¿La Fiesta en Paz?
■ Manolete, ensayista
Ampliar la imagen Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete, escribía tan bien como toreaba. En 1945, la revista Trenes publicó un ensayo titulado Mallorca, firmado por el héroe de los ruedos Foto: Archivo
Se ha escrito muchísimo sobre la rica personalidad humana y torera de Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete, y su heroico, novelesco final, ya que morir a los 30 años, consagrado como un figurón, a consecuencia, más que de la cornada en el triángulo de Scarpa, de la deficiente atención médica que recibió en el Hospital de los Marqueses de Linares, no es lo mismo que palmar de un resbalón al salir de la regadera.
A ello añádase que en la sala contigua al moribundo se encontraba, deshecha, su amante, la actriz Lupe Sino, a quien un atajo de taurinos interesados antes que persignados le impidió abrazar y besar a su hombre por aquello de que al torero se le fuera a ocurrir casarse in articulo mortis, privándolos así de la oportunidad de hacerse con la fortuna del diestro.
Pero Manolete no sólo fue un ídolo de los ruedos utilizado por las derechas de allá y de acá, enamorado de su Lupe, del whisky, del cante y las rancheras, del tabaco y otras yerbas, sino además un magnífico redactor, que cuando se dio tiempo supo escribir tan bien como toreaba.
En la revista Trenes, de julio-agosto de 1945 –informa la estupenda Agenda Taurina 2008, que ofrece Editorial Temple, de Madrid–, se publicó un artículo titulado Mallorca, una invitación al reposo, firmado por Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete, en el que expone:
“Cada región de España tiene para mí dos caras distintas. Una en la plaza de toros; otra fuera de ella. Cuando paseo por una capital me olvido de mis actuaciones taurinas y me entrego a la belleza del paisaje o de las cosas. Y raro es el sitio donde no encuentro algo que me guste. Y eso que, a la velocidad que yo veo España, apenas si puedo saborear nada...
“Aparte de mi querida Andalucía, uno de los lugares que más impresión me causa es Mallorca. Creo que esa predilección se explica porque en Mallorca todo parece invitar al descanso, que es lo que yo suelo necesitar. Ante aquellas casas diminutas, que son como pequeños hogares de la naturaleza en espera del inquilino de vida agitada; ante aquella luz –yo soy de una tierra luminosa– me siento tranquilo y satisfecho. Para mí, Mallorca, más que una isla llena de encantos es un gran establecimiento de reposo, donde no llegan más ruidos que los del mar, que por cierto es poco amigo del escándalo.
“A cada uno lo suyo, los toros que sean bravos y que embistan, los mares que sean suaves y estén quietos”, remataba garboso, como sus lances, este excepcional ser humano metido a matador de toros.