No es un edificio, es un instrumento musical
Sobre la que es considerada por muchos expertos la mejor sala de conciertos del planeta se cierne un peligro crucial: la posibilidad de daños en su acústica, corazón natural de ese bien cultural de la humanidad.
Porque no se trata de un edificio que se incendió, sino de un instrumento musical. Al igual que un Stradivarius, una sala de conciertos adquiere su calidad acústica con el transcurso del tiempo en una utilización óptima.
De acuerdo con las evidencias fotográficas, la concha acústica, la cámara sónica bajo el escenario, el recubrimiento de madera y el butaquerío lucen intactos, no así el techo, cuyos grandes orificios ameritan desde luego remiendos que serán encomendados a los expertos.
Pero, así como un árbol a los que las tres familias de grandes lauderos italianos (Amati, Guarnieri, Stradivari) recurrieron para fabricar la perfección, ya no existe hoy día. Eso lo predijo Heráclito en el río y lo reproducen las paráfrasis: nadie escucha dos veces el mismo bosque. Tampoco existen los mismos materiales con los que fue construida hace medio siglo esta Meca cultural.
De manera que, más que un remiendo, lo que sigue será una restauración, lo cual podría significar por supuesto una acústica distinta a la que hoy día es reconocida como la mejor en el planeta. Lo cual abre un debate interesante y parecido a la restauración de obras maestras de mayor edad, como la Sixtina, por ejemplo, cuyos colores brillantes hacen rasgar las vestiduras a puristas.
Habrá que tomar en cuenta, en el caso de la sede de la Filarmónica de Berlín, que entre los escuchas existe una subespecie llamada “audiófilos”, cuya obsesión por lo perfecto del sonido y la capacidad de sus oídos pondrán a prueba lo que resulte de la recuperación de la Philarmonie luego del susto.
La Jornada ha reseñado en distintas ocasiones la dimensión acústica de esa sala berlinesa (una sensación de irrealidad acude al escucha, transportado y sumergido en –válgase la figura– sueños que ocurren en la realidad), así como la que construyó en Lucerna el arquitecto francés Jean Nouvel tomando de modelo un violín, aunque los magnates suizos le habían pedido un buque. También el Concertgebouw de Amsterdam es un referente nodal en términos acústicos documentado en estas páginas.
Pese a la mala costumbre de valorar solamente lo que se pierde, en México un público apasionado y entusiasta disfruta de manera cotidiana una sala de conciertos de primer nivel mundial, con una acústica que, como todo buen instrumento musical, se ha afinado en el transcurso de sus 30 años de edad: la Sala Nezahualcóyotl, por cierto construida a partir del modelo de la del Concertgebouw y la de Berlín, ahora amenazada por el fuego de a deveras, cuando a diario solamente ardía en pasión sonora.