■ “Nunca he estado tan feliz como ahora; ya me puedo ir tranquila”
Por su trayectoria, otorgan la medalla Bellas Artes a la poeta Enriqueta Ochoa
Ampliar la imagen La poeta coahuilense durante su homenaje Foto: María Luisa Severiano
“Creo que nunca he estado tan feliz como ahora que tengo 80 años, porque ya me puedo ir tranquila”, reveló la poeta coahuilense Enriqueta Ochoa, quien recibió este domingo en emotiva ceremonia la Medalla Bellas Artes por su trayectoria literaria, en el Palacio de Bellas Artes.
La poeta, que el pasado 2 de mayo cumplió 80 años de edad, explicó que convivir todos los días con su hija y sus nietas le permite irse tranquila: “Estoy viviendo en la parte de abajo del edificio donde vivía mi hija; entonces, estamos en constante reunión con mis nietas bellísimas; eso no se encuentra más que a esta edad”.
La autora de libros como La urgencia de un Dios (1950), Los himnos del ciego (1968), Bajo el oro pequeño de los trigos (1984) y Asaltos a la memoria (2004) sigue escribiendo pequeños poemas, que por el momento no piensa publicar, “porque me acaban de entregar el tomo de mis obras completas”, editado por el Fondo de Cultura Económica.
En el recinto de mármol, los escritores Hugo Gutiérrez Vega, Carlos Montemayor, Víctor Hugo Rascón Banda y Esther Hernández Palacios describieron a Enriqueta Ochoa como la mujer que dio un rostro a la poesía, al recuperar los valores más profundos de la feminidad; exigir respeto a sus derechos y romper con la supremacía de más de seis mil años de los hombres sobre las mujeres.
El poeta Hugo Gutiérrez Vega indicó que “La urgencia de un Dios, obra profundamente religiosa, convocó a las buenas conciencias y organizaciones propensas a la censura para que se unieran a la prohibición de una poesía heterodoxa y cargada de erotismo. Ya en el primer libro brillaba la voluntad de ser fiel a la propia voz y de correr los riesgos de la sinceridad”.
En el libro –agregó el coordinador del suplemento La Jornada Semanal– “circulaba libérrima la voz de una poeta valerosa que defendía a las mujeres y exigía respeto a sus derechos. Sus poemas eran la afirmación de una rebeldía que aspiraba a lograr una libertad indispensable para establecer los valores de la compañía y las del placer de compartir”.
Gutiérrez Vega constató las afinidades entre Enriqueta y Josefa Murillo, Concha Urquiza, Aurora Reyes, Margarita Michelena, Margarita Paz Paredes y Rosario Castellanos, así como Nancy Cárdenas, paisana de Ochoa. Detalló que en los poemarios de la octogenaria prevelace firme el derecho a la libertad de escoger, afirmar o negar. “Se trata de un apasionado discurso libertario.”
A su vez, Esther Hernández Palacios explicó que la poesía de Ochoa “recupera los valores más profundos de la feminidad, pero al mismo tiempo habla desde otro lugar, desde la especie al restituir los tiempos femeninos a la imagen de la divinidad.
“Enriqueta no sólo revalora a la mujer y su creación, sino rompe con la supremacía de más de seis mil años de los hombres sobre las mujeres, legitimada por la imagen de dios padre.”
Hernández destacó que si bien la obra de la poeta “ocupa un sitio preponderante dentro de la tradición poética escrita por mujeres en México y en el panorama de la literatura mexicana contemporánea en su conjunto, sus características formales y temáticas, su verdadera trascendencia y su fuerza, están en su sentido último y primero: su valor profético en el advenimiento de un tiempo mejor”.
Para el dramaturgo Víctor Hugo Rascón Banda, la poeta nacida en Torreón “es una jacaranda solitaria que a las 27 años fue trasplantada a la ciudad de México y su voz poética se escuchó en todo el país y conquistó el mundo”. Asimismo resaltó la vocación que tiene Ochoa de iluminar los caminos de los estudiantes y de las nuevas generaciones de escritores.
“Necesitamos la poesía de Ochoa en estos tiempos nublados, de confusión y de odio. Necesitamos su sensibilidad, su autenticidad y su arte terrenal clavado aquí”, concluyó Rascón Banda.
En opinión de Carlos Montemayor, “es una fiesta en el Parral, una fiesta de la escuela de toda mi vida, que se extiende a través del cielo, donde la luz es algo tan transparente y nítido, que se puede palpar con la mano. Su poesía es como el día en que nos toca aprender de nosotros, el día que nos toca el regocijo de saber que tenemos cerca”.
La titular del Instituto Nacional de Bellas Artes, María Teresa Franco, que entregó la medalla a Enriqueta Ochoa, destacó la fecunda trayectoria de la poeta: “Su poesía trenzada con imágenes de belleza penetrante, extrae la más mínima naturaleza de la existencia, para entregarnos versos que, al ahondar en el espíritu del individuo, comunican a todos los hombres”.