Usted está aquí: martes 25 de marzo de 2008 Opinión El abigarrado PRD

José Blanco

El abigarrado PRD

Hasta el pasado domingo Ortega y Encinas se oponían a la anulación de sus “comicios” y “con todo respeto” descalificaron a Cuauhtémoc Cárdenas, quien pidió dicha anulación. Ambos, al tiempo que continuaron denostándose, se refirieron a las instancias internas –el Comité Técnico Electoral y/o la Comisión de Garantías– como el espacio institucional para arreglar sus desavenencias; y también, en diversos momentos, ambos se opusieron a que el “lodazal” se dirimiera en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. En este punto también coincidió el propio Cárdenas.

Un número imposible de calcular cometió un número también imposible de calcular de las peores tropelías conformando lo que sobradamente con razón Cárdenas llamó lodazal. Nadie en el PRD –de quienes declaran día con día– ha podido dibujar la más mínima aproximación a lo que ocurrió y que hicieron entre todos. Nadie parece entender nada, mucho menos los azorados espectadores del lamentable espectáculo.

Quién puede entender el significado real, por ejemplo, de que haya un debate sobre si deben o no deben computarse las casillas ¡no instaladas!, –entre mil ilícitos más–; cómo pueden contarse las boletas de casillas que no se instalaron. Acaso quiere decir que es necesario hacer, no un cómputo, sino una revisión, de votos asentados en actas de casillas que nunca existieron como lugar prefijado para que los militantes sufragaran, o qué quiere decir algo que, tal como es formulado por los dirigentes, parece un absurdo absoluto. Con seguridad, unos y otros sí saben de qué hablan.

Los contendientes principales tienen razón al decir que Cárdenas no es ni puede ser un juez que dicte el fallo de la anulación. Pero Cárdenas nunca se erigió en tal juez. Es una voz que todos los perredistas oyen –un “activo”, así le dicen– que, justamente por ese poder, expresó su opinión. Coincido con esa opinión. Y ciertamente es correcto que sean las instancias de ese partido las que procesen, dictaminen y emitan su fallo definitivo (que no inapelable).

No hay duda de que el PRD se metió en una trampa mayúscula hecha de las muchas trampas que se hicieron unos a otros. El daño está hecho y creciendo. La “limpieza” de la elección que todos piden que se haga requiere un método que no puede ser otro que revisar al menos todas las casillas que Ortega y Encinas (sus partidarios) señalen como sospechosas. Pero al momento de escribir este artículo no estaban de acuerdo en éste, ni en ningún otro método. Estaban entrampados.

Si llegaran a ponerse de acuerdo en algún método específico, los daños continuarán para el partido, porque la exhibición del cochinero se alargará quién sabe cuánto tiempo. Quedarían en vitrina las sucias jugadas que saben hacer los revolucionarios y democráticos. Supongo que, además, tendría que haber sanciones para los ilícitos cometidos, con lo cual los costos políticos para el PRD continuarían al alza. ¿Van a sancionar a Ortega y a Encinas incluidos, si es verdad, como ambos dicen –no a coro– que de ambos contendientes provinieron los ilícitos? No lo creo. Están, de veras, entrampados.

¿Nadie va a llevar el asunto al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación? Muy probablemente así será, porque los costos continuarían haciéndose montaña. ¿Cómo entonces van a resolver? Muy probablemente con un acuerdo interno que hará a un lado los comicios, en el que nadie es sancionado y los ilícitos serán sepultados, y todos hacemos como que no vemos nada. En otros términos, no hay modo de detener el aumento de los costos políticos. Ni modo, será la conclusión más “sabia”. Ya vendrán tiempos mejores; el cochinero dejará de salir en los medios y el tiempo hará que todos olviden.

Que pueda haber tiempos mejores es, sin embargo, muy poco factible, porque intentarán continuar viviendo en la misma casa un conjunto de ciudadanos con “principios” extraordinariamente diferentes que, con razón, se tienen toda la desconfianza del mundo. No se ve, por ningún lado, cómo las corrientes perredistas pueden ser compañeros de partido. Nos han mostrado, desde siempre, que ni son compañeros, ni tienen partido. Me refiero aquí a “partido” como la causa nacional tras la cual todos están alineados en sus propuestas fundamentales: metas, estrategias (incluida su política de alianzas), tácticas de coyuntura: no coinciden en nada.

Los une el registro, el presupuesto que el IFE les asigna, las posiciones de poder personal que pueden alcanzar en la esfera de poder del Estado. Ciertamente cuando no se trata de maltratarse mutuamente, expresan de muchos modos un discurso propio de la izquierda: la justicia social. Pero si interrogamos a la izquierda no partidista (corrientes como el EZLN, o voces de intelectuales reconocidos, por ejemplo), creo que habría consenso de que hay más discurso que hechos que avalen a la izquierda partidista como izquierda genuina. Una izquierda que está a muy pocos centímetros del centro-derecha (y hay quien opina que en esa izquierda habita también una franca derecha).

¿Podrán seguir viviendo bajo el mismo techo especies de políticos que conforman una fauna política tan abigarrada? Tomo la definición de la Real Academia; abigarrado: “de varios colores, mal combinados. Heterogéneo, reunido sin concierto”.

 
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