Por Fernando Mino
Ignacia Lamas Chávez es una indígena cora
de Mojocuatla, una localidad del cañón
del río San Pedro. Es partera y trabaja con
medicina tradicional en su pueblo, de poco
más de 500 habitantes, y en otros de la región
cora baja de Nayarit. El sida es algo nuevo para
ella, una infección que ya comienza a afectar
a las personas de las comunidades en las que
trabaja, “gente que no conoce, que no pueden
hablar el español y que viven muy retirado”.
Por eso creyó importante capacitarse sobre
el tema.
La señora Lamas participa desde 1991 en
una organización civil de médicos tradicionales,
que opera en el municipio de Ruiz, también
en la región norte de Nayarit. En 2007,
Lamas coordinó un proyecto de prevención
del VIH/sida financiado con recursos públicos
manejados por el Centro Nacional para la
Prevención y Control del VIH/sida (Censida).
Lamas y otras siete personas visitaron las
comunidades indígenas de la zona —coras,
huicholes, tepehuanos y mexicaneros— para
hablar, en las lenguas de cada grupo, de prevención
del VIH, una labor difícil, pues como
señala doña Ignacia, “la gente no se ánima con
lo del condón, porque no están acostumbrados
así”. Pese a todo, la experiencia fue buena:
“En las comunidades nos dijeron que les gustó
que les lleváramos información pues nunca
habían sabido nada de eso y, como viven en
pueblos retirados, saber a dónde pueden ir
para que los vean los doctores”.
Además del proyecto de la Organización de
Médicos Indígenas Tradicionales del Estado de
Nayarit, el Censida financió 113 más, una inversión
de 30 millones de pesos —un promedio
de 268 mil pesos por proyecto— gastados
entre septiembre y diciembre de 2007. Para
2008 se invertirán 35 millones de pesos.
Picaderos seguros para reducir riesgos
En Ciudad Juárez, Chihuahua, vive la mayor
cantidad de usuarios de drogas inyectadas
del país, más de cinco mil personas. En los
picaderos, situados en los márgenes de la
ciudad, no entra cualquiera, es un territorio
libre para el consumo y la venta de
heroína y otras drogas. Los activistas de la
organización civil Compañeros trabajan en
esos espacios marginales desde hace 21
años. Con el dinero de Censida ampliaron
los alcances de su proyecto de reducción
del daño —la provisión de información y
de jeringas nuevas para evitar infecciones.
“Pudimos hacer el trabajo de alcance comunitario
que ya tenemos bien establecido
e integrar un nuevo modelo para seguir
a usuarios de drogas positivos al VIH o a
la hepatitis B”, cuenta Maria Elena Ramos,
directora de la organización.
Activistas, algunos de ellos vecinos de los
mismos barrios de consumo de drogas y trabajo
sexual, siguieron en forma personal a 75
usuarios de drogas para fortalecer su percepción
del riesgo y favorecer en ellos prácticas
menos dañinas. Otras 32 personas, además
de sus familiares y amigos, participaron en un
programa holístico para el cambio de comportamiento.
Los resultados fueron buenos: el
mercadeo social de jeringas nuevas subió de
300 a mil unidades al mes, lo que significa que
los usuarios tuvieron la iniciativa de cuidarse
del VIH y la hepatitis C.
El trabajo de organizaciones como
Compañeros no podría ser realizado por instancias de gobierno, siempre sospechosas
para los grupos tradicionalmente rechazados
o incluso perseguidos, como reconoció el
secretario de Salud, José Ángel Córdova, en
septiembre de 2007: “El estigma, homofobia y
discriminación social siguen siendo altas, por
lo que estas poblaciones se ven forzadas a
reunirse en sitios que no necesariamente están
al alcance de horarios o días de la semana en
que el personal de salud trabaja”.
La sociedad civil financiada por Censida
se ha concentrado en las poblaciones más
vulnerables al VIH, según las estadísticas: hombres
que tienen sexo con hombres, usuarios
de drogas inyectables, niños y adolescentes
en situación de calle, personas transgénero,
hombres privados de su libertad, personas que
viven con VIH/sida, además de comunidades
indígenas: sectores con tasas de infección más
alta que la población general.
Sólo para varones muy entrones
Por la noche puros hombres lo visitan. La
discreción es ley en un lugar de encuentro
sólo para varones. Entran y salen del lugar
con cierta regularidad hombres adultos de
todas las edades. Se llama El Gremio, un centro
comunitario que brinda información, asesoría
y capacitación sobre el VIH a hombres gay y
otros hombres que no se asumen como gays
pero que “son entrones”. Con sus instalaciones
limpias y muy bien montadas, el centro, ubicado
en la ciudad de San Luis Potosí, distribuye
condones y lubricantes a quienes lo visitan
con fines de recreación sexual; a cambio, sólo
se pide una cuota de recuperación. El espacio
de dos plantas, permite la interacción de su
clientela que puede optar por permanecer
sentado frente a la proyección de películas
porno, o perderse en la oscuridad de alguno
de sus cuartos.
El Gremio es un centro comunitario peculiar,
se trata de una estrategia que permite
realizar trabajo preventivo in situ, con una
clientela cautiva, al mismo tiempo que genera
recursos para la asociación. “Es un proyecto
productivo”, señala Andrés Costilla, dirigente
de Amigos Potosinos en Lucha Contra el Sida,
mientras nos muestra los carteles y las postales
de la campaña Así sí le entro, financiada por
Censida. En los cuatro meses que duró el proyecto,
visitaron el lugar 3,225 hombres.
Para el activista, el mayor mérito de los
recursos proporcionados por el Censida es que
“permite lograr un mayor alcance y un mayor
impacto del trabajo que venimos realizando
las organizaciones civiles”. Ha sido una “oportunidad
para profesionalizarse”, dice.
Ineficiente el gasto en prevención
Los resultados obtenidos hasta ahora parecen dispares. Las intervenciones preventivas
realizadas han abarcado una gama de acciones de probada eficacia, como la educación
entre pares, y otras no tanto, como la impresión de calendarios y otros materiales. Más
de la mitad de los proyectos llevados a cabo en 2006 se abocaron a la realización de
talleres de capacitación, y muy pocos a la promoción de la detección voluntaria del
virus. Sólo una cuarta parte hizo de la distribución y el mercadeo de condones el eje de
sus intervenciones preventivas.
De acuerdo con Sergio Bautista, investigador del Instituto Nacional de Salud Pública, la
falta de información a nivel global sobre la efectividad de las intervenciones preventivas
hace que el gasto en prevención sea ineficiente. “Se está gastando dinero en lo que no
es útil, y no se están evitando infecciones que son evitables”, afirma en la presentación
que expuso en el Congreso Nacional de Sida en diciembre pasado. Y México no es la
excepción. A falta de información científica sobre lo que funciona, el especialista recomienda
hacer el mejor uso posible de los recursos, mejorando simplemente la eficiencia
técnica de lo que ya se hace.
En un estudio de la eficiencia de 17 intervenciones que promovieron la consejería y
detección voluntaria del VIH, se topó con costos muy dispares y encontró que con los
mismos recursos invertidos para realizar poco más de 20 mil detecciones del VIH, se
podrían llegar a realizar casi cien mil, mejorando la eficiencia técnica. A partir de un
análisis de costo-efectividad, señala Bautista, “es posible elegir aquella intervención que
brinde el mayor beneficio por recursos invertidos”.
Los proyectos realizados en 2006 y en 2007 fueron sometidos a un comité de evaluadores
externo a Censida, y de acuerdo con Javier Cabral, director de Prevención y
Participación Social de ese organismo, el equipo de evaluación medirá la efectividad
de lo realizado hasta ahora. Los resultados serán dados a conocer en algunas semanas,
según adelantó el funcionario. (Alejandro Brito) |
Las condoneras, proyecto de Colectivo Sol financiado por el Censida en 2006, en una
de sus intervenciones, con estudiantes
de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
de la UNAM en febrero pasado.
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