Usted está aquí: lunes 12 de mayo de 2008 Opinión El Foro

El Foro

Carlos Bonfil
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■ Osesionada

Ampliar la imagen Isabelle Carré en un fotograma de la cinta de Michel Spinosa Isabelle Carré en un fotograma de la cinta de Michel Spinosa

Anna M., un caso clínico. En 1961 John Huston eligió recuperar en Pasiones secretas, aspectos de la biografía intelectual de Sigmund Freud mediante la relación de trabajo del doctor vienés (Montgomery Clift) con una de sus pacientes (Susannah York), aquejada de un grado de neurosis obsesiva que le afectaba la vista y provocaba la parálisis de sus miembros inferiores. Llevarla a reconocer el origen de su erotomanía (en su caso, el deseo de transferir a sus médicos la inconfesable atracción erótica que le despertaba su padre) se volvió la estrategia central de curación. El realizador de El halcón maltés propuso así un interesante estudio de la neurosis femenina para ilustrar los mecanismos del sicoanálisis.

En Obsesionada (Anna M.), el director francés Michel Spinosa no pretende tanto el análisis clínico de una paciente (Isabelle Carré), sino la descripción de un acoso amoroso marcado por el autoengaño. Por ello la comparación es inevitable con Atracción fatal, de Adrien Lynne, una de las cintas que más contribuyeron a exacerbar la paranoia del hombre con delirio de castración y a demonizar, hasta la caricatura, la figura femenina.

Hollywood no ha vacilado en explotar al máximo las posibilidades del melodrama en historias en las que un respetable padre de familia es víctima de la persecución de una ninfómana incontrolable. Y la literatura de consumo hace lo propio con bestsellers como Las mujeres que aman demasiado. Spinosa toma precauciones para no caer en esta trampa del cine comercial y apenas sale bien librado de la aventura, aun cuando tenga que forzar la nota. Su estrategia consiste en presentar el asunto con la mayor seriedad posible, dividiendo la narración en capítulos que combinan el caso clínico y la narración romántica. Las etapas del relato obedecen a una progresión clásica: presentación del caso (“Iluminación”, “Esperanza”), agudización de la crisis (“Despecho”, “Odio”), desenlace terapéutico (“Refugio”).

Anna, joven restauradora de libros antiguos en la Biblioteca Nacional de París, vive al lado de su madre depresiva, y pronto manifiesta pulsiones suicidas. Al sobrevivir a un intento más por terminar sus días, conoce al doctor André Kanevsky (Gilbert Melki), de quien se enamora apasionadamente. Lo sigue a todas partes, investiga sus gustos y pasatiempos, su vida familiar, sus gustos literarios (El cantar de los cantares), percibe signos de reciprocidad sentimental ahí donde sólo hay amabilidad y no poca indiferencia; emite reclamos injustificados, tiene arrebatos de celos, vive con intensidad una pasión amorosa sin la perspectiva de ser algún día correspondida. Anna vive un estado de exaltación romántica que a la primera contrariedad se transforma en resentimiento agresivo.

El realizador, y también guionista, explora esta erotomanía teñida de frustración, forzando un poco la credibilidad del relato. Cuesta trabajo entender cómo se abren con tanta facilidad las puertas para la intrusa insaciable que de restauradora de libros pasa a ser niñera sin recomendaciones en su esfuerzo por acercarse al objeto de su deseo; la pasividad de la policía, las agresiones impunes, el mutismo casi total de la esposa del médico, la manera demasiado fácil con la que Anna consigue evitar la reclusión prolongada en un sanatorio mental, todo esto presentado de forma bastante burda, limitan la fuerza dramática del relato. Y aunque el tema es interesante y la actuación de Isabelle Carré todo un acierto, la realización no rebasa el nivel de una serie televisiva. A final de cuentas, Anna M., caso clínico, deviene algo tan convencional en su tratamiento melodramático como algún episodio de Mujer, casos de la vida real al que se añadiera la lectura apresurada de Freud y de Lacan.

 
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