¡Aleluya por Lugo!
La victoria de Fernando Lugo en las elecciones paraguayas fortalece el equipo de líderes que al frente de gobiernos populares y progresistas se extiende por la geografía latinoamericana impulsado por la lucha de los pueblos contra el neoliberalismo, por la verdadera independencia, la democracia participativa y protagónica, y la unidad e integración regional. Su elección reitera la clara tendencia en América Latina de romper con el círculo vicioso de la tramposa “alternancia”, made in USA entre partidos con igual orientación ideológica; ergo, el cambio para que todo siga igual… y peor. Se inscribe, además, en la rica tradición de los sacerdotes comprometidos con los pobres al sur del río Bravo desde los primeros movimientos independentistas del siglo XIX. Curas fueron Hidalgo y Morelos, revolucionarios radicales de su tiempo opuestos a la esclavitud y la servidumbre; el cubano Félix Varela, de quien José Martí afirmó que fue “el primero que nos enseñó a pensar”; y en el siglo XX Camilo Torres, precursor de la teología de la liberación, conductor de multitudes, guerrillero y promotor de la lucha continental contra el imperialismo, por sólo mencionar algunos exponentes cimeros del cristianismo fiel a sus raíces primigenias de justicia social y fraternidad entre los seres humanos.
El ex obispo de San Pedro de Ycuamandyu derrotó convincentemente a la candidata del gobernante Partido Colorado –bastión junto al ejército desde 1954 del stroessnismo (con o sin Stroessner)–, a pesar de la feroz campaña de los medios de (des)información en su contra. Ello es resultado del progresivo agrietamiento del sistema de dominación del imperialismo en nuestra América, de la creciente conciencia de las masas y de la crisis terminal del bloque oligárquico que ha regido Paraguay por más de 60 años. Pero no habría sido posible sin la capacidad del abanderado de la Alianza Patriótica para el Cambio, unida a su extraordinario carisma, para encauzar la coyuntura hacia una salida popular. El obispo de los pobres consiguió encarnar los anhelos de auténtico cambio de un pueblo reprimido y empobrecido como pocos en Latinoamérica, harto del saqueo del erario, el entreguismo de sus gobernantes y la corrupción. Fernando Lugo comprendió la necesidad de aglutinar una amplia y heterogénea coalición de sectores inconformes para iniciar la ruta reivindicativa que, nucleada alrededor de los movimientos y organizaciones sociales más combativos y a la izquierda, inteligentemente sumó también al Partido Liberal Radical Auténtico, en el que militan segmentos conservadores.
No existe una receta única y válida para todos los casos en el difícil arte de lograr por vía política la independencia, el cambio social y la integración regional, ya que sus protagonistas deben discernir la estrategia y tácticas a seguir frente a realidades políticas y sociales disímiles entre sí, aunque enlazadas por los comunes problemas del subdesarrollo, la dependencia, la balcanización y el aislamiento a que empujaron a nuestros pueblos los grandes poderes mundiales y las oligarquías. Exige, en primer lugar, un compromiso indeclinable con la soberanía nacional y los intereses de la mayoría, pero también flexibilidad y talento para sumar el mayor número posible de fuerzas dentro y fuera del país, pues está demostrado que a veces es posible y necesario concertar acciones entre gobiernos de distinto cuño ideológico, como ocurrió al derrotar el ALCA en Mar del Plata y, más recientemente, lograr la censura unánime a la agresión contra Ecuador en el Grupo de Río.
El imperialismo y las oligarquías están resueltos a no ceder un milímetro de sus privilegios, aunque corra la sangre. Allí está Bolivia, empujada al fratricidio si no se le atan con urgencia las manos a los conspiradores apoyados por Washington. Mañana puede ser Paraguay o de nuevo Venezuela. ¡Necesitamos nuevos Lugos en América Latina!