Usted está aquí: domingo 13 de abril de 2008 Opinión Noches púrpuras

Carlos Bonfil
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Noches púrpuras

Los créditos iniciales de Noches púrpura (My Blueberry Nights), primera obra del hongkongués Wong Kar Wai filmada en Estados Unidos, con guión suyo y de Larry Black, señalan con dudosa suculencia lo que será la constante estilística del director: un claro elogio de la repostería visual, con fotografía acelerada de Darius Khondji y una pista sonora de Ry Cooder, con melodías melancólicas de Ottis Redding, Norah Jones y Chan Marshall, entre otros. Alguna reminiscencia musical proviene también de la cinta Deseando amar (In the Mood for Love) con un nuevo arreglo. Tres segmentos narrativos marcan el itinerario sentimental de Elizabeth (Norah Jones), joven que en Nueva York elige al dueño de un restaurante, el británico Jeremy (Jude Law), como confidente de su más reciente fracaso amoroso, para luego partir hacia la ciudad de Memphis, y volverse ahí, sin razón aparente, mesera en un café, donde a su vez será compañía y confidente de un policía que cada noche se embriaga por no poder soportar la ruptura con su sensual esposa Sue Lynne (Rachel Weiss), harta de él, de sí misma y de todo lo que la rodea. Los dos primeros relatos entretejidos mantienen cierta unidad temática. Dos mujeres evasivas, dos hombres enamorados sin retribución a la vista; sumido uno en la desesperanza, el otro en la incertidumbre. Betty envía postales a Jeremy, cuyo apego sentimental cultiva, sin permitir por ello que él conozca su paradero exacto. Sue Lynne, presa de violentas sensaciones de amor y odio por su antigua pareja, de quien desea la muerte sólo para verse librada de su acoso. Los guionistas parecen replicar el clima claustrofóbico y el trágico canibalismo moral de la obra teatral de Sam Shepard, Fool for Love, que en los años 80 llevó a la pantalla Robert Altman, con Kim Bassinger y el propio Shepard.

Bajo la dirección de Wong Kar Wai, la siempre perpleja Elizabeth (Norah Jones) recorre de este a oeste un territorio estadunidense saturado de clichés, emblemático en cada uno de sus detalles, simulacro de la realidad, mera “presencia icónica” (A.O. Scott en el New York Times). Cuando el camarógrafo Khondji captura el desierto en Nevada (sitio en que transcurre el tercer segmento de la historia, sin duda el mejor) elige filmar las nubes en un desplazamiento acelerado, como si las vivencias de la protagonista participaran más de un trance hipnótico que de un contacto intenso con la realidad circundante –un poco a la manera del joven narcoléptico (River Phoenix) en Mi camino de sueños (My Own Private Idaho), de Gus Van Sant. La apuesta del realizador por esa sensualidad visual, que es ya su sello distintivo, abandona los territorios familiares, Camboya, Hong Kong, Argentina, y se inventa hoy un Estados Unidos glamurizado, con saturación cromática y melodías pegajosas, desde el pop hasta el blues desgarrador, algo sin duda atractivo para muchos espectadores, aunque ciertamente muy alejado, en términos dramáticos, de su realización más sólida, Deseando amar.

Noches púrpuras invita al espectador a participar de este nuevo arrobo estético del cineasta chino, a admirar su perfeccionismo en filigrana, sus experimentaciones visuales (movimientos barridos, exploración sensual de los cuerpos, reflejos en vitrinas y espejos), y en este proceso de contemplación los personajes que deberían conferir mayor vitalidad al relato pierden en complejidad e interés, dando Norah Jones, Jude Law y Rachel Weiss actuaciones apenas convincentes, hasta el momento en que finalmente aparece una estupenda Leslie (Natalie Portman), maestra de la simulación, quien interpreta con malicia y desenfado a un ser vigorosamente plantado en la tierra.

Wong Kar Wai acomete en esta nueva cinta la conquista visual del territorio que posiblemente haya sido su fascinación mayor de cinéfilo: Estados Unidos, pero en lugar de proponer una ficción vigorosa y cautivadora, como en Chungking Express o en Happy Together, hoy invita a presenciar, sin mayores sorpresas, su nuevo deslumbramiento.

 
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