México SA
■ ¿Dónde quedó la convocatoria al diálogo?
■ Calderón y el juego de la gallina ciega
Ampliar la imagen Francisco de Goya y Lucientes: La Gallina Ciega, 1789 (Museo del Prado, Madrid)
En breve, en 10 o 15 días, en ocho, la siguiente semana, en unos cuantas horas más, antes de que concluya el periodo ordinario de sesiones, a mediados de éste, próximamente, “está muy avanzada”, quién sabe, será de tin marín de do pingüe, puro títere fue…. El gobierno calderonista mantiene el juego público de la gallina ciega, y con él, el deterioro del ambiente político, mientras en lo oscurito intenta amarrar su “reforma” energética al costo que sea.
Esta actitud lo único que genera es mayor desconfianza, muestra que nada limpias tienen las manos y refuerza el sentir de que se cocina un nuevo atraco a la nación. Si Calderón y sus neo científicos en realidad creen que su propuesta es válida y la única que “salvará” a Petróleos Mexicanos, en particular, y al sector energético nacional, en general, ¿por qué jugar a las escondidillas, por qué no abrir el juego, enseñar las cartas, convencer y ganar por las buenas, y si pierden, que también sea por las buenas? En lugar de explicar detalladamente por qué “sí se requiere inversión privada” en el sector energético, por qué Pemex “no puede solo”, por qué “se requiere una reforma” de tal o cual alcance, Ejecutivo y Legislativo operan en el drenaje profundo.
Nada más alejada de la democracia que esta táctica recurrente para desmantelar la infraestructura productiva de la nación, porque independientemente de que lo que quieren vender no es una fábrica de bicicletas o de sopa instantánea, lo que está involucrado es el recurso natural más importante del país, asociado a la seguridad nacional, económica y social, amén de ser propiedad no del gobierno, no de los partidos, no de la clase política, sino de los mexicanos, los únicos incluidos, quiéranlo o no, en este deleznable juego de la gallina ciega.
Son verdaderamente deplorables los resultados de este cínico recurso utilizado por los últimos cinco inquilinos de Los Pinos, periodo en el que desaparecieron o privatizaron alrededor de 950 empresas y entidades del Estado, y en el balance la nación se ha quedado sin bienes, sin infraestructura, sin recursos y en el hoyo, del que todos los partidos aseguran la sacarán, cuando en realidad día a día la hunden más.
A Calderón se le queman los tiempos políticos, de allí su urgencia de sacar la “reforma” vía fast track, para lo cual recurre a reconocidísimos “demócratas” como Emilio Gamboa, Manlio Fabio Beltrones, Juan Camilo Mouriño, Santiago Creel (el que asesoraba a Pedro Aspe, en el salinato, para vender paraestatales, y en sus tiempos en Bucareli otorgaba permisos de juego y apuestas para Televisa a cambio de promoción a su precandidatura), Héctor Larios y demás tesoros baluartes de los intereses nacionales.
¿Dónde quedó la convocatoria que una semana atrás hiciera el inquilino de Los Pinos para “dialogar de manera abierta, objetiva y serena sobre las alternativas para fortalecer, y fortalecer de veras, a nuestra industria petrolera, y con ello fortalecer a México”? ¿Quince días, máximo mes de “debate” para sacar adelante la “reforma”? ¿Eso es “diálogo abierto, objetivo y sereno que se propone para la decisión más importante en siete décadas?
Ayer Héctor Larios, el coordinador de la bancada blanquiazul en San Lázaro (“en 10 o 15 días, y gozará del consenso de Ejecutivo, PAN y sus legisladores ”), hoy Santiago Creel (“no tenemos determinada la fecha”), ídem en el Senado, “informando” sobre el devenir de la “reforma”, la cual, mágicamente, dice, “no incluye cambios constitucionales”, “no compromete el producto petrolero ni la renta del petróleo” y éste “sigue siendo de todos los mexicanos”, tal cual lo “siguen siendo” el 40 por ciento de la energía eléctrica entregada a particulares, el espacio radioeléctrico acaparado por Televisa, Tv Azteca y las seis familias del oligopolio del AM y el FM, las carreteras “rescatadas” y reconcesionadas, el espacio aéreo en manos de las aerolíneas privadas, las minas de Larrea y Bailleres, la telefonía de Slim, y etcétera, etcétera.
Con este tipo de “reformas”, la mayoría de ellas sin modificaciones constitucionales, a estas alturas los cinco gobiernos neoliberales han entregado al capital privado, nacional y, especialmente, extranjero, cerca de 85 por ciento de la infraestructura productiva y de servicios de la nación. Lo que antes producía el país, hoy lo fabrican firmas foráneas o simplemente se importa. En 25 años, más de 950 empresas y entidades del Estado se privatizaron o desaparecieron. Todas las “desincorporaciones” fueron en su momento justificadas por la “enorme liberación de recursos públicos que permitirán atender las urgencias sociales y del crecimiento nacional”. Cinco lustros después aquellas son cada vez mayores y explosivas, mientras el crecimiento se mantiene como la gran asignatura pendiente, de tal suerte que para el petróleo y su industria se vislumbra un futuro similar, por la simple razón de que los mismos “desincorporadores” de antes son los que van a “desincorporar” ahora la industria petrolera.
Para no ir más lejos, en el cesto de la basura quedó el compromiso gubernamental (1995) de no extranjerizar el sistema bancario, de permitir la entrada del capital financiero trasnacional “sólo para capitalizar a los bancos más pequeños y momentáneamente”. Cinco años después de tal pronunciamiento, el 60 por ciento del sistema nacional de pagos ya era propiedad del capital foráneo, y cuatro más adelante esa proporción llegó a 90 por ciento, mientras el “rescate” bancario, como todos los demás, sigue a cargo de los mexicanos, cuya transparente clase política los obliga a participar en el juego de la gallina ciega.
¿Confianza? ¿Diálogo?
Las rebanadas del pastel
¿Dónde está la autoridad para sancionar a la constitucionalmente laica dependencia del Ejecutivo llamada Secretaría de Turismo, por promover el “turismo religioso”? ¿Tanto ha pecado El Negro Elizondo que por esta vía quiere expiar culpas? Y lo mismo para el gobernador de Jalisco, Emilio González Márquez, quien utiliza recursos públicos para “edificar” una basílica cristera.