■ Se desligan del debate en torno al costo social y la pérdida de la seguridad alimentaria
Premura en Argentina por superar a EU en producción de maíz transgénico
Ampliar la imagen Muestra de soya cosechada en Argentina. Ante los problemas por el cultivo de grano transgénico, como la pérdida de fertilidad del suelo, ahora se promociona al maíz como posible remplazo Foto: Ap
Pergamino, Buenos Aires. Los agricultores argentinos están dispuestos a igualar e incluso superar en producción de maíz transgénico a Estados Unidos, mientras corre por la pampa su dicho futbolero: “nos podrán imitar, pero nunca igualar”. En el juego dejaron de lado el debate en torno al costo social y la pérdida de la seguridad alimentaria.
Los productores destacan las ganancias por más de 20 mil millones de dólares por el cultivo de soya, algodón y maíz transgénicos en la última década –según datos del Consejo Argentino para la Información y el Desarrollo de la Biotecnología–, pero no se atreven a relacionar abierta y directamente que esa expansión agrícola desplazó a la actividad ganadera, la cual hoy enfrenta la posibilidad de cerrar las exportaciones de carne con el fin de tener oferta suficiente para el consumo interno y con ello frenar el alza de precios al consumidor.
Los ex ganaderos, ahora agricultores, han destinado toda la superficie de sus propiedades a la siembra de soya o de ésta combinada con maíz transgénico.
Son pocos los que en Pergamino, ex sitio tradicional de la ganadería, aún destinan parte de sus predios a esa actividad que distinguió a la pampa argentina.
Alejandro Germán Repetto y su padre, Dante, forman parte de ese grupo minoritario de agricultores que aún tienen potreros en sus fincas, las cuales en Argentina son en promedio de 500 hectáreas. La rentabilidad de los cereales es de tres a uno frente a la ganadería; por eso la actividad se está concentrando en Santiago del Estero, explican, y no dejan de hablar del éxito económico logrado por el uso de semillas transgénicas.
“La producción de la soya transgénica estaba comprobada desde 1996. La desconfianza vino cuando Monsanto también promovió la siembra de maíz BT (en el cual porciones de ADN de la bacteria Bacillus thuringiensis son incorporadas genéticamente a la semilla para que produzca una proteína insecticida que la defienda del gusano barrenador); al inicio hubo mucha resistencia, pero, después de probarlo en pequeñas superficies durante tres años, la confianza aumentó”, dicen.
“Hay que tener cuidado”
El año pasado las un millón 500 mil bolsas de maíz BT comercializadas por Monsanto fueron insuficientes ante la demanda. Aun con el nuevo esquema de impuestos a las exportaciones de granos, la agricultura de cereales es negocio para los productores; tanto, que el valor de la tierra pasó de 3 mil 500 a 13 mil dólares por hectárea.
Ahora los productores de maíz están dispuestos a experimentar en buena parte de sus propiedades con la semilla Stark y con la segunda generación de BT, la cual, según los genetistas de Monsanto, será más resistente al frío y tolerante a la sequía.
Para agricultores como los Repetto, el arribo de Monsanto al campo argentino ha revolucionado su actitud en la siembra de cereales, pero, al enterarse de la importancia cultural, social y genética que tiene el maíz para México, comentan: “allá hay que tener cuidado”, pues, en caso de que se cultive semilla transgénica, “qué pasará con ese hongo (cuitlacoche) que para los mexicanos es un alimento”.
Poco o nada saben de, como la describió Enrique Florescano en su libro Memoria indígena, la importancia que los pueblos mesoamericanos atribuyeron a la domesticación del maíz al identificarlo con el origen del cosmos, el nacimiento de los seres humanos y el comienzo de la vida civilizada.
En Argentina, la visión comercial se ha apoderado de la cancha y trata de minimizar la comprensión sociocultural del mundo mesoamericano. Arman Mora, supervisor de tecnología comercial de Monsanto para Sudamérica, menciona que en 1999, de 3.6 millones de hectáreas sembradas con maíz transgénico, sólo 15 por ciento eran de semilla BT. Ahora, en cambio, de 4.1 millones de hectáreas, el BT y el RR ocupan 75 por ciento, y el Stark nueve.
“Vamos en camino similar al de Estados Unidos, donde 80 por ciento de la superficie sembrada con el grano utiliza tecnología RR, pero también estamos despegándonos de la competencia porque con el Stark el rendimiento se espera que mejore 5 por ciento.”
Ese aumento de rendimiento, explica, equivale a tres años de mejoramiento genético. “No se trata de una carrera alocada; queremos llevar al campo la biotecnología para la producción de alimentos y biocombustibles.”
Emilio Oyarzábal, técnico de Monsanto que radica en Estados Unidos, explica que en las procesadoras automáticas utilizadas por la empresa se analizan las características de una semilla por segundo y la huella digital genética.
Con esta tecnología, menciona Oyarzábal, se deja de tirar 90 por ciento de la producción de maíz. Este año, abunda, Monsanto gastará 800 millones de dólares en investigación global.
Monsanto está preparada para iniciar este año la comercialización de la semilla de maíz Smartstax –aún en experimentación en Estados Unidos–, que combina tecnologías de protección contra maleza e insectos por encima y por debajo del suelo. Es producto de una generación de híbridos de rendimiento superior.
También prepara la semilla de maíz Extrax, que servirá para extracción de aceite y será rica en proteínas destinadas a la alimentación porcina y aviar, así como en almidón altamente fermentable, para producción de etanol.
Respecto a la polémica en torno a la siembra de maíz transgénico en México, Oyarzábal asevera: “no hay cabida para los grises; en ese país hay que seguir las leyes y reglamentaciones justa y estrictamente porque el tema es delicado. Hay que identificar puntualmente dónde está el maíz tradicional para mantener las diversas razas del grano y evaluar los riesgos del impacto ecológico y comercial por la siembra de variedades transgénicas; habrá que hacer los estudios considerando la realidad de cada región”.
Pérdida de autosuficiencia
Norma Giarracca y Miguel Teubal, estudiosos del campo argentino, desmitifican la “riqueza” que presuntamente ha llegado a partir de la expansión de la siembra de transgénicos.
La rápida expansión y creciente exportación de soya transgénica a partir de la segunda mitad de la década de 1990 transformó el sistema agroalimentario de Argentina: se perdió la autosuficiencia alimentaria, desaparecieron numerosos productores agropecuarios y comenzó la reconfiguración de la estructura social agraria.
Si bien en la década de los 70 ya se había iniciado la agriculturización –que fue desplazando la producción ganadera–, en 1996 se aceleró la expansión y la dependencia de los agricultores al paquete tecnológico vendido por la trasnacional y un grupo limitado de empresas, asientan en su libro El campo argentino en la encrucijada: estrategias y resistencias sociales, ecos de la ciudad.
Con la agricultura por contrato, explican, los medianos y pequeños productores agropecuarios fueron perdiendo autonomía de decisión ante empresas ajenas al agro que, con la liberalización, apertura y desregulación, lograron una posición dominante en almacenaje, procesamiento, comercialización, producción y provisión de las semillas e insumos para la actividad agrícola.
El monocultivo de la soya transgénica modifica la geografía agropecuaria del país; se desplazan los cultivos tradicionales que cubrían las necesidades del mercado interno, la mano de obra se sustituye con sembradoras, los altos costos financieros y la caída de los precios internacionales de los granos –en ese periodo– arrinconaron a los pequeños productores, quienes después se enfrentaron a los grandes empresarios por el control de la tierra.
Muchas familias que llevaban décadas asentadas en sus tierras sin regularizarlas fueron desalojadas por los “nuevos dueños”, que se ampararon en títulos de propiedad y órdenes judiciales; otras fueron prácticamente expulsadas por la contaminación de sus cultivos con los paquetes tecnológicos utilizados por los grandes empresarios agrícolas.
Argentina ocupa ahora el segundo lugar a escala mundial en superficie sembrada con semillas transgénicas y, ante los problemas surgidos con la soya, como la pérdida de fertilidad del suelo, ahora se recurre a promocionar el maíz como posible remplazo.