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CAMPO Y CONTRACAMPO
Un año más y Zapata sigue muriendo. Demasiados Guajardo, demasiados Chinameca en este “México ganador”; porfiriato redivivo donde la tierra es de quien la compra y los planes no son de Ayala sino de negocios. Ya mero acabalamos un siglo y seguimos con el mismo dilema: ¿pueblos o Hacienda? El actual gobierno no estranguló al campo; sin duda le está dando el último machucón, pero la asfixia rural viene de atrás, de cuando los mercadócratas de primera generación se la jugaron con un paradigma de crecimiento extrovertido –el TLCAN como mascarón de proa– donde campesinos y agricultura de mercado interno salen sobrando. La primera administración federal panista añadió torpeza política al modelo heredado y la segunda se empecina en consumar el agrocidio. Los salinistas sostenían que la mejor política industrial es no tener política industrial y encomendarse a los designios del mercado, apotegma que hacían extensivo al agro, pero Calderón lo sublimó: ni política agraria, ni secretario de Agricultura, ni concertación social... Sólo que las cosas han cambiado: en dos décadas las recetas neoliberales impulsadas inicialmente por el PRI fracasaron y el cambio prometido hace siete años por el PAN es un mal chiste. La mafia gobernante es la misma pero el pueblo no. Los primeros 500 días/noches de la administración calderonista documentan la mudanza. Descrédito de origen . Fox ganó las elecciones, había botado al PRI de la Presidencia y accedió al poder pisando fuerte; en cambio Calderón llega por la puerta de atrás y entre abucheos. Hay en el régimen panista dos tiempos contrastantes: en los primeros años es de orientación neoliberal pero no represiva, sin embargo durante la atrabancada segunda mitad del sexenio pasado el autoritarismo se instala en Los Pinos y la conversión se profundiza en la manipulada sucesión. Hoy ocupa la Presidencia un panista de escasa legitimidad que no sólo gobierna con orientación neoliberal sino también progresivamente autoritaria y represiva. Endurecimiento precoz. Por cinco años y hasta el baño de sangre de 2006, la resistencia de Atenco encontró templanza en el gobierno de Fox; en cambio Calderón se inaugura literalmente a sangre y fuego: el 29 de octubre, ya como presidente electo y a un mes de su toma de posesión (es decir, virtualmente al mando), la Policía Federal Preventiva ocupa la ciudad de Oaxaca con saldo de dos muertos, cientos de heridos y decenas de detenidos, y al catorceavo día de su administración la Procuraduría General de la República detiene alevosamente a Flavio Sosa y a otros tres miembros de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), quienes buscaban abrir el diálogo con el nuevo gobierno y al día siguiente tenían una cita con el secretario de Gobernación. Por si fuera poco, al presidente le gusta jugar con soldaditos y disfrazarse de militar. Prontos y mal manejados descalabros económicos . A 35 días de iniciado el nuevo gobierno se dispara la tortilla, cuyo precio llega a duplicar los del año anterior. Dado que entre el 50 y el 60 por ciento de nuestro consumo calórico viene del maíz y más de la mitad de los mexicanos es pobre, el alza significa literalmente hambre. Pero la administración debutante se limita a firmar con el oligopolio tortillero un acuerdo de “estabilización de precios”, por el que en la práctica se autoriza un aumento de “sólo” 30 por ciento, además de que se subsidia con 2 mil millones de pesos a un puñado de empresas harineras. Movilización madrugadora y rápida convergencia social . En medio de la brutal alza especulativa de la tortilla y el magro aumento del salario mínimo (4 por ciento) con que se inaugura la administración, el 31 de enero de 2007, a sólo dos meses de la toma de posesión de Calderón, tiene lugar una multitudinaria manifestación en la ciudad de México, a la que concurren la Unión Nacional de Trabajadores (UNT) y el Frente Sindical Mexicano (FSM), aunque también el acosado sindicato minero; y en el ala rural, el Consejo Nacional de Organizaciones Rurales y Pesqueras (CONORP) y el Consejo Nacional de Organizaciones Campesinas (CONOC), pero igualmente la Confederación Nacional Campesina (CNC) y el paleocorporativo Congreso Agrario Permanente (CAP); participan asimismo los cuantiosos y entusiastas contingentes de la insurgencia cívica encabezada por López Obrador. En el mitin de clausura se presenta un desencuentro de dirigencias, pero resulta claro que la confluencia abajo es mayor y más cálida que la convergencia arriba, y que si en la segunda mitad del sexenio de Fox se fue edificando una vasta alianza social en resistencia, la nueva administración es confrontada de arranque por ese multitudinario pacto opositor. Saldo de la movilización es un diálogo con las organizaciones sostenido los secretarios de Agricultura, Trabajo y Economía, que a la postre resulta infructuoso. Pero el impasse se rompe con la Campaña Sin Maíz no Hay País, los 200 mil que marchan en la capital el 31 de enero de 2008 y el Pacto por la Soberanía Alimentaria y Energética, los Derechos de los Trabajadores y las Libertades Democráticas, firmado el pasado 25 de febrero por 40 organizaciones, que define la agenda común y quizá coloque la interlocución con el gobierno en un nuevo nivel. En todo caso, lo cierto es que en este sexenio se acortaron notablemente los tiempos del encono social. Acelerado desgaste del gabinete. El PAN, el PRI y las grandes corporaciones han pactado ominosos acuerdos de callejón que ponen en riesgo lo que resta del Estado social mexicano. Pero los amarres del calderonismo con el gremio político tradicional y con los poderes fácticos no se reflejan en la concertación social, ámbito donde la torpeza y la prepotencia siguen siendo regla. Así, el magisterio democrático se ampara masivamente contra las reformas a la Ley del ISSSTE, el sindicato minero resiste con éxito el acoso de la Secretaría del Trabajo, el Sindicato Mexicano de Electricistas en revisión contractual derrota la campaña de descrédito orquestada desde el poder, la no tan embozada ofensiva para privatizar Pemex despierta una airada y masiva oposición social y las organizaciones campesinas que se rebelan contra el agrocidio están imponiendo su agenda y estilo de negociar. El resultado es un gabinete políticamente erosionado y sin real capacidad de interlocución: el rijoso secretario del Trabajo no tiene credibilidad entre los sindicatos, el de Agricultura fue desconocido por las organizaciones rurales, el de Economía… ¿Para qué sirve un secretario de Economía si es pecado intervenir el juego de la oferta y la demanda?, la secretaria de Energía fue incapaz de presentar la iniciativa privatizadora de Pemex y por último el de Gobernación enfrenta un descrédito del que es difícil que logre reponerse. Nuevo contexto global. Hace dos décadas los bajos y decrecientes precios de los granos allanaban el camino a la dependencia alimentaria. ¿Para qué producir cereales caros si podemos comprarlos baratos?, era el contundente argumento. Hoy el mundo vive una severa crisis energético-alimentaria: el petróleo declina y encarece, los agrocombustibles desplazan otros cultivos y el creciente consumo de carne le impone a los granos un cada vez mayor destino forrajero. Resultado: el índice de precios de alimentos está en su punto más alto de los últimos 160 años, los inventarios cerealeros son bajos y al término de 2007 el maíz llegó a 175 dólares tonelada y el trigo a 400. Si a fines del siglo pasado Salinas y sus tecnócratas podían alegar que la socialmente dañina y geopolíticamente peligrosa dependencia alimentaria era económicamente rentable, en el nuevo siglo los tecnócratas de Calderón ya no pueden decir lo mismo. Y es que estar atenidos a la masiva importación de alimentos controlados por trasnacionales es hoy económicamente ruinoso y lo será cada vez más. Ha llegado el tiempo de que los campesinos le den de comer al mundo. |