Usted está aquí: lunes 7 de abril de 2008 Opinión Washington y sus peones

Carlos Fazio

Washington y sus peones

La participación directa de soldados del Pentágono asentados en las bases de Manta (Ecuador) y Tres Esquinas (Colombia) en el golpe militar quirúrgico contra un campamento clandestino de las FARC en Sucumbíos es una señal de que Estados Unidos ha perdido la iniciativa estratégica. En ese contexto, en receso por ahora la vía del golpe de Estado, Washington necesita fabricar el clima ideológico y las coartadas para sus acciones encubiertas en el área, por lo que echa mano de políticos de medio pelo corruptos como José María Aznar, Vicente Fox, Luis Alberto Lacalle, Jorge Quiroga, Osvaldo Hurtado, Rafael Ángel Calderón Fournier, Marco Vinicio Cerezo y Francisco Flores, y de su enorme ejército de intelectuales orgánicos, entre ellos los neoconversos Mario Vargas Llosa y Jorge Castañeda, Enrique Krauze y el profesional de la industria de la contrarrevolución Carlos Alberto Montaner (ligado a la mafia de Miami), a lo que suma el aparato mass-mediático del gran capital nativo.

A todos los une la histérica denuncia del “populismo radical” y tres o cuatro clichés más fabricados en las usinas propagandísticas de Washington, incluidos el mito y las supersticiones del evangelio neoliberal, que los “idiotas pluscuamperfectos” (Atilio Borón dixit) repiten cual papagayos en sus primitivos cónclaves. Asimismo, tienen como objetivo de fondo construir una fuerza de la ultraderecha liberal, capaz de frenar los avances progresistas y de izquierda y, en forma paralela, coordinar y potenciar de manera subordinada la escalada de agresiones en contra de Raúl Castro, Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa y Daniel Ortega.

En ese sentido, marzo ha sido pródigo en acciones diversionistas patrocinadas por la administración Bush con fines propagandísticos y subversivos, en el contexto de una política hemisférica que combina un intervencionismo militar básicamente indirecto con el expansionismo ideológico, bajo la fórmula “democracia de mercado y seguridad”.

La confluencia escalonada de tres actos regionales que impulsan el decadente Consenso de Washington pone en evidencia lo anterior: el foro Solidaridad Latinoamericana al Encuentro de Cuba, celebrado en San José de Costa Rica el 14 de marzo; el seminario Los desafíos de América Latina: entre las falencias institucionales y las oportunidades de desarrollo, organizado por la Fundación Internacional para la Libertad en Rosario, Argentina, entre el 24 y el 29 de ese mes, y la reunión de medio año de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), realizada en Caracas del 28 al 30 de marzo.

Por razones de espacio nos referiremos al encuentro de Costa Rica dedicado a Cuba. Aunque están devaluados y la conservadora Organización Demócrata Cristiana de América que presiden ya no da lustre, Fox y su fiel escudero Manuel Espino cumplieron allí su “misión”: replicar la voz del amo. Por más que intentan encubrirla, su “agenda” es la de Estados Unidos y sus socios imperialistas de la “vieja Europa”. Financiado por la Konrad Adenauer, el encuentro estaba programado para realizarse en México. Pero tuvo que realizarse en Costa Rica debido a las presiones de Felipe Calderón, quien no quiso ver opacada la labor de reingeniería diplomática de su canciller Patricia Espinosa, quien ese mismo 14 de marzo se reuniría en Cuba con su homólogo Felipe Pérez Roque.

En su carácter de presidente de la ODCA, Manuel Espino dirigió un mensaje imbuido de una nueva retórica dialoguista que es un insulto a la inteligencia: “Este encuentro de recta intención, que no reconoce enemigos ni adversarios, sólo interlocutores de buena voluntad (…) ha sido convocado para reiterar nuestro respeto a la libre autodeterminación de Cuba”. Con eje el “bien común” y énfasis en la “reconciliación nacional” de los cubanos del exterior y la isla, el discurso de Espino recuerda la matriz ideológica y el papel asignado por Washington a la democracia cristiana en la época del neoconservadurismo reaganeano y los conflictos de baja intensidad en Centroamérica, en particular la guerra de la contra, financiada por Estados Unidos contra Nicaragua sandinista.

Según Espino, Cuba “vive un cambio de época con oportunidades imprevistas”, “un momento de transición” que, es el mensaje, debe ser aprovechado por las derechas del hemisferio occidental y sus aliados de Europa para acabar con la Revolución. Ese objetivo quedó más delineado en la Declaración de Costa Rica, donde, previa finta engañabobos dirigida presuntamente contra Estados Unidos (“ningún gobierno de un Estado extranjero puede tomar decisiones que sólo corresponden al pueblo cubano, ni intervenir en sus asuntos o imponer sanciones de manera unilateral”), practica un claro intervencionismo a través de un decálogo de recomendaciones al gobierno de Raúl Castro, que básicamente recoge las directrices de la administración Bush.

La nueva estrategia asignada al binomio Fox-Espino introdujo algunas contradicciones con sus aliados anticastristas de La Florida, en particular con el Directorio Democrático Cubano (DDC). Según un cable de la agencia Efe, fechado en Miami el 1º de abril, el DDC aclaró que, pese a formar parte de la internacional socialcristiana, “ni firmó ni suscribió ni apoyó el texto” de San José, que en una de sus resoluciones propone una reunión con Raúl Castro para impulsar la apertura política en la isla.

La organización lamentó que la ODCA se “aleje del consenso internacional que no le reconoce legitimidad a esta dictadura (la del gobierno cubano)”, y aseguró que no fue consultada sobre la puesta en marcha de “esa estrategia”. Para el DDC, la declaración “hace concepciones ideológicas” y se “alinea” con “la política de apaciguamiento impulsada por el gobierno del presidente español José Luis Rodríguez Zapatero”. O sea, una doble vía para un mismo fin.

 
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