Usted está aquí: lunes 31 de marzo de 2008 Cultura La indiferencia del gobierno está acabando con las culturas regionales: Thomas Stanford

■ Su investigación musical realizada en 700 comunidades fue donada a la Fonoteca Nacional

La indiferencia del gobierno está acabando con las culturas regionales: Thomas Stanford

■ Las etnias abandonan sus tradiciones para no morirse de hambre, lamenta el etnomusicólogo

Ana Mónica Rodríguez

Ampliar la imagen Las más de cinco mil grabaciones de alta fidelidad realizadas por el estadunidense Thomas Stanford reúnen música, danza, rituales, fiesta de pueblo, bodas, festejos en casas de mayordomos, música indígena y mestiza e infinidad de sonidos de 23 grupos indígenas de 20 estados del país Las más de cinco mil grabaciones de alta fidelidad realizadas por el estadunidense Thomas Stanford reúnen música, danza, rituales, fiesta de pueblo, bodas, festejos en casas de mayordomos, música indígena y mestiza e infinidad de sonidos de 23 grupos indígenas de 20 estados del país Foto: Jesús Villaseca

A pesar de la indiferencia del gobierno por los grupos étnicos del país y tras medio siglo de recorrer los sitios más inhóspitos de la República Mexicana, Thomas Stanford perpetuó en “fotografías culturales” su investigación musical realizada en 700 comunidades de 20 estados del país, y configuró así una excepcional memoria sonora con más de 5 mil grabaciones de alta fidelidad.

Ese abundante y único acervo fue donado por Thomas Stanford a la Fonoteca Nacional, el cual reúne música, danza, rituales como los del curandero, fiestas del pueblo, los festejos en las casas de los mayordomos, bodas, música indígena y mestiza y todos aquellos sonidos que fueron grabados con alrededor de 23 grupos indígenas, de 20 estados de la nación. Entre las etnias figuran otomíes, choles, chontales, tzeltales y tzotziles.

El etnomusicólogo estadunidense, quien se confiesa apasionado de la cultura mexicana, sostiene que esta investigación se ha convertido en una “obsesión”, y para salvarla de los embates del tiempo y del olvido decidió legarla a la Fonoteca Nacional, misma que será inaugurada a finales de este año, en la majestuosa Casa de Alvarado, en Coyoacán, antigua sede de la Fundación Octavio Paz y donde vivió los últimos meses de su vida el premio Nobel mexicano.

En entrevista con La Jornada, Stanford habla de su gusto por la cultura tradicional mexicana y su trabajo realizado a lo largo de cinco décadas, lapso durante el cual fue motivado e inspirado por su esposa, Antonia Hernández, fallecida hace cuatro años. “Ella era más mexicana que el nopal”, subraya cada vez que la recuerda.

Del lenguaje de sus antepasados, a Stanford sólo le queda la parsimonia de su voz y, de su trato afable se infiere por qué ha sido aceptado por los grupos étnicos que le han permitido grabar lo que sólo ellos conocen y practican: sus tradiciones.

“La indiferencia del gobierno está acabando con las culturas regionales. Un grupo cultural determinado no puede sobrevivir con base en sus propios esfuerzos y termina por abandonar su medio y tradiciones. ¿La razón? Nadie se muere de hambre sentado sobre sus manos”, lamenta.

Por estos motivos de sobrevivencia y de índole económica mucha gente “se va a Estados Unidos, y eso es lo que está acabando con las culturas del país; no es de ninguna manera por una preferencia cultural, sino por la indiferencia del gobierno y la desesperación de los grupos que buscan diversas formas para no morirse de hambre. Así está de grave la problemática”.

Una obsesión

La renovación, explica Thomas Stanford, es otro elemento que no se debe soslayar en la cultura. “Para conservar las tradiciones, como cuando se documenta la música de un grupo étnico, se debe tomar en cuenta que esa musicalidad grabada hace 10 años no va a ser nunca igual en los años futuros”.

El investigador documenta una situación y el momento en el que llega, para captar una especie de “fotografía cultural” de lo que existe en cuanto a música se refiere. “Es cierto que las tradiciones tienen herencias que se remontan muchos siglos atrás, pero la evolución no se detiene y obliga al ser humano a cambiar y renovarse siempre”.

–¿Su labor ha sido única?

–No soy quién para hablar de mí, pero conozco más de la República que la mayoría de los colegas antropólogos, ya que sumo más de 34 años como investigador en este rubro; tal vez ahora la fonoteca tenga una cuenta más exacta respecto del número de pueblos que he visitado, pero sí, he trabajado con al menos 23 etnias mexicanas.

“Siempre –agrega– intento registrar el tipo de música de los lugares a los que llego y quiero grabar cosas particulares, porque entiendo que los sonidos son una proyección de la identidad del grupo, y soy muy afortunado porque los etnomusicólogos, en contraparte con los etnólogos, cuando investigamos sobre música halagamos a los informantes, quienes miran con recelo a alguien que investiga sobre sus parentescos o prácticas agrícolas.”

En síntesis, no conoce ningún otro investigador que haya acumulado tanto material respecto de la cultura de un país como lo ha realizado él en 50 años. “No lo he hecho con el propósito de superar a nadie en ese sentido, pero esta investigación se ha convertido en una obsesión, y por eso tengo tantas grabaciones y he reunido mucho material”.

–Durante sus investigaciones, ¿qué ha llamado más su atención?

–Uno de mis intereses principales en el estudio de la música ha sido el proceso de evolución, y lo que descubrí es que las tradiciones musicales se desarrollan con base en el material de diversas etnias. Existe una fuerza motriz interna que busca lo exótico, y eso viene de fuera; por ello, esos materiales nuevos que adquieren los grupos provienen de sus vecinos y así surge un estudio regional.

“Por ejemplo, tres o cuatro etnias de una región son parecidas, porque después de algunos años se han asimilado con sus grupos vecinos hasta formar un grupo regional y un estilo musical. Es como hablar de la Huasteca con los teneks, tepehuas, totonacos, nahuas, quienes han contribuido a un estilo musical que se llama huasteco, el cual no es la producción de una sola cultura, sino de un conjunto de éstas.”

“Hasta donde el cuerpo aguante”

En sus inicios, Stanford fue pianista, después compositor y tras su permanencia como miembro del ejército estadunidense en Okinawa, Japón, halló el significado de su vida: la música folclórica. “Con una beca de la milicia vine a la Universidad Nacional Autónoma de México a estudiar con Vicente T. Mendoza, pero me percaté que no tenía la preparación que necesitaba”.

Entonces, “me di cuenta de que México adolecía de esas investigaciones, de las cuales existen escasos referentes, y pensé que había un nicho y un vacío por llenar; por eso tomé la decisión de quedarme en el país y aquí estoy, desde hace más de 50 años”.

Stanford también padece las consecuencias por adentrarse en los lugares más remotos, de difícil acceso y de “haber pasado mi vida al aire libre”.

El saldo es una fractura en la parte izquierda de la cadera y problemas en la vista, debido a los rayos ultravioleta. “No sé lo que me depara el futuro; ya no estoy en el mismo estado, pero voy a seguir activo hasta donde el cuerpo aguante”.

En 1988, la Universidad Anáhuac entregó a Stanford el doctorado honoris causa, por más de 40 años de trabajo; ahora, el etnomusicólogo está dedicado a catalogar todo su material con los especialistas de la Fonoteca Nacional.

“Gracias a las notas de campo realizadas durante mis investigaciones he ordenado junto con catalogadores las grabaciones que lego a la nación, para que sean utilizadas al máximo y se sepa cuándo, en dónde y qué contexto representan.”

Thomas Stanford no se inmuta y asegura que en un apartado de su testamento especifica su deseo de que toda su biblioteca, materiales sonoros, equipos de grabación y computadoras formen parte de la Fonoteca y del patrimonio nacional.

 
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