■ El Nobel ofreció la noche de ayer una lectura de su obra en el Museo Nacional de Arte
Los poetas estadunidenses están evadiendo la realidad: Walcott
■ Su ego imperial les estorba para hablar de cosas como la guerra de Irak, denuncia el autor
Ampliar la imagen Derek Walcott, al llegar anoche a la lectura de su obra, que dedicó a su homólogo mexicano Octavio Paz y su viuda, Marie José Paz Foto: Cristina Rodríguez
El premio Nobel de Literatura Derek Walcott tronó la noche de ayer: “debo decir que lo que está sucediendo en Estados Unidos es indignante: sus poetas están ignorando a la gente, están evadiendo la realidad, no están respondiendo a la responsabilidad social que tenemos los poetas”.
Afinó: “están demasiado absortos en sí mismos. Su ego imperial les estorba para hacer caso de la realidad y no hablan de cosas importantes que están sucediendo atrás de la gente, como la guerra en Irak, la pobreza y la hambruna. Y digo esto en particular porque Estados Unidos es un imperio y somos los poetas que habitamos ese imperio los primeros que debemos criticar precisamente a ese imperio”.
Suavizó: “espero que luego de decir esto que acabo de decir, me den ustedes asilo político en México”.
El poeta Derek Walcott expresó lo anterior como corolario del ras de marea que produjo el encantamiento de su voz entonando su poesía.
En el Museo Nacional de Arte, ante unas 250 personas, algunas de las cuales fueron confinadas a un salón contiguo con pantallas de circuito cerrado, el escritor nacido hace 78 años en una isla colonizada por otros imperios (Francia e Inglaterra) ofreció una lectura de su obra.
El protocolo consistió en una presentación a cargo de otros dos poetas; David Huerta, quien ofreció la bienvenida a la calle más antigua de la capital mexicana, y José Luis Rivas, quien compartió con su maestro la gloria de las aclamaciones merced a su traducción magistral de Omeros, la obra capital de Walcott que sonó en su propia voz más adelante.
Juntos, poeta autor y poeta traductor, Walcott y Rivas asemejaban gemelos: mismo color de la casaca, mismo cortado de los antejuelos, mismo tipo de pelo, mismas canas, mismo gesto. Jarocho uno, caribeño el otro.
En cuanto sonó Omeros en la voz de Walcott hubo un ligero aumento de luz en el Salón de Recepciones del Museo Nacional de Arte.
Era esa voz cavernosa y arquetípica de ancestros un sonar de rocas que regresan a la tierra arrastradas por la marea.
“This is how, one sunrise, we cut down the canoes…”, tronó el Zeus caribeño. Arrastró su garganta los guijarros mar adentro:
“…to pass on its note to the blue, tacit mountains/ whose talkative brooks, carrying it to the sea, turn into idel pools where the clear minnows shoot/ and an egret stalks the reeds with one rusted cry/ as it stabs and stabs the mud with one lifting foot./ The silence is sawn in half by a dragonfly/ as eels sign their names along the clear bottom-sand, when the sunrise brightens the river´s memory/ and waves of huge ferns are nodding to the sea’s sound.”
Ese sonido del mar provocó una corriente subcutánea en los presentes cuyas olas se manifestaban en la epidermis erizada, los ojos entornados, la mente puesta alerta y navegante entre las rocas rudas y rasposas que sonaban desde la garganta del maestro Derek Walcott.
Leyó el principio, luego un capítulo climático y el final de Omeros; entreveró explicaciones de su cocina literaria, de cuando era feliz en su cabaña caribeña frente al mar fumando y encontrando las rimas de este largo poema épico, y al final propuso un diálogo con los asistentes.
A la penúltima de las preguntas del público (¿qué le diría a los jóvenes escritores comprometidos socialmente?) soltó la declaración que inicia esta nota periodística y que habrá de hacer palidecer a quienes calcen la talla de ese saco.