Charlton Heston (1924-2008)
No es mi intención dedicarme a escribir obituarios pero, al parecer, el patrón reciente de defunciones ya rebasa la vieja superstición de los juegos de tres. En poco más de una semana han fallecido Richard Widmark, el incisivo guionista Rafael Azcona, los realizadores Jules Dassin y Jaime Casillas. La noche del sábado murió Charlton Heston, quien merece unas líneas por el solo hecho de haber representado, durante los 60, la cara de la historia en varias películas épicas.
Aunque no era un actor muy versátil, las facciones monolíticas de Heston le permitieron acaparar la categoría de héroe histórico desde que Cecil B. de Mille le vio cara de Moisés para Los 10 mandamientos (1956). Desde entonces le tocó encarnar a El Cid en la película epónima de Anthony Mann (1961), Juan el Bautista (La historia más grande jamás contada, 1965), el artista Miguel Ángel (La agonía y el éxtasis, 1965) y el general Charles Gordon (Khartoum, 1966), entre otros. Sin olvidar su papel épico, aunque ficticio, más reconocido: Ben-Hur (William Wyler, 1959).
La resonante voz del actor redondeaba ese efecto de solemnidad pontificante, muy apta para frases célebres. (No en balde aquí se le contrató para hacer la voz del Sol en la versión anglo del espectáculo Luz y Sonido de Teotihuacán).
De algún modo, Heston no poseía un cariz contemporáneo: la mayoría de sus películas fueron de época: histórico-épicas o westerns, o, curiosamente, de ciencia-ficción. A partir de finales de los 60, los productores también empezaron a asignarle la responsabilidad de representar a la especie humana en ambientes futuristas y hostiles, o ser el superviviente en películas de desastre. En ese sentido, su papel más memorable fue el del arrogante astronauta que aterriza en El planeta de los simios (Franklin J. Schaffner, 1968) sólo para descubrir que se trata de la Tierra siglos después de una devastación nuclear. (Si alguien duda de la estatura heroica que Heston podía imprimirle a sus personajes, compare con la interpretación ñenga de Mark Wahlberg del mismo astronauta en el remake perpetrado por Tim Burton en 2001.)
Dentro de sus contados papeles contemporáneos debe mencionarse su inverosímil detective mexicano Mike Vargas (con todo y bronceado artificial) en el magistral film noir tardío de Orson Welles, Sombras del mal (1958). Para su crédito, fue Heston quien insistió al poquitero productor Albert Zugsmith en que se contratara a Welles para dirigirla, pues ésa fue la posibilidad que lo atrajo al proyecto.
En otra anécdota elocuente de su respeto por el trabajo de los realizadores, Heston ofreció poner su sueldo para sufragar los excesos de costo en los que Sam Peckinpah había incurrido al dirigir Juramento de venganza (1965). Todo estaba pensado como un bluff, pero los productores de la Columbia le tomaron la palabra.
Asimismo, Heston fue conocido en los años 50 por su postura liberal y, al igual que Widmark, militó en favor de los derechos civiles y la igualdad racial. Con los años, como sucede a veces, su política se volvió conservadora. No sólo se pasó a la causa republicana, sino fue presidente de la NRA, la asociación que aboga por el derecho de cada gringo a portar armas de fuego. De hecho, una de las últimas apariciones de Heston en el cine fue en el documental Masacre en Columbine (2002), en el que el tramposo Michael Moore lo sometía a un cruel interrogatorio, aprovechando la enfermedad de Alzheimer que el actor ya padecía.
En demostración de la fuerza de la mitología cinematográfica, uno no deja de pensar que, con el fallecimiento de Charlton Heston, los libros de historia deben estar de luto.