Las frágiles mayorías
Aunque hay un amplio consenso en las izquierdas en que la política se hace dentro de las instituciones; hay muchos desacuerdos respecto a) qué entendemos por instituciones, y, b)cuál es su estado de salud en México. Para algunos, las instituciones son organismos y reglas escritas. Para mí además de las reglas del juego, también se componen de normas sociales, es decir los arreglos informales. Las reglas necesitan acuerdos entre los jugadores principales, pero éstos necesitan ver más allá de sus narices para imaginarse instituciones que perduren en el tiempo. Por ello la absoluta importancia del papel que la cultura política juega en las transformaciones institucionales.
Cuándo se acabó la transición que no me avisaron. Por ello mi resistencia a aceptar lo que se llama el comienzo de la consolidación democrática. Sigo creyendo que nos hemos quedado congelados en la transición que permitió por un corto tiempo elecciones donde los votos contaron y se contaron. Después ha venido y continúa una enorme avalancha de tendencias, tics y propuestas restauradoras todas ellas alimentadas en la poderosa cultura política autoritaria que pesa en todos los actores, incluyendo obviamente a quienes estamos en la izquierda. Pero aun asumiendo el concepto de instituciones de manera restrictiva, su estado da grima. El diseño actual de instituciones claves como el IFE o los intentos exitosos por volver inofensivas a las comisiones de derechos humanos y ahora mismo, a los organismos de transparencia informativa, son muestras graves.
La coalición restauradora transversal que se mueve desde el Congreso está animada por una inercia de desconfianza y exclusión. Vaciar a las instituciones de actores claves parece presidir esta ola restauradora. Es esta mecánica excluyente la que presenta por ejemplo, la desconexión entre una amplia mayoría ciudadana que rechaza la privatización de Pemex –bajo el ropaje que se quiera– y una aparente mayoría legislativa que habría apoyado la reforma de Calderón tal y como la mandó. Quizás no había la intención de un madruguete, pero está claro que la desconfianza producto de exclusiones previas mueve centralmente a los actores políticos hoy.
La tiranía de las mayorías. Tocqueville un ícono del liberalismo, hablaba de la tiranía de las mayorías. Es cierto que la mayoría debe ejercer esa ventaja que le conceden los ciudadanos para evitar caer en la parálisis. Pero la mayoría tiene una obligación moral de llevar a cabo, en temas polémicos o potencialmente divisivos, una amplia deliberación que si bien puede no cambiar la correlación de fuerzas sí permite que la minoría desarrolle sus argumentos, no sea satanizada y pueda razonablemente esperar, con el voto ciudadano, convertirse en el futuro en mayoría.
Las instituciones de la democracia representativa mexicana han sido recreadas en esta legislatura –a través de normas y reglas–, con la idea de congelar una mayoría que no se expresó así en las elecciones de 2006. No olvidar no sólo que hubo una mínima diferencia entre el prime r y segundo lugar, sino que además un tercio de electorado se mostró dudosos de la legalidad de las elecciones. Además hubo una muy considerable abstención. Por ello mismo la mayoría legislativa es sumamente frágil –como se ha visto en las discusión de los consejeros electorales o en la reforma fiscal. Segundo, es producto de un toma y daca que distorsiona el sentido mismo de las elecciones federales pasadas y, sobre todo, daña la calidad de las leyes votadas. Hoy por ejemplo parece perfilarse el intercambio entre la reforma petrolera del Presidente y la reforma social anunciada anteayer por el PRI. Tercero, no evita la parálisis política sino que la engendra.
El efecto central es que al excluir la posibilidad de configuraciones de nuevas mayorías debilitan a las propias instituciones porque incitan a que los actores excluidos imaginen vías al margen de esas instituciones para enfrentar a esas mayorías fijas.