El inventario del Carrillo Gil
El museo de avenida Revolución, dirigido por Itala Schmelz, exhibió una exposición de bodega, no muy distinta de algunas de las que otrora organizó Carlos Ashida, en la que hubo amplia cabida para la nostalgia mediante fotografías, documentos, un laberinto en el cual el que lo recorría se topaba con ciertas obras poco vistas y, en el primer nivel, algunas de la colección permanente exhibidas en grandes atriles colocados en diagonal, de modo que fue posible ver sus anversos con los datos de los sitios en los que se han mostrado.
La muestra abrió con una alocución de Alvaro Carrillo Gil, acompañada del retrato abocetado al óleo, creado en febrero de 1951, por Siqueiros y de la conocida piroxilina Doña Carmen, que con anterioridad (1946) el muralista realizó: un retrato soberbio no exento de cierta agresividad recóndita hacia su hermosa modelo.
La frase del coleccionista que dotó al museo de su primer núcleo de acervo por una cantidad simbólica, va así: “nunca me imaginé que al adquirir estas dos pequeñas cosas del artista (Orozco) comenzaría a sufrir las torturas del coleccionismo de obras de arte, una de las más costosas manías que se pueden sufrir, sobre todo tratándose de obras de alta calidad y precio elevado”.
Los precios no eran tan elevados entonces y es lamentable que contados personajes, como él o como Marte R. Gómez, sean quienes en mayor medida hayan provisto de excelentes testimonios artísticos a nuestro patrimonio. El Estado siempre se vio lento en estas cuestiones aun y cuando la creación del Instituto Nacional de Bellas Artes en 1946 dio cabida a varias obras maestras.
La cuestión de los datos en la exposición que menciono, da cuenta de ello sobradamente, pues de cierto momento a la fecha, las adquisiciones en el Carrillo Gil representan tan sólo 6.5 por ciento de la colección.
El museo Carrillo Gil empezará a vivir una etapa mejor, debido ¡por fin! a la adquisición del terreno adjunto de 452 metros cuadrados, que albergará oficinas, bodegas, más salas de exhibición y un estacionamiento.
En un panel de grandes dimensiones se exhiben documentos y correspondencia que dan cuenta de las acciones de los diferentes equipos que allí han trabajado. Algunos curiosos nos entretuvimos leyéndolos y observando los cientos de fotografías que ilustran momentos de la vida del museo, así como también lo que dejó como saldo la inundación de septiembre de 1988 que convirtió al Carrilllo Gil en un auténtico hospital de restauración.
Aquí y allá podían verse conjuntos de impresiones heliográficas de León Ferrari.
Ciertos espectadores con quienes me tocó convergencia encontraron que no venían al caso, pero en realidad fue acertado incluirlas, ya que el artista argentino de 87 años, que acaba de merecer el León de Oro en la versión 52 de la Bienal de Venecia, está entre los programados para presentar una muestra individual en ese recinto. Son famosas sus piezas de poliuretano ultravanguardistas, una de las cuales: La civilización occidental y cristiana (1965), le acarreó fama inmediata como artista controvertido, pues es el famoso Cristo colgado de un avión de guerra estadunidense.
Las obras llamémosles “de altura”, como Eleusis, de Gunther Gerzso, estuvo colocada junto a uno de los cuadros negros de Teresa Velásquez, Magenta inédita, de 1993, posible homenaje a la Capilla de Rothko en Houston.
Otras, de reciente factura, como las de Thomas Glassford, acusan notable y prematuro envejecimiento. La mejor obra contemporánea exhibida es de Carlos Aguirre y su título está referido a los Tres Mosqueteros, Veinte años después. Son vinilos sobre acrílico en una caja de luz.
Una mampara sostenía catálogos abiertos en ángulo que podían hojearse. Allí encontré uno sobre la exposición de Carlos Olachea, correspondiente a su exhibición individual allí, verificada un año antes de su ominosa y nunca aclarada muerte violenta, ocurrida en 1986, justo después de que obtuvo un premio en la Bienal Tamayo.
“A manera de práctica arqueológica” según rezaba la cédula, se exhibió un conjunto de residuos o bodega de rezagos, saldos y liquidaciones, piezas que se han quedado allí albergadas entre 1985 y 2007 sin que pertenezcan al acervo. Entre ellas hay una rueda de bicicleta duchampiana. La exhibición, que contó con catálogo, fue bastante visitada.