Richard Widmark (1914-2008)
Ampliar la imagen Richard Widmark Foto: Ap
Nunca generó un culto como colegas de línea dura como Humphrey Bogart, o incluso Robert Mit- chum, Sin embargo, el actor Richard Widmark –fallecido el miércoles pasado– merece un obituario de revaloración, ahora que su nombre no le dice nada a la mayoría de los cinéfilos actuales.
Al igual que Bogart, Widmark se dio a conocer en sus inicios como villano desalmado. En su debut cinematográfico, la interpretación del matón Tommy Udo en El beso de la muerte (Henry Hathaway, 1947) impresionó al público de la época por la crueldad de uno de sus crímenes: no sólo lanzaba por las escaleras a una anciana atada a su silla de ruedas, sino lo festejaba con una sicopática risita.
Un rostro entre infantil y cadavérico, generalmente adornado por una media sonrisa cínica, una mirada fulminante y un talento para la histeria controlada, le ganaron a Widmark varios otros papeles de villano memorable, como el bandido malo de Cielo amarillo (William Wellman, 1948), o el criminal racista de El odio es ciego, (Joseph L. Mankiewciz, 1950). Sin embargo, la sensibilidad noire de la época facilitó su transición a la categoría de héroe, o anti-héroe más bien. Su fracasado empresario Harry Fabian en Siniestra obsesión (Jules Dassin, 1950) daba cuenta de ese potencial; el personaje era un oportunista desagradable pero el actor le confería una emotiva vulnerabilidad.
Ya en los 50, el género bélico emplearía la dureza neurótica de Widmark para encarnar a severos oficiales con un lado humano. Su trabajo más interesante, no obstante, fue siempre en el filo de la incertidumbre heroica, nunca mejor representado que en el papel epónimo de El rata (Samuel Fuller, 1953), un carterista que, bajo coerción de la ley, acepta participar en el desenmascaramiento de un espía comunista. “¿Me está ondeando una bandera en la cara?”, es su sarcástica respuesta a la patriotera arenga del agente de gobierno que lo intenta reclutar.
Widmark no tuvo la suerte de ser el actor fetiche de un gran director hollywoodense. Nunca colaboró con Hawks, Hitchcock, Lang o Wilder. Aunque sí llegó a figurar en dos obras tardías de John Ford, Misión de dos valientes (1961) y El ocaso de los cheyennes (1964). Y encarnó para Don Siegel en Los despiadados (1968) el prototipo policiaco de lo que unos años después sería Harry el sucio, del mismo director.
A pesar de que dio cuenta de un registro amplio, su filmografía se divide entre westerns, thrillers urbanos y cintas bélicas, sobre todo. Fueron raras sus incursiones en la comedia. “Es mucho trabajo ser un cabrón”, decía en el papel de capitán de un submarino nuclear en Al borde del abismo (James B. Harris, 1965) y su obra completa lo confirma.
Hacia el final de su carrera no se salvó del churro de gran presupuesto –la película de desastre El enjambre, por ejemplo– aunque supo mantenerse dentro de los límites de la dignidad, trabajando para el alemán Volver Schlöndorff en el telefilme A Gathering of Old Men (1987), por ejemplo. Su última aparición cinematográfica fue en 1991 y es de suponer que un frágil estado de salud lo mantuvo inactivo desde entonces.
A diferencia de, digamos, Marlon Brando, el estilo de Richard Widmark no creó escuela. Pero no sería descabellado encontrar en Ed Harris a una especie de heredero, tanto por su físico como su solvencia. Widmark, como Harris, era de esa cada vez más selecta estirpe hollywoodense, el actor jornalero que cumple su chamba con un aplomo y una convicción dignos de mejores causas.