Usted está aquí: martes 6 de mayo de 2008 Mundo Delincuencias

Pedro Miguel
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Delincuencias

“La hipocresía es el tributo que el vicio rinde a la virtud”, dice el adagio, y ahí tienen a un Salinas reciclado en crítico del neoliberalismo y a un Calderón que ahora –vaya que no tiene idea de lo que es el ridículo– pretende compararse con los patriotas que derrotaron a los invasores franceses el 5 de mayo de 1862.

El robo será tan antiguo como la propiedad –o bien la propiedad es el primer hurto de la historia, como quería Proudhon–, pero ningún atraco a mano armada ha dejado marcas tan desastrosas para el país como los robos de la Presidencia, perpetrados por De la Madrid y Salinas en julio de 1988, y por Fox y Calderón 18 años más tarde. En ambos casos, los delincuentes necesitaban la jefatura del Estado como vehículo para cometer después despojos de mayor calibre, justo a la manera en que los rateros de monta menor roban vehículos para usarlos en asaltos posteriores.

El salinato fue, en esencia, un saqueo sistemático y programado de la propiedad pública –cuantiosa, por aquel entonces–, cuyo botín mayor fue el sistema bancario nacional. Fue Salinas quien puso las instituciones bancarias en manos de quienes las vaciaron y quebraron, y fue Salinas quien puso en la puerta de entrada de Los Pinos a Zedillo, el hombre que habría de transferir al conjunto de los mexicanos 56 mil millones de dólares de las deudas privadas creadas por los empresarios favoritos del salinismo, en una legalización de la inmundicia que tuvo entre sus operadores principales a Felipe Calderón Hinojosa.

El negocio irremediable del narcotráfico –irremediable en tanto las leyes que prohíben ciertas drogas le garanticen oportunidades de negocio– empezó a “empoderarse” con De la Madrid, quien fue pionero en eso de adelgazar al Estado; prosiguió viento en popa durante el salinato; abrió mercados locales en tiempos de Zedillo; vivió una época de esplendor bajo Fox y ahora, con Calderón puesto en la Presidencia, se revela como uno de los tres sectores más prósperos de la economía, junto con el negocio nacional de exportar mano de obra y la industria petrolera, sobrevolada ahora por los zopilotes de una privatización tan hipócrita como turbia.

Con la pena, Felipe, pero tu “guerra contra el narcotráfico” es del todo inverosímil; entre otras razones, porque si realmente se pretendiera poner un alto al auge de ese negocio, habría que empezar por limpiar los sectores de la administración pública federal que colaboran masivamente con él –corporaciones policiales, aduanas, delegaciones diversas–, y no por ensangrentar el territorio nacional a lo tonto con combates como ésos que en el cine se ven bien padres, pero que en la vida real de México llevan muchas bajas de carne y hueso. Además, lo reconozcan o no ustedes, los que han desgobernado este país en los últimos 20 años, una parte muy sustancial de los billones de dólares del valor agregado de la droga que transita por el territorio nacional se ha ido, desde entonces, en pagos subrepticios a funcionarios nombrados y protegidos por ustedes mismos, y saben bien que los chicos del narco son muy puntuales en eso de pagar unos derechos de tránsito que, a diferencia de lo recaudado por la vía fiscal, se van completitos, y sin riesgo de auditorías, a las cuentas personales de sabrá Dios cuántos servidores públicos.

Los contratos de Hildebrando y de Mouriño son una forma genial de restaurar la decencia perdida; la pretensión de dotar a los agentes policiales con la potestad discrecional de allanar domicilios era una manera brillante de combatir la inseguridad ciudadana, y lástima que no fue comprendida en el Congreso; el intento de entregar la refinación y el transporte de petróleo a las empresas extranjeras no es privatización, sino patriotismo en bruto, y etcétera: ante la extremada ineptitud argumental de su sucesor indirecto e imitador en el robo de presidencias, Salinas, quien en sus tiempos tenía cuando menos la virtud de hechizar con embustes a grandes sectores de la opinión pública, siente que, ahora sí, ha llegado el momento de su regreso. Por fortuna, retornará a un destino que ya no existe, porque ahora buena parte de la población tiene clara la identidad de los delincuentes más peligrosos.

 
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