¿La Fiesta en Paz?
■ Castálidas taurinas
Ampliar la imagen Ahora toro, torero y muleta, fragmentados, quedan suspendidos en el aire en grácil movimiento. Imagen de una corrida en Tulpetlac, estado de México, en 2007 Foto: Ap
Castálida, según el piadoso diccionario de la Real Academia Española, es sinónimo de musa, de deidad protectora de las ciencias y de las artes, así como de inspiración, pero también es el nombre de la elegante revista que dirige Graciela Sotelo Cruz y edita el Instituto Mexiquense de Cultura, encabezado por Agustín Gasca Pliego.
Los números 32 y 33 de la citada publicación están dedicados en su totalidad al desdeñado –por “los villamelones de la cultura”– tema de la tauromaquia en nuestro país. En 152 y 128 páginas, respectivamente, se da cuenta de aspectos históricos, literarios, biográficos, poéticos, tauromáquicos, fotográficos y pictóricos.
Castálida 32 reproduce en sus páginas centrales una serie de óleos del maestro tijuanense Reynaldo Torres, quien ha preferido dirigir su enorme talento artístico al cartelismo y a portadas de discos, ya que, como me permití decir en el texto correspondiente, “en este pintor la fiesta brava no es tema, sino sentido de vida y de vista”. La única incongruencia fue poner en la portada un toro de Ruano Llopis y no uno de Reynaldo.
Para reforzar estos respetuosos señalamientos a lo que podría calificarse, quizá, como negligencia técnica del maestro Torres, éste decidió colgar una reducida muestra de su “otra pintura” durante la presentación de dichas revistas, el pasado jueves, en el Centro Cultural de la Tauromaquia. Allí, la nutrida asistencia pudo comprobar la diferencia abismal entre ambas versiones pictóricas. Se trata de cuadros de una rotunda madurez y una conmovedora profundidad envueltas en claroscuros goyescos y trazos de privilegiado dominio, incluido el mejor retrato de Belmonte que pintor alguno haya podido hacer.
En cambio, en el número 33 de Castálida, tanto la portada como la contra, se ilustran con sendas pinturas del maestro Rafael Sánchez de Icaza, a cuya obra están dedicadas las páginas centrales. En apariencia, a prudente distancia del tema taurino, Rafael sorprende con una novedosa y originalísima propuesta a la que denomina surrealismo geométrico. Ahora toro, torero y muleta, fragmentados, quedan suspendidos en el aire en grácil movimiento.
Lo que a la postre salvó la presentación de estas Castálidas del narcisismo tedioso fue el encanto con talento de la poeta y maestra Lucía Rivadeneyra, quien con la frescura de sus espléndidos versos, dijo entre otras cosas: “En mis grupos de alrededor de 60 alumnos de la Universidad Nacional Autónoma de México pregunto, en primer semestre, quién era ‘El ave de las tempestades’ o ‘El tormento de las mujeres’ y nadie, absolutamente nadie sabe contestar. Entonces aprovecho para explicar, contar, incitar, provocar. No falta quien se rasga las vestiduras ante “tanta barbarie” sin haber ido nunca a una plaza de toros. Dejo claro que siempre, aunque sea por cultura general, hay que ir, por lo menos, una vez en la vida a cualquier plaza, y si es posible a la más grande y cómoda del mundo, que casualmente está en la ciudad en que viven...”