para Obama en Oregon, estaría a punto de consolidar una mayoría de delegados electos y una ventaja prácticamente irreversible sobre la senadora por Nueva York, cuya victoria de ayer en Kentucky resultó a todas luces insuficiente para recuperar el terreno perdido.
Ciertamente, el triunfo del político afroestadunidense no puede darse aún por hecho y la decisión de la candidatura dependerá, en última instancia, de los llamados superdelegados, que representan el aparato partidario y no deben su cargo a los comicios de las primarias; pero el reciente apoyo que Obama ha recibido de connotados miembros de su partido, como el ex precandidato presidencial John Edwards y el influyente senador por Virginia Occidental, Robert C. Byrd, hace más probable que las elites demócratas se inclinen mayoritariamente por el senador por Illinois.
El éxito de Obama, impensable hace unos meses, radica en haber conseguido las simpatías electorales de muchas de las llamadas minorías del electorado estadunidense –sistemáticamente excluidas de la acción y del discurso oficial– y haber cimentado sus bases de apoyo en los jóvenes, que han vivido la mayor parte de su vida bajo las sucesivas administraciones de las familias Bush y Clinton –dos décadas, en conjunto– y se resisten a que esa especie de sucesión dinástica se prolongue cuatro años más.
Al mismo tiempo, Obama ha sobrevivido a las embestidas de los poderosos segmentos de la maquinaria partidista que apoyan a su contendiente, que son operados por el marido de ésta, el ex presidente Bill Clinton, cuyos engranes se mueven en función de viejas lealtades políticas y cobro de favores. Paradójicamente, la juventud e “inexperiencia política” del afroestadunidense, empleadas por sus adversarios como un elemento de descalificación, le ha sumado simpatías de una sociedad que lo ve precisamente como un personaje alejado de esa forma tradicional de hacer política.
Por el contrario, la herencia de ese establishment es lo que, al parecer, acabará por hundir las aspiraciones presidenciales de Hillary Clinton. Al igual que su esposo, la senadora por Nueva York está estrechamente ligada con las grandes corporaciones trasnacionales: cabe recordar que fue miembro de la junta directiva de Wal-Mart; que se ha desempeñado como consejera legal y política de numerosas compañías y que se ubica, en suma, dentro del núcleo del poderío de capital financiero transnacional. Esto la ha colocado, a ojos de importantes sectores de la opinión pública estadunidense, como muy cercana a la política económica, nacional e internacional que han desempeñado las últimas administraciones en ese país, caracterizada por la promoción del libre comercio y la protección de los intereses de las grandes compañías trasnacionales. Al mismo tiempo, pesa sobre Hillary el estigma de haber votado a favor de la invasión estadunidense en Irak, en 2003, acción criminal que se dio a contrapelo de la legalidad internacional y que, lejos de mejorar la seguridad mundial, ha costado la vida de millares de soldados estadunidenses y de centenares de miles de civiles iraquíes. Sin duda estos elementos le han restado simpatías de una población urgida de un cambio que saque a ese país de la debacle económica, política, social, diplomática, militar y sobre todo moral en que se encuentra inmerso.
No puede dejar de señalarse que ambos aspirantes, si bien enarbolan causas sociales más progresistas que su contraparte republicana, John McCain, obedecen en última instancia a la lógica imperial que rige la política estadunidense y que, para conquistar la candidatura presidencial demócrata, Obama tendría que realizar importantes concesiones a los estamentos industriales y financieros que en buena medida mueven los hilos de la política real en Washington. Sin embargo, sería injusto soslayar la existencia de matices que los han diferenciado y han sido determinantes para el desenlace que la contienda por la candidatura demócrata está a punto de alcanzar. Acaso la más marcada y decisiva de esas diferencias es que Clinton apuesta por la continuidad y por un gobierno de los capitales, en tanto que Obama, sin ser una personalidad antisistema ni mucho menos, ha tenido la sensatez de incluir a la gente entre las prioridades de su gobierno.