Usted está aquí: jueves 3 de abril de 2008 Opinión Hamelin

Olga Harmony

Hamelin

Hace una semana el Círculo Teatral, a cuya cabeza están Alberto Estrella y Víctor Carpinteiro, celebró el día Mundial de Teatro y los cuatro años que ya lleva de constituido con una serie de actos entre los que destacó la presentación del libro de la Editorial Godot –que inicialmente se ocupó de textos dedicados a niños y jóvenes, pero que ya se amplía a otros públicos– Mujeres en el umbral con tres textos de Víctor Hugo Rascón Banda, lo que de alguna manera se convirtió en un homenaje al dramaturgo de gran importancia para nuestro teatro y de precaria salud, con la lectura dramatizada de escenas de estas obras a cargo de actores tan profesionales como Rosenda Monteros, Irma Lozano, Alberto Estrella y Kika Édgar. El Círculo Teatral, amén de su labor como escuela de actuación, ha acogido en su pequeño pero interesante espacio circular escenificaciones muy profesionales y ahora en él se presenta un nuevo grupo, La Torre de los Argonautas, con su segundo montaje, Hamelin, del laureado filósofo y dramaturgo español Juan Mayorga.

Desconozco el original y no lo puedo contrastar con la adaptación de Emmanuel Morales, por lo que me remito a lo que se ve en escena. Hamelin es un inteligente título para ocuparse de la pederastia, en recuerdo del legendario flautista, y Mayorga utiliza diversos recursos, como el teatro narrado, el teatro testimonial y el más tradicional de drama dialogado, para contar la historia de ese pequeño Josemari abusado por un pederasta y por su propia familia en una serie de cuadros que muestran segmentos de la indagación del juez Montero tanto en interrogatorios al pederasta Pablo Rivas, al delator Gonzalo y a la misma víctima, como a la familia del niño. Pero el daño a la infancia no se limita a los desdichados de familias desintegradas de los barrios marginales, sino también al abandono que Montero hace sufrir a su esposa y a su propio hijo en aras de cumplir su ambición de cubrir un sonado caso y aparecer en los diarios como un héroe de la justicia, ambición que se disfraza de afán por conocer la verdad y llegar a la raíz del mal, lo que dota a este personaje de una estupenda ambigüedad.

Abuso es también el de la psicóloga con su deshumanizado lenguaje que confunde más al niño al que pretende ayudar, en este texto en que se entrelazan bien y mal en ácida crítica a las instituciones y a una sociedad que no parece atender a las necesidades reales de los niños.

Siempre es bueno saber de la constitución de un nuevo grupo, pero pienso que a La Torre de los Argonautas le haría falta madurar más hasta encontrar una homogeneidad actoral de que todavía carece. Emmanuel Montero no tiene la suficiente experiencia práctica ni teórica (por allí aparece una declaración suya acerca de que la falta de escenografía es volver a Brecht, lo que suena a una lección mal aprendida) para poder conjuntar a un equipo muy disímil en cuanto a técnicas y origen, con una actriz española con experiencia (María José González), un actor argentino (Pablo Rivas), un actor cubano (Edgardo González) y jóvenes actores mexicanos (Pablo Perroni, Mildred Motta, Anna Berumen, Ricardo Polanco) de diferente formación, inclusive una apenas estudiante (Erika Talavera) de no muy eficiente dicción en su papel de Acotador. A pesar de la falta de homologación en acentos y modos actorales –lo que es una realidad en todos los elencos mexicanos pero que directores de mayor experiencia suelen solventar– Montero tiene aciertos que debería profundizar con cursos de dirección.

El trazo escénico es muy correcto, aunque por momentos el ritmo se atropelle entre una escena y otra. Hacer que el ya muy buen actor Ricardo Polanco encarne a los dos niños, el abusado Josemari y el abandonado Jaimito, hijo del juez, es un detalle que muestra su comprensión de lo que el texto implica, y la disposición de los escasos elementos para dar los espacios que pide el texto, da cuenta de su buen ojo como director, por lo que hay que seguir su trayectoria y la del grupo en el futuro.

 
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