TOROS
■ Ensayista: el toro manso ha propiciado toreros de escasa técnica y relativo valor
Sugieren que la Secretaría de Turismo apoye modalidad de corridas incruentas
■ La opción “oro, seda, Velcro y sol” representa mayor riesgo y más espectáculo
Ampliar la imagen La bravura del toro se demuestra por sí sola, no ante la megapuya y el petomuralla mexicanos, sostiene Carlos Hernández Foto: Donaciano Botello
“La fiesta de toros seguirá siendo patrimonio cultural de algunos pueblos donde es tradición, en la medida en que vuelva a ser un espectáculo admirado por las masas, no por una minoría en la plaza o en televisión de paga. Ojalá en nuestro país la Secretaría de Turismo se decida a apoyar la modalidad de las corridas incruentas, empezando por Oaxaca, donde no se dan festejos taurinos por respeto a la memoria de don Benito Juárez”, agrega enjundioso Carlos Hernández Pavón, autor de la novela-ensayo Sin sangre Pajarito, donde esgrime sólidos argumentos en favor de una fiesta sin castigo alguno para el animal, incluido el arponcillo de la divisa.
–¿Por qué la Secretaría de Turismo y no los taurinos?
–Porque una fiesta de toros incruenta pero igualmente estética e incluso más emocionante va a atraer a legiones de espectadores y a millares de turistas que no soportan que al toro se le hiera. Los taurinos han perdido perspectiva acerca de la oferta de espectáculo y su propuesta convoca menos público cada vez.
–¿Cómo soportarán espectadores y turistas que el torero sea lesionado?
–Como soportan que los deportistas de alto riesgo salgan seriamente lastimados o incluso pierdan la vida. Es lamentable pero es una decisión propia que no provoca el rechazo de espectáculos donde para arriesgarse hay que herir y matar a otro ser vivo. En décadas recientes la bravura se ha suavizado, el toreo se ha estandarizado y el castigo al toro se ha exagerado.
–Sin la de varas, ¿en qué suerte se va a probar la bravura del toro?
–En todas –se revuelve en un palmo Pavón–, simplemente en cada embestida del animal, que no va a buscar ninguna querencia ni a recular, sino que fijo y codicioso repite tras el engaño con emoción, no nada más pasando, y lógicamente con más fuerza y celo al no haber recibido ningún castigo.
“Estamos hablando del toro bravo, no del manso repetidor. La bravura del toro se demuestra por sí sola, no ante la megapuya y el petomuralla mexicanos. La forma como embista al banderillero y la prontitud con la que acuda a la reunión, indican igualmente su mayor o menor condición de bravo.
“El problema es que el toro manso repetidor ha propiciado la proliferación de toreros de escasa técnica y relativo valor, por lo que las corridas incruentas obligarían a los toreros a un mayor dominio técnico y a un valor sin excusas. Un diestro en plenitud de facultades físicas y técnicas puede torear un toro sin picar, banderillear ni tener que matarlo. La emoción residirá en lo que sea capaz de hacer con valor, imaginación, dominio y arte. Nuestros taurinos en todo quieren parecerse a España, excepto en el tamaño de la puya, que allá se ha reducido.
“Reconozco que sería antiestético apretalar a los toros con Velcro para la suerte de banderillas, por eso busco un pegamento natural que no lastime al toro cuando le sea retirado.
“Ojo, Páez –advierte muy serio Pavón–, yo no estoy pidiendo que desaparezcan las corridas convencionales, sólo estoy proponiendo un espectáculo taurino alternativo que sea aceptado y buscado por la mayoría, ya que subsisten la estética y el peligro para los toreros pero disminuyen sus ventajas. Lo incruento neutraliza a los antitaurinos.”
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