■ Poco avanzaron los presidentes de EU y Rusia tras 26 reuniones en los últimos siete años
Bush y Putin se despiden sin superar las diferencias de fondo en la relación bilateral
■ El tema de los misiles quedará pendiente para los sucesores de la Casa Blanca y el Kremlin
Moscú, 6 de abril. Como “buenos amigos” se despidieron este fin de semana en Sochi, a orillas del Mar Negro, los presidentes Vladimir Putin, ruso, y George W. Bush, estadunidense, pero detrás de las sonrisas y los elogios mutuos dejan como herencia a los siguientes titulares del Kremlin y de la Casa Blanca la difícil búsqueda de entendimientos para superar las diferencias de fondo en la relación bilateral.
Poco se podía esperar de una reunión en la que el anfitrión entrega la oficina dentro de un mes en Rusia, aunque seguirá influyendo en la toma de decisiones como primer ministro, y el huésped estará todavía unos meses al frente de Estados Unidos, pero carece de la más mínima posibilidad de intervenir en la articulación de la política de su sucesor, incluso de resultar de su mismo signo partidario.
Y lo que Putin y Bush no pudieron resolver en las 26 reuniones previas, que mantuvieron en los siete años recientes, tampoco lo iban a arreglar en su último encuentro como mandatarios de Rusia y Estados Unidos.
Para no volver la cita de Sochi una actividad meramente protocolaria, las cancillerías de ambos países se abocaron a un auténtica carrera contrarreloj para tener a tiempo una “Declaración para un marco estratégico de las relaciones ruso-estadunidenses”, todo un catálogo de buenos propósitos.
Aunque esta vez el documento resultó más extenso, no es la primera vez que se adopta un texto de similar intención. Todavía con el antecesor de Bush, Bill Clinton, Putin firmó en el Kremlin, el 4 de junio de 2000, una Declaración Conjunta sobre los Principios de la Estabilidad Estratégica que de nada sirvió para evitar que, poco después, el nuevo inquilino de la Casa Blanca anunciara su deseo de instalar componentes del sistema de defensa antimisiles estadunidense en Europa oriental.
A juicio de Moscú, la construcción de una estación de radares en la República Checa y la colocación de interceptores en Polonia romperían la “estabilidad estratégica” y obligan a Rusia a tomar medidas de respuesta militar contra sus socios europeos, entre los cuales figuran los principales compradores de gas natural ruso.
El posicionamiento del escudo antimisiles de Estados Unidos cerca de las fronteras de Rusia, ahora respaldado por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en su reciente cumbre de Bucarest, Rumania, sigue siendo el mayor punto de desacuerdo entre Moscú y Washington.
Por falta de voluntad, y tras años de intensas negociaciones, ha sido imposible encontrar una solución aceptable para todos, como la que sería implementar un sistema de defensa antimisiles conjunto que no ponga en riesgo la seguridad de ninguno de sus eventuales participantes.
Ahora, en la Declaración de Sochi, se dice con vaguedad que ambas partes “expresaron su interés en crear un sistema para responder a potenciales amenazas de misiles, en el cual Rusia, Estados Unidos y Europa participen como socios en igualdad de condiciones”.
Aparte del escudo antimisiles, Dimitri Medvediev, el presidente electo de Rusia, deberá discutir ya con el sucesor de Bush, a partir de enero del año siguiente, la expansión de la OTAN hacia el este, y sobre todo la incorporación de Ucrania y Georgia, sólo pospuesta para no irritar a Rusia, pero no cancelada de manera definitiva.
Tampoco será fácil que Rusia y EU lleguen a un acuerdo en la compleja negociación de nuevos tratados de reducción de armamento nuclear, en sustitución de los que pronto perderán su vigencia.